sábado, 28 de junio de 2014

El llanto de un hijo


No nació en plena guerra, ni lo aquejaba enfermedad alguna. No sufría taras físicas o psíquicas que invalidaran su desarrollo, ni crecía en un hogar desestructurado en el que faltara un progenitor o escaseara el sustento. Sus necesidades estaban cubiertas con creces y la dedicación que le profesaban era absoluta, convirtiéndolo en el centro de atención de cuántos le rodeaban. Sin embargo, cada vez que lloraba y no se calmaba parecía el niño más vulnerable e indefenso del mundo. Esa era la sensación que embargaba a su madre por mucho que le describieran todas las circunstancias de las que se había librado su hijo. Aquel llanto rasgaba el silencio como un afilado cuchillo sonoro que se agita en el aire contra todos los males que acechan a un hijo, el lamento más desesperante cuando no se acierta responder lo que demanda. Simplemente, el llanto de un recién nacido y las preocupaciones de una madre primeriza.

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