jueves, 20 de abril de 2017

Andalucía, centro del mundo


Hace 25 años, tal día como hoy, abría sus puertas, en la Isla de la Cartuja, la Exposición Universal de Sevilla de 1992 que, con motivo del quinto centenario del Descubrimiento de América, situó a Andalucía en el centro del mundo durante seis meses. Pero más que los pabellones y las visitas de millones de turistas, la Expo supuso el mayor esfuerzo gubernamental jamás acometido en la historia de España por modernizar Andalucía y sacarla del marasmo tercermundista en el que estaba arrinconada por la falta de infraestructuras, la carencia de un tejido industrial, el latifundismo caciquil, el analfabetismo y la falta de desarrollo económico, político y social. La Expo fue la excusa esgrimida para insuflar un empujón modernizador a una región secularmente castigada por la desidia, el paro y la pobreza. Y el resultado fue espectacular, a pesar de sus sombras y decepciones que no invalidan aquella apuesta política, impensable sin el motivo de organizar en España una Exposición Universal que, para no despertar demasiados recelos en otros territorios, se hizo coincidir con los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Capitalidad Cultural de Madrid.

Hoy, un cuarto de siglo más tarde, cuesta imaginar cómo era aquella Andalucía paleta y retrasada, maltratada por comunicaciones tan deficientes que hacían que se tardase más en llegar a Almería que a Madrid desde Sevilla, tanto en tren como en avión o automóvil. O que la capital de la región viviese de espaldas al gran río de la Comunidad, el Guadalquivir, al que sólo tres puentes permitían cruzarlo de una orilla a otra, contando entre ellos el taponamiento de tierra de Chapina, única salida hacia Huelva y Extremadura por carretera y ferrocarril. La transformación de la fisonomía urbana de Sevilla y la modernización de las infraestructuras de Andalucía constituyen, a vista de hoy, un hecho histórico, cuyo mérito hay que reconocer al Gobierno socialista y a las distintas administraciones de la época, que supieron adherirse y respaldar la iniciativa innovadora del Ejecutivo de Felipe González. Y es histórico, no como exageración laudatoria, sino porque ya figura en los libros de Historia aquel esfuerzo inversor, contrario a las demandas de las regiones ricas del Norte, por sacar “al Sur de su tradicional aislacionismo y dar esperanza a la mayor bolsa de pobreza del país”, como recoge Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga en su Breve Historia de España (Alianza Editorial).

Los sevillanos, al principio desconfiados e incrédulos hasta que se derribó el muro de la calle Torneo y se vislumbró lo que se construía al otro lado del río, en los terrenos baldíos donde se ubicaba la antigua fábrica de loza y porcelana de Pickman, levantada con sus chimeneas en forma de botella sobre los restos del viejo monasterio de la Orden de los Cartujos, se toparon de repente con el futuro y el refulgir del progreso. Descubrieron que la ciudad disponía de nueve nuevos puentes sobre el río; una estación flamante que ponía Madrid a dos horas y media en tren de alta velocidad, el primero que se construyó en España; que dos nuevas autovías, la A-92, que cruza la región de Este a Oeste, y la A-5, que desdobló la antigua carretera nacional a Madrid, constituían ejes de comunicación más seguros y eficientes para vertebrar la comunidad y posibilitar su desarrollo; que un anillo de circunvalación daba fluidez al tráfico y evitaba atravesar la ciudad; que un aeropuerto ampliado y remozado, bajo la dirección de Rafael Moneo, daba la bienvenida a los viajeros con una imagen moderna; y que en el recinto de la Expo, en la Isla de la Cartuja, se levantaron 98 pabellones que albergaron la participación de 108 países, 23 organizaciones internacionales, 17 comunidades autónomas y otros muchos de empresas privadas, como Kodak, Ranx Xerox, Fujitsu o Siemens, entre otras.

Sevilla fue transformada radicalmente para convertirse en el centro del mundo mientras duró aquel acontecimiento internacional, acogiendo la visita de reyes, príncipes, jefes de Estado y de Gobierno, políticos, artistas, personalidades de la cultura y más de 40 millones de visitantes que se sintieron atraídos por esa demostración de ingeniería, espectáculo y vanguardia concentrada en las 215 hectáreas de la Isla de la Cartuja, un espacio que ni siquiera era una isla propiamente dicha, sino una lengua de tierra delimitada por el cauce del río, por un lado, y su dársena, por el otro.

¿Qué ha pasado con aquel futuro tan prometedor con el que soñaron Sevilla y Andalucía durante el medio año que duró la Expo? El legado de la Exposición nadie lo discute, aunque para algunos el balance es negativo y, para otros, positivo. El futuro se hizo presente en una red de comunicaciones mejoradas, en nuevas avenidas y rondas urbanas que cambiaron la red viaria radicalmente, en el soterramiento de las vías ferroviarias que partían por la mitad a la capital hispalense, en un puerto con nuevos muelles que facilitaron el acceso de embarcaciones hasta la Cartuja, y, sobre todo, el futuro se materializó en el Parque Tecnológico Cartuja 93, donde 423 empresas y entidades diversas, que dan trabajo a más de 16.000 personas, supieron aprovechar la inversión en tecnología y equipamientos que dejó la Expo en aquel recinto ya anexionado a la ciudad como un barrio más de ella. Junto a las empresas, algunas de ellas punteras en tecnología e investigación, se sumó la universidad con el traslado de algunos de sus centros educativos, como la Escuela Superior de Ingeniería, la facultad de Comunicación y el Centro de Ceade, para estar cerca de donde se transforma el conocimiento en resultados concretos y rentables. También un parque temático, Isla Mágica, abierto gran parte del año, ha quedado como herencia lúdica de aquel sueño de hace cinco lustros.

Con todo, Andalucía sigue sin alcanzar el nivel socioeconómico de las comunidades más desarrolladas de España y continúa encabezando el ránking de desempleados en el país. Es decir, a pesar del empujón y las inversiones que propició la organización de la Expo del 92, ello no fue suficiente para catapultar la región hacia los estándares de desarrollo, trabajo y riqueza que disfrutan otras regiones más ricas y avanzadas de España. Sin embargo, cuenta con más posibilidades, gracias a la modernización de sus infraestructuras, y dispone de las mismas oportunidades para avanzar y conseguir esa meta de pleno empleo y bienestar que sigue persiguiendo Andalucía, haciendo aun más encomiable y justificada aquella apuesta histórica de Felipe González por sacar del vagón de cola a esta comunidad, condenada hasta entonces a ser mano de obra barata, con o sin cualificación, para las demás y fuente de materias primas que enriquecen a quienes obtienen un valor añadido de las mismas.

Si antes de la Expo soñar el futuro era una quimera, después de ella es un objetivo asequible con sólo esforzarse en alcanzarlo. Ese cambio de mentalidad, y la disposición de más recursos, es el mayor legado de la Exposición Universal de 1992, incluso sin ser el centro del mundo.        

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