sábado, 30 de abril de 2011

Un príncipe defeca y el mundo se maravilla

Ayer fue una jornada bochornosa en la que los medios de comunicación se volcaron para mantener presente una defecación real como espectáculo para las audiencias. El mundo siguió embelesado un enlace real como en los tiempos de Sissi emperatriz y los faraones de Egipto, pueblos ambos que, en momentos históricos distintos, sólo han conseguido cambiar de espinas sus coronas.

La elegancia de vestidos y tocados, la noble presencia de una corte que comparte su laboriosa existencia con la práctica de deportes exquisitos y la más fina representación de zánganos que transmiten su distinción divina junto a la carga genética (cual trisomía del par 21), causaron las delicias de un público anestesiado con los pormenores de tan interesantísimo acontecimiento que los medios se habían encargado de inocular durante horas y horas con dedicación exclusiva.

Que el vástago de sangre azulina y la hermosa plebeya puedan reinar los restos de lo que fue un imperio cobijo de piratas, tal vez sea algo que pudiera interesar a algunos de sus súbditos, movido por el morbo que da conocer a los que viven como reyes, pero que en España también se trate la información -por llamarla de alguna manera- con tan excesiva generosidad de espacio y tiempo, como si se hubiera declarado la tercera Guerra Mundial, es vergonzoso, aunque seamos parientes imitadores del arte de no doblarla por imperativo real.

Es volver a los cuentos de hadas para distraer a la plebe de los problemas que la acucian y perpetuar la diferencia de estamentos sociales que no se someten a la legitimidad democrática. Los teóricos en monarquías y demás parasitismos arguyen que la estabilidad que representan tales regímenes aglutina las sociedades en torno a la regia familia que encarna la cúspide del Estado. Claro que previamente han de ser loadas las bondades y los presuntos beneficios de un régimen que, cual virus troyano, se cuela en las Constituciones para infectar los Parlamentos a los que se adhiere y de donde no se puede extirpar jamás porque se reproduce de generación en generación, consumiendo una parte sustanciosa de la energía del sistema.

Luego, con la ayuda servil de unos medios lacayos, se glorificará el papel aglutinador y milagrosamente salvífico que al reino le presta una institución a la que cabe el honor de perpetuarse a pesar de constituir un insulto a la inteligencia y honestidad de los pueblos y sus gentes, quienes podrán elegir alcalde, pero no a su jefe de Estado. Desde la altura de su trono, llegada la ocasión, como ayer, podrá incluso permitirse la desfachatez de invitar a la defecación de uno de sus príncipes a representantes de impresentables dictaduras reales del mundo, pero no a gobernantes electos en su propio reino por no pertenecer a órdenes de real raigambre, sino obedecer a decisiones de soberanía del populacho.

Formar la opinión pública, transmitir hechos que explican la realidad y desvelar los hilos que interrelacionan los fenómenos de lo que sucede es, posiblemente, poco rentable, máxime si se acostumbra a los lectores a no exigir explicaciones de lo que pasa, sino a entretenerse con asuntos menores que, en su aparente superficialidad espectacular, no sólo distraen sino que adormecen y aborregan. A eso se prestan en estos días los medios de comunicación, pletóricamente dispuestos a propagar la defecación real. Maravilloso.

Contra la resignación


La jornada laboral de 8 horas no fue una concesión gratuita, sino un derecho arrancado a sangre contra quienes esclavizaban a los trabajadores con unas condiciones laborales tan injustas como inhumanas, y que no dudaron en disparar a los que se manifestaron solicitando lo que hoy nos resulta de una normalidad indiscutible. El Día del Trabajo se celebra para conmemorar aquella lucha y homenajear a los sindicalistas que fueron ejecutados en los Estados Unidos por reivindicar una jornada razonable y disponer de “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa”. Eran los Mártires de Chicago, obreros que participaron de la huelga convocada el 1 de mayo de 1886 por la consecución de la jornada laboral de ocho horas y que desencadenaría tres días más tarde la Revuelta de Haymarket, una concentración de más de 20.000 personas que fue violentamente reprimida por la policía. Se detuvo a centenares de trabajadores y un juicio plagado de irregularidades condenó a cinco de ellos a la muerte en la horca (uno de ellos acabó suicidándose). Esa es la historia de lo que se festeja el 1º de mayo.

Tras esta conquista, que para muchos es el origen del moderno movimiento obrero, se encadena una serie progresiva de reconocimientos laborales, en cuanto a condiciones, remuneración y amparo social, que acaban convirtiéndose en derechos protegidos por las leyes. La Declaración Universal de Derechos Humanos recoge en su artículo 23: “Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo”. Seguidamente, en su articulo 24 proclama: “Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”.

La Constitución española reconoce también, en su artículo 35: “Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda haber discriminación por razón de sexo”.

Narrar así la historia puede llevarnos al equívoco de creer que disfrutamos de una protección eficaz por nuestro derecho al trabajo y que la vida y el sacrificio de tantos trabajadores en alcanzar tan extensa tutela legal no han sido en vano. Sin embargo, las luchas no siempre enfilan una dirección única hacia el progreso; también retroceden. Llevamos décadas de franco deterioro de las condiciones laborales y sociales que tanto esfuerzo costaron arrancar a los poderosos.

Si sufrir jornadas de 18 horas de trabajo causó la indignación de aquellos humildes huelguistas de 1886, hoy continúan existiendo motivos para mantener una lucha reivindicativa contra la dictadura del mercado, en cuyo nombre se pisotea la sangre de esos mártires obreros. La proliferación de diferentes contratos de trabajo, la discriminación salarial en función del sexo, la precariedad laboral, los despidos improcedentes, el no reconocimiento de la categoría laboral desempeñada, la no cotización a la Seguridad Social, las horas extra obligatorias o no satisfechas, la inexistencia de una formación continuada a cargo de la empresa, la negativa a la promoción en el trabajo, la siniestrabilidad laboral por una falta de prevención y un sin fin de motivos nos empujan a mantener, más allá del carácter festivo de la jornada, la lucha por la consecución real de aquellas condiciones que posibiliten un trabajo digno y una remuneración suficiente. Es decir, por el respeto al derecho al trabajo que tanto la Declaración de la ONU como la Constitución de nuestro país nos reconocen.

Convendría, por tanto, no confundir el carácter reivindicativo del Día Internacional del Trabajo con el merecido descanso con que se disfruta esta jornada porque sería sucumbir a la amnesia con la que el Sistema adormece las conciencias. Hoy más que nunca el poder del dinero y las políticas neoliberales mantienen una batalla por derrumbar muchas de estas conquistas que conforman el Estado del Bienestar que nos hemos dotado para disfrutar no sólo del derecho al trabajo, sino también los de la educación, la salud, la protección al desempleo, la jubilación y tantos otros. Permitirlo sería tergiversar el sentido de la celebración del Día del Trabajo, sucumbir a la resignación e ingonar la obligación de legar a nuestros hijos un mundo mejor. Y no es plan, la verdad. Sería traición.

viernes, 29 de abril de 2011

Mayo en la esquina

Se despide abril con sus aguas y mayo se presenta florido y feriado por la esquina de este fin de semana, celebrando el trabajo que escasea con el día internacional que lo inaugura. Otra hoja más que se ha de arrancar del prematuramente envejecido calendario de las vidas que se empeñan en administrar un tiempo escurridizo e imparable. Nuevas excusas que inventarse, viejo amigo, para creernos los cuentos que narran nuestra cotidiana superivencia en medio de la vorágine que nos atolondra y despista. Y ya sin apenas tiempo, como canta Patxi Andión, para transbordar estaciones que nadie sabe a dónde nos conducen. Lo importante es no derrumbarse y perder el tren. Chao!

miércoles, 27 de abril de 2011

¡Indignaos!

El título me llamó la atención y lo compré. Es un librito pequeño en tamaño y páginas. Se lee de un tirón y confirma, como los buenos libros, lo que tú ya piensas: que hay que rebelarse, que hay que protestar, que hay que levantar la voz para decir ¡basta ya! Lo ha escrito un viejo admirable, admirable por su tesón y su lucidez, por su infatigable compromiso. Un viejo que, a sus 93 años, aún es capaz de reclamar a los jóvenes de hoy motivos para la indignación, de implorar revueltas pacíficas contra el totalitarismo de la resignación, contra la dejadez de una comodidad anestesiada por el consumismo, contra la pasividad de aceptar todas las consignas de los poderosos, contra la dictadura del mercado, contra la vida sin compromiso. Se trata del grito afónico de un viejo que no se cansa en señalar los peligros de nuestra indiferencia, del conformismo de no pensar, de dejar hacer, de entregarnos voluntariamente al ejército de los derrotados moral e intelectualmente, contra el peligro de olvidar ser personas para convertirnos en números o recursos en beneficio de unos pocos.

“¡Indignaos!” es un alegato de Stéphane Kessel contra la desidia ciudadana y a favor de la insurrección pacífica, que alerta sobre unos medios de comunicación de masas que contribuyen a la amnesia generalizada, sin respetar su auténtica función: ser instrumentos de la libertad de expresión e información. Este hombre, que fue miembro de la Resistencia francesa y prisionero de los campos de concentración nazis, señala que sobran motivos para la indignación, que persiste la brecha por la que los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres, que se aplican recortes a un Estado del bienestar devorado por la avaricia del mercado, y por la manipulación de una democracia que se convierte en espejismo de la representación social, por el trato discriminatorio a inmigrantes y minorías étnicas, etc.

Este viejo luchador clama a los jóvenes que cojan el relevo aunque parezca que no es fácil en la actualidad saber quién es el enemigo. Sin embargo, se están desmantelando los logros conquistados en la segunda mitad del siglo XX en relación con los Derechos Humanos, la Seguridad Social y la implantación del Estado del bienestar en nombre de lo que tiene más poder que los gobiernos: el dinero. “El poder del dinero nunca había sido tan grande, insolente, egoísta con todos, desde sus propios siervos hasta las más altas esferas del Estado.”

Recordando a Martin Luther King, Mandela, Gandhi y otros, “¡Indignaos!” apela a la insurrección pacífica para no sucumbir bajo el tsunami destructor del consumismo voraz y de la distracción mediática que nos anestesia mientras nos aplican recortes a nuestras libertades y a nuestras conquistas sociales. Apela a coger el relevo porque la indiferencia sólo conlleva perder un "componente esencial que forma al hombre: la facultad de indignación y el compromiso que sigue." Mirad a vuestro alrededor, ¿no creéis que existen motivos para estar indignados? Precisamente hoy es un buen momento para empezar: reclamad vuestro derecho al trabajo. ¡Indignaos!

"¡Indignaos!", de Stéphane Hessel. Editciones Destino. Barcelona, 2011.

martes, 26 de abril de 2011

Prueba de dignidad

La vida, de momento, no estaba en juego, pero si la dignidad. Al menos para una persona como él, que valoraba más la reputación que la salud. La prueba a la que tenía que someterse le estaba preocupando más que una intervención de corazón. Era consciente de sus manías y por eso las rumiaba en solitario, sin confiárselas siquiera a su esposa, a la que creía engañar con su silencio y aparente entereza. Pero no podía evitar que, como siempre, ella interviniera, no sólo para descargar la tensión de una simple prueba, sino porque debía colaborar en la preparación previa, tan denigrante como la prueba misma. Reconocía que convertía en un problema un simple episodio irrelevante, pero para él constituía una situación insuperable.  Llevaba varios días con el apetito perdido y apenas disfrutaba con lo que, normalmente, solía entretenerle. Sólo deseaba que aquel momento pasase. Y pasó dejándole un rastro de inmensa vergüenza. Porque si grande fue el bochorno que sitió cuando su mujer le puso los dos enemas de limpieza, mayor fue la desagradable sensación de humillación que tensó su cuerpo con una resistencia inútil por someterse a una colonoscopia para realizar una biopsa de próstata. El resultado no le importó. Sólo quiso huir de allí como si lo hubieran violado.

lunes, 25 de abril de 2011

Hematemesis

Estaba dando una cabezada sobre dos sillas cuando lo despertaron. Iba por el pasillo frotándose los ojos para llegar despierto a la habitación. El paciente había comenzado a vomitar sangre. No le resultó extraño porque era un tipo de complicación relativamente frecuente en esas patologías de hígado que inflaman las venas del esófago. Mandó a salir fuera a todos los familiares de pacientes que, a esa hora de la noche, compartían habitación. Con cierta tranquilidad, reclamó a la auxiliar una sonda nasogástrica y tolo lo necesario para taponar y hacer presión sobre las varices. Antes de abandonar la estancia, los allegados del enfermo se interesaron por la gravedad de la hemorragia, por lo que no tuvo más remedio que ofrecer un vaticinio de pronta recuperación y esperanza. Era lo que su experiencia le había demostrado. Pero ni la tracción de la sonda, ni los sueros fríos con los que intentaba contener la hemorragia, ni tan siquiera las bolsas de sangre transfundidas pudieron, tras unas horas de carreras y angustia, salvar la vida de aquel hombre. Aunque era una posibilidad, no la había tenido en cuenta. Por eso no pudo transmitir la luctuosa noticia a los familiares que parecían buscar cobijo entre la oscuridad del pasillo, como si quisieran ocultar la desesperación en unos ojos húmedos. Ellos sí habían presentido la fatalidad, pero nunca le reprocharon su excesiva confianza. Desde entonces se muestra incapaz de aventurar ningún pronóstico. No olvida a su paciente de la hemorragia ni el rostro desolado de aquellos familiares.

viernes, 22 de abril de 2011

La "resurrección" de Aznar

En este país tenemos un problema con los expresidentes de Gobierno: no sabemos qué hacer con ellos ni ellos saben qué papel institucional han de prestar una vez que abandonan el cargo. Felipe González describió la situación comparándola con los jarrones chinos: son delicados y valiosos pero no se sabe dónde colocarlos; estorban en cualquier lugar y su utilidad, aparte de la ornamental, es ninguna.

Sin una función clara, los expresidentes se dedican a lo que creen han de hacer: expresar de vez en cuando opiniones y consejos, cual “abuelos cebolletas”. Una actitud que en la mayor parte de las ocasiones, como los consejos no solicitados, no suele ser bien recibida por sus pretendidos destinatarios. Entre otras cosas, porque los expresidentes, una vez abandonan las responsabilidades del cargo, se sienten liberados para aportar una visión de la realidad sin las cortapisas diplomáticas y políticas en las que prevalecía la prudencia. No es de extrañar, por tanto, que cuando se les suelta la lengua ni sus propios correligionarios aplaudan lo que entienden como una intromisión de quien va por libre y no se aviene a estrategia de Gobierno o de partido.

De todos los presidentes de la democracia, los más lenguaraces han sido Felipe González y José Mª Aznar, siendo ambos ejemplos vivos de lo que no debería hacer un expresidente del Gobierno. Pero una cosa es revelar decisiones controvertidas cuando gobernaban, como la polémica que desataron las declaraciones del expresidente socialista al afirmar que tuvo la posibilidad de eliminar la cúpula de ETA en 1990 y no lo hizo, lo que todavía no sabe si fue correcto, y otra criticar al Ejecutivo actual poniendo en peligro los intereses del país.

Tal es el caso de José Mª Aznar. Aunque nunca estuvo “muerto”, últimamente ha “resucitado” con extraordinaria locuacidad. Este expresidente, además, hace de oráculo desde su fundación FAES para dotar de ideas al partido Popular. Es una persona que, desde un famoso mitin en Sevilla en que alardeó de su virilidad, ha ido adquiriendo “desenvoltura” en sus intervenciones hasta disfrutar hoy día, en su condición de expresidente, de libertad para hablar de cualquier asunto si cree que ello beneficia a su formación, aunque la contradiga en determinados planteamientos y decisiones.

Es, por ejemplo, lo acontecido con su opinión sobre Muammar el Gadafi: un “extravagante amigo”. Aunque es verdad que muchos de estos dictadores fueron antes subordinados aliados de las potencias (Noriega, Sadam Husein, Franco, etc.), también es cierto que acaban convirtiéndose en un estorbo para la evolución democrática de sus países. Es lo que han puesto de relieve las revueltas árabes. Y para el Congreso en su conjunto, que aprobó la iniciativa, y para la comunidad occidental, la actitud del dictador libio de masacrar a su propio pueblo es motivo suficiente para que la ONU determine una intervención de apoyo a los rebeldes. Aznar no está de acuerdo con este cambio de opinión. Seguramente, a él le gustan las guerras sin autorización expresa de Naciones Unidas.

También se refirió el expresidente conservador a las armas que usa Gadafi en la aniquilación de su pueblo: bombas racimo vendidas por España. A Libia se le compra y vende material diverso, no desde hoy, sino desde hace mucho tiempo. Criticar ahora, cuando España participa en una alianza internacional para contrarrestar la fuerza con la que el dictador libra una guerra desigual contra los insurgentes, es cuanto menos inoportuno y desleal, máxime si los acuerdos comerciales y de colaboración se retrotraen incluso a la época de Aznar como gobernante y siendo España, entonces y ahora, un país fabricante de munición militar. Esas declaraciones serían completas si recordasen que la ONU levantó el embargo al país norteafricano en septiembre de 2003, el mismo año en que el presidente Aznar viajó a Trípoli para formalizar las relaciones, y que la UE desbloqueó los acuerdos en octubre de 2004. EE UU retiró en 2006 a Libia de la lista de los países terroristas.

El expresidente está en su perfecto derecho de cuestionar ahora esta industria, pero hubiera sido preferible que lo hubiera hecho cuando estaba en condiciones de erradicar su existencia, y no cuando su país está inmerso en una acción internacional contra el sátrapa libio.

José Mª Aznar también puso en duda, en una conferencia en la Universidad de Washington, la capacidad de España para financiar su deuda en el futuro, algo que fue rápidamente tildado por la ministra de Economía y Hacienda, Elena Salgado, como manifestaciones "ignorantes" y "mal intencionadas". Tampoco se trata de que un expresidente no pueda dictar conferencias sobre economía, sino que resulta paradójico que, en vez de contribuir a aliviar la presión del mercado, socave la credibilidad de su propio país para afrontar unas medidas en las que intervienen, no sólo intereses económicos, sino también políticos y estratégicos. Un expresidente de gobierno no debería poner en peligro en foros internacionales la estabilidad (económica, militar o política) de su país por arañar réditos partidistas en unas elecciones. Y no debería hacerlo porque, si algo ha de aprender cualquier expresidente cuando deja el cargo, es el estar agradecido del honor de haber dirigido el destino de su país, al que estará ya por siempre vinculado para que siga avanzando hacia ese porvenir que entre todos, soberanamente, determinan.

Los expresidentes parece que no saben cómo contribuir a tal fin. Institucionalmente tampoco se les reconoce el papel que podrían desempeñar, aunque se les pase una pensión. Mientras se establece esta cuestión, los expresidentes habrán de asumir que representan a su país, no a un partido. Y con el objetivo de afianzar ese legado deberían comportarse cual embajadores plenipotenciarios, esté ello protocolizado o no. Evitaríamos así el bochorno que sufre medio país ante unas intervenciones desafortunadas y a veces desleales para España.

Viernes for the Devil

El viernes es preludio del fin, el epílogo de una semana que ya se ha consumado en los ritos de una religiosidad de escaparate, que le gusta exhibir su devoción en las calles para la multitudinaria admiración de fieles y curiosos, ante los cuales ha de demostrar el fervor de una fe pública. Los tronos de vírgenes y dioses se muestran en sus templos a la contemplación de los transeúntes de iglesias, que los visitan antes y después de cumplir con la obligación estacional de la muchedumbre callejera. El viernes representa el final de las apariencias colectivas y el desprecio a una trascendencia buscada en la intimidad de las creencias. Una religiosidad expuesta para ser consumida y negociada por una sociedad dispuesta al espectáculo. Por eso prefiero la simpatía por el diablo: es más sincera, si fuera cierta.




jueves, 21 de abril de 2011

Jueves Pink

En plena apoteosis semanasantera no había más remedio que dejarse arrollar por el folklore para, sumergidos en la bulla, implorar un socorro inútil con la mirada. La ciudad se volcaba en sus procesiones y, salvo los parques, no había otro lugar donde resguardarse de la multitud. En medio de la vorágine, los perritos calientes de los puestos ambulantes y las novias que se perseguían eran los motivos para dejarse llevar por una marea humana que siempre procurabas eludir. No era devoción sino diversión lo que te hacía claudicar de tu aversión a la masa. Hacer lo contrario a tus inclinaciones era la excusa para alinearte con la normalidad de los que te acompañaban. Así conseguías la única sonrisa que estabas aguardando, la de aquella niña que exigía tanto sacrificio. Pero era demasiado: jamás pudiste con la madrugada, ni siquiera por diversión.

miércoles, 20 de abril de 2011

Miércoles Davis

En mi adolescencia creía disfrutar de libertad pero no podía escapar de una ciudad enfebrecida que exhibía un fanatismo de penitentes encapuchados, descalzos, cargados de cruces y hasta con cadenas que cercenaban toda alternativa si pertenecías a la masa sometida a las costumbres y sin recursos. Sólo los de palcos en la carrera oficial y medallones tan brillantes como su fe podían huir, tras cumplir con las tradiciones, a sus refugios de la costa o a esos viajes envidiables de los que volvían con la piel bronceada. Mi única venganza era el desprecio a lo impuesto y a no dejarme conducir como integrante de un rebaño. Miles Davis me ayudaba a sobrellevar con ironía lo más espeso de aquellas semanas santas de mi arrebata rebeldía

martes, 19 de abril de 2011

Martes de Hush

La semana santa me retrotrae a la época en que buscábamos tiempo libre para eso, ser libres o creer que podíamos disfrutar de alguna libertad por estar de vacaciones. De la religiosidad que debía impregnar los siete días de la semana, hasta agobiar con películas lacrimógenas sobre una Pasión mil veces emitida en la única televisión existente, me sentía ajeno. Sólo La saeta, el poema de Machado cantado por Serrat, podía parecerme atractiva por cuestionar la enorme hoipocresía de los que exhiben un fervor por los cristos de madero.

Apuraba mi libertad con las pandillas de amigos y la música. Y nada menos empalagoso para escuchar durante esa semana tan santa que Deep Purple y su famosísimo Hush. Así era yo: mientras una mayoría escuchaba marchas procesionales, yo me inclinaba por ese rock de sonidos potentes, briosos como los mismos deseos de libertad que sentíamos.

lunes, 18 de abril de 2011

Un tractor de infarto

Fue al hospital porque había tenido que ir a la capital a comprar piezas para el tractor. Lo que no esperaba es que lo dejaran ingresado desde el primer momento. El compañero de habitación, aquejado de otra dolencia cardiaca, no daba crédito a lo que oía. Aquel  hombre rudo y franco se apenaba porque le habían prohibido hacer su vida normal. No entendía que por un simple dolor en el pecho tuviera que renunciar a las caminatas por las montañas de su pueblo, donde había tenido que revolcarse por el suelo hasta que desaparecía aquella opresión cuyo dolor le cortaba el aliento. Tampoco comprendía que le hubieran prohibido acompañar a las romerías locales, en las que preparaba una cabeza de vaca para calmar los apetitos del esfuerzo y el estómago revuelto por el alcohol. Y lo que era peor, que tuviera que dejar de faenar con su tractor, con el que no le importaba mancharse de grasa y fango hasta las orejas con tal de mantenerlo preparado para el uso, como sucedió la última vez. Si no hubiera necesitado ir a por piezas, no se habría acercado al hospital para cumplir con lo que había prometido a su mujer. No comprendía que hubiera sufrido un infarto de corazón.

domingo, 17 de abril de 2011

¿Qué huele mal en Tussam?

Tengo un amigo periodista que tiene mala suerte: la de trabajar como administrativo en una empresa de transportes. Y, claro, como está maldito, hace caso a su instinto de gacetillero para contar a la gente cosas que le pasan a la gente, tal y como definen los teóricos que ha de ser la tarea del periodista. Y así nos narra, en una especie de increíble relato terrorífico, cómo en pleno siglo veintiuno todavía existen condiciones laborales capaces de empujar al suicidio a trabajadores que no soportan esa intangible pero envilecedora presión de quienes son dueños de tu vida o, lo que es lo mismo, de tu nómina y tu trabajo, imprescindibles para respirar.

Resulta que la empresa en la que trabaja mi amigo es un monopolio no sólo en el sector de su negocio, donde ninguna otra puede hacerle la competencia, disponiendo la exclusiva de su explotación a su entera conveniencia, sino también en su gestión, por lo que es dirigida por señores que, leales sólo al poder político que allí los coloca, la consideran de su completa propiedad y de la que pueden deshacer (porque hacer, hacen poco) a capricho.

Que todo lo anterior ocurra en una sociedad democrática y bajo un Estado de Derecho no es óbice para que se desarrollen acontecimientos que deberían haber hecho saltar todas las alarmas que previenen del nepotismo, el oscurantismo, la opresión, la manipulación, las irregularidades, la desfachatez y hasta la corrupción. Es decir, que inactivadas las alarmas, lo oculto comienza a desprender un insoportable hedor que despierta el olfato de cualquier periodista y mi amigo, con su mala suerte, no puede evitar encontrarse en una posición envidiable para, no sólo rastrear lo que su olfato capta, sino para conocer de primera mano y al detalle lo que se cuece en esa olla pútrida de intereses entrecruzados con mediocres cocineros.

Su maldición lo lleva a publicar los hechos en un blog que es todo un ejemplo de crónica de sucesos, con abundantes dosis de laboral y tribunales, salpimentado con reportajes de investigación. Lo que demanda cualquier facultad de comunicación a un medio de comunicación digno de tal nombre. Por ese motivo, el infeliz periodista amigo creía cumplir con su obligación al divulgar lo que sucedía en su empresa. bajo la tutela de una Constitución que ampara la libertad de expresión y de opinión como derechos fundamentales preeminentes, tan preeminentes que pueden prevalecer a otros derechos en caso de colisión. Así se lo habían enseñado cuando estudiaba periodismo, pero a su gerente no. Su gerente considera una falta grave contribuir a la trasparencia informativa en “su” empresa, en la que han sucedido hechos tan luctuosos como el suicidio de un trabajador y que en la actualidad está abocada a la quiebra por la discutible gestión de quien desea que nada salga a la luz.

Pero mi amigo, estigmatizado por la maldición que porta, es tenaz y terco, condiciones ambas que acompañan al buen periodista. Ante las amenazas, en vez de hundirse en la sumisión, le puede la búsqueda de la verdad y el oficio. No se achanta. Se enfrenta a los obstáculos que tratan de impedir su labor con el ahínco de los convencidos en hacer lo correcto. Tiene tan negra suerte que reacciona contrariamente a los deseos de los que amagan. No saben éstos que han topado con hueso duro de roer por su integridad y voluntarismo. Para callarlo habrán de cambiar la Constitución y despojarlo de amigos. Porque si la libertad está escrita en mármol en el frontispicio de nuestra Carta Magna, a Gregorio Verdugo no habrá gerente de Tussam que pueda silenciarlo ni le faltarán compañeros que conviertan su voz en un clamor de justicia. He aquí una primera prueba.

sábado, 16 de abril de 2011

Domingo de Ramos

Hoy comienza para los católicos, en particular, y para los cristianos, en general, uno de los momentos cumbre de sus rituales religiosos, cual es la representación de la semana trágica que padeció al que consideran Salvador de la Humanidad. La Semana Santa corresponde a la semana de Pasión que vivió Jesús de Nazaret en un Jerusalen que primero lo recibió con aclamaciones y loor de multitudes para luego matarlo, en el Gólgota, crucificado junto a dos ladrones, acusado de blasfemia por las autoridades judías del Sanedrín. Triste episodio que, sin embargo, constituye el símbolo fundamental del cristianismo, que lo recrea y lo recuerda con toda su iconografía de corona de espinas, cruz, Santo sudario y demás elementos que, aunque no estén fehacientemente certificados por la historia, forman parte del núcleo central de sus creencias.

Sin pararse a hacer excesivas reflexiones, la mayoría de la población participa de la Semana Santa con espíritu festivo o asumiendo la costumbre como parte de los fenómenos sociales que corresponden a nuestra cultura. Es, empero, esa influencia religiosa en la civilización occidental de una tremenda e indudable significación, pues condiciona de forma intencionada todo la construcción simbólica que el pensamiento y las artes se hacen del mundo y de nuestra propia existencia terrenal. Pero no es un fenómeno -el religioso- privativo de nuestra cultura, sino que surge también, en muy diversas formas y manifestaciones, en otras culturas y civilizaciones hasta el extremo de constituir una de las características universales de la Humanidad: su preocupación por la existencia de alguna deidad que otorgue sentido a la vida y aporte alguna promesa de trascendencia a la muerte.

El Domingo de Ramos es, por tanto, una celebración que culturalmente afecta a todos, creyentes o no, en tanto en cuanto, como hecho religioso, determina las concepciones que definen nuestros comportamientos, relaciones e identidades, no sólo individuales, sino como grupos colectivos o pueblos. Sería complicado explicar hoy día ninguna manifestación de la inteligencia humana, desde la pintura a la arquitectura, de la filosofía a la literatura, sin la aportación, motivación o influencia religiosa. Tan complicado como valorar si ello ha representado un beneficio o un inconveniente para el devenir de la Humanidad, puesto que ninguna civilización se ha desarrollado ajena a ese permanente cuestionamiento de lo Absoluto. Incluso el laicismo no impide que la religión anide en sociedades que, por el contrario, procuran el más amplio respeto y tolerancia a cualquier creencia.

Y desde ese respeto y esa tolerancia, muchas veces no correspondidos, asistimos cual observadores a unas fechas que para los feligreses forman parte de sus preceptos y ritos más celebrados, hasta alcanzar su máxima intensidad, curiosamente, con la muerte de Jesús la madrugada del Jueves Santo y no con la resurrección que, según las Escrituras, aconteció al tercer día del fallecimiento. Es tanta la atracción plástica y emocional del sufrimiento y la agonía que se convierten en lo más representativo y valorado de unos hechos que, de corresponder a la realidad, deberían centrar la atención en la increíble y asombrosa resurrección de Jesús de entre los muertos. A pesar de eucaristías y sermones, el catolicismo abraza la cruz como símbolo de su fe en vez de, por ejemplo, el sudario que demuestra, según las tradiciones, el retorno a la vida de quien estuvo muerto.

Exigir lógica a elucubraciones metafísicas y sobrenaturales es, tal vez, un contrasentido, propio de quien intenta racionalizar lo irracional. Las creencias y las religiones, con todo su potencial seductor, escapan a la razón. Precisamente por ello despiertan esa preocupación en los hombres e impregnan toda su obra. De ahí la importancia del Domingo de Ramos: es reflejo de nuestra forma de ser. Admitámoslo.

jueves, 14 de abril de 2011

Cioran, un iluso pesimista

Reconozco que en mi juventud era un lector desordenado, leía sin criterio: desde el prospecto de una caja de medicinas a la revistilla Atalaya de los Testigos de Jehová. La culpa es de mi padre, al que siempre he conocido leyendo. Y se me pegó esa manía. La cuestión es que sigo leyendo y sigo desordenado y sin criterio: hoy leo hasta La Gaceta. De aquellos años de mocedad guardo épocas dulces de estimulante pesimismo existencial, contagiado por Emil M. Cioran, filósofo de origen rumano (Rasinari, 1911-París, 1995) de quien este mes se celebra el centenario de su nacimiento.

El libro más antiguo que tengo de Ciorán en mi biblioteca data de 1986, Breviario de podredumbre (Taurus, 1985), donde advertía sobre la frivolidad: "Es la búsqueda de lo superficial por aquellos que habiendo advertido la imposibilidad de toda certeza, han adquirido asco por ella". Y de Dios: "Todo absoluto -personal o abstracto- es una forma de escamotear los problemas; y no sólo los problemas, sino también su raíz, que no es otra que un pánico de los sentidos". Incluso de la muerte: "La muerte es demasiado exacta; todas las razones se encuentran de su lado. Misteriosa para nuestros instintos, se dibuja, ante nuestra reflexión, límpida, sin prestigios y sin los falsos atractivos de lo desconocido". Por eso estima insensato buscar un sentido a la vida: "Dad un fin preciso a la vida: pierde instantáneamente su atractivo. La inexactitrud de sus fines la vuelve superior a la muerte".

Luego, con el tiempo, he ido adquiriendo otras obras de Cioran, como Silogismos de la amargura y Ese maldito yo (ambos en Tusquets), que abundan en sus temas de reflexión predilectos desde una mirada pesimista y absurda de la vida. Se empeña en todos sus libros por hacernos ver que no hay otra cosa que la nada y, por lo tanto, hay que aceptar el ridículo de estar vivo. "El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad". Su verbo es directo, claro y puntilloso a la hora de no dejar ninguna duda respecto al vacío esencial que nos corroe, del tedio de existir y del fracaso de toda iniciativa. "El mundo comienza y acaba con nosotros. Sólo existe nuestra conciencia, ella lo es todo y ese todo desaparece con ella". Y lo hace con la maestría de las palabras, "erguidas contra la legitimación de las Grandes Palabras", mediante aforismos de fina ironía y sutil humor, o con piezas más extensas que dan vueltas y más vueltas a lo mismo.

Por aquellos años áridos en que comencé a leerlo, éramos jóvenes y la vida aparecía como una utopía que había que afrontar en cada esquina: nada estaba a mano ni era permitido. Sólo el pensamineto podía ser subversivo, sin riesgo a las consecuencias ni censuras. Gracias a él podíamos desmantelar las falsas promesas y los muros de la ortodoxia. Cioran nos preparaba para intentar tumbar un mundo asfixiante y combatir una existencia estéril, a la que mirábamos con desdén y de la que despreciábamos los falsos decorados de su hipocrecía vacua. Pero no nos lo tomábamos demasiado en serio, simplemente nos ayudaba a cuestionarlo todo. "Entre el horror y el éxtasis, practico una tristeza activa", decía Cioran en una entrevista recogida en Conversaciones (Tusquets, 1996). También su pesimismo era activo: "El pesimista debe inventarse cada día nuevas razones de existir; es una víctima de la vida". Era un perfecto diletante que desconfiaba del optimismo: "Fue hasta el final un optimista, un aspirante a la decepción".

Todavía hoy, cada vez que algo me asombra, recurro a Emil Cioran para buscar el origen del absurdo. "Llega un momento en que uno no se imita ya más que a sí mismo". Por contradictorio que parezca, me ayuda a albergar esperanzas. O como él mismo expresó: "Me parece que lo verdaderamente hermoso en la vida es no tener ya la menor ilusión y realizar un acto de vida, ser cómplice de algo así, estar en contradicción total con lo que sabes. Y si en la vida hay algo misterioso, es precisamente eso: que, sabiendo lo que sabes, seas capaz de realizar un acto negado por tu saber".

Viendo lo que sucede hoy en el mundo, cobra actualidad su sarcasmo: "Quien por distracción o incompetencia detenga, aunque sólo sea un momento, la marcha de la humanidad, será su salvador".

lunes, 11 de abril de 2011

Compañeros matutinos

Se conocen desde hace años, tantos como llevan trabajando en la misma empresa. Cuando empezaron eran jóvenes y guardaban la distancia precisa, no sólo por sus profesiones distintas, sino por el mostrador que les separaba. Ahora ambos cubren de canas sus cabezas y la camaradería acompaña a unos saludos que se prolongan en comentarios que traspasan la frontera de las respectivas rutinas. Aparte del nombre de pila, ninguno conoce más datos de la vida del otro, salvo el de verse cada mañana. Son personas cuya presencia ilumina con la luz de los afectos una mutua empatía. Con la edad han logrado coser con hilos invisibles, a ambos lado de la barra, una suerte de amistosa relación que se manifiesta en frases, gestos y miradas de delatan una complicidad gracias a la cual no hace falta pedir el café para que ya esté servido. Son compañeros matutinos que se necesitan para saludar un nuevo día.

domingo, 10 de abril de 2011

Domingo white

A veces no puede evitar uno cierto romanticismo de la época juvenil, de cuando escuchábamos música en esas máquinas grandes como lavadoras que había en los bares y escogíamos una melodía para que llegara a los ojos esquivos de la chica. Éramos horteras y bailábamos al ritmo del sonido de California, pero aquello nos estremecía el alma abortargada y reprimida. Nos hacía soñar en que alguna vez susurraríamos: "tú eres la primera, lo último, lo único, la respuesta a todos mis sueños...".

sábado, 9 de abril de 2011

Carlos Herrera

Hay periodistas que se ven venir y otros que se nos cuelan tan sibilinamente que, cuando te das cuenta, ya los tienes en el sofá contándote su rollo. Durante años han trabajado con eficacia el arte del disimulo, la campechanía y la engolada simpatía para parecer cercanos y abiertos, amigos de todos y hasta ecuánimes en sus manifestaciones sobre temas controvertidos, si los abordan. De costumbres y guisos suelen ser expertos, así como de tradiciones y chascarrillos que hacen las delicias de cualquier conversación. Se consideran perfectos comunicadores que para amenizar tertulias y espacios de variedades no encuentran paragón en la radio y la televisión.

Por mucho que los sigas, no conoces su opinión hasta muy tarde, hasta que te sorprenden con un comentario o un escrito que, a primera vista, te parece impropio. Jamás se habían posicionado salvo a la hora de elegir un restaurante o un festejo, pero de pronto, de un tiempo a esta parte, empiezan a mostrar su verdadera tendencia, a expresar sus puntos de vista, a hacer campaña por determinada ideología. En realidad ello no tiene nada de malo si antes no lo has ocultado.

Carlos Herrera es prototipo de periodista que simula. Si le preguntan a la gente qué diferencia observan entre Jiménez Losantos, por ejemplo, y Carlos Herrera, seguramente responderían que mucha. Sin embargo, la único que distingue a ambos periodistas es que el primero es franco y se muestra sin caretas, mientras que el segundo presume de una ecuanimidad que brilla por su ausencia. Esa es precisamente la razón por la que, envalentonado con las atalayas que le prestan refugio, comience a demostrar su faz real. Incluso su mal estilo y su carácter faltón.

Hace unas semanas publicó su habitual artículo en un dominical. Y se despachó a gusto: “Energúmenos borrachuzos”,” estudiantes meonas”,” futuros parados”, “herederos de las turbas”, “vocinglera ignorancia”, “fanáticos”, “descerebrados radicales”, “intolerantes”, “chusma universitaria”, “palabras balbucientes”, “medias ideas”, “anticlericalismo barato”, “laicismo simplón”, “matones”, “ignorantes”, “descerebrados”, “proclamas sectarias y fascistoides”, “ninguno tendría huevos”, “chulesca”, “bufa”, “excrecencia” y “alborotadores” son todos y cada uno de los epítetos con los Carlos Herrera arremete contra unos estudiantes que protestaron por la existencia de capillas religiosas en la Universidad Complutense de Madrid y en la de Barcelona.

También los rectores que no prohibieron o impidieron tales actos son tratados de la siguiente guisa: "sonrisa timorata y cobardona”, callan como “una puta acomplejada”,” inacción”, “pobres de mierda”, “acojonados”, “bobalicones”, “no tienen lo que hay que tener” y “a ver si hay cojones”.

Como se puede ver, para este desinhibido Herrera -ya sin máscaras- la libertad se reduce a una cuestión de gónadas, de cuyo volumen pende la firmeza de unos responsables de Universidad a la hora de enfrentarse a lo que el articulista tacha de “basura universitaria”. Tal enojo de proporciones bíblicas de nuestro risueño presentador se debía a una performance que los manifestantes habían realizado en la capilla de una Universidad para hacer patente la contradicción de reservar un lugar a las creencias (respetables, pero personales) donde debería profesarse el culto a la Razón.

El gracioso locutor considera que, precisamente en el país que dispone de la más amplia oferta de templos de todo estilo y tamaño (desde catedrales a parroquias) dedicados mayoritariamente al catolicismo, la acción de esos universitarios equivale a un “anticlericalismo barato” o, más aguerrido todavía, a una “nostalgia del anarquismo incendiario”.

Es curiosa esta reacción desaforada de los ultras más ilustrados que, a golpes de pecho y exabruptos, izan la bandera del victimismo por una persecución inexistente que creen dirigida contra sus rancias tradiciones y las buenas costumbres que ellos, y sólo ellos, encarnan, cuando los que de verdad sufrieron persecución y estuvieron arrinconados (la laicidad, el raciocinio y las libertades) reclaman espacios delimitados que preserven y promuevan la pluralidad existente en la Sociedad. Llama la atención la desmedida reacción de un escritor que nunca antes había prestado su pluma para exigir tales libertades y el respeto a unos derechos cuando, en la época monolítica en que sólo los disfrutaban los de su ideología, no eran reconocidos a la totalidad de la población.

Debatir sobre la separación entre la Iglesia y el Estado, sin palabrotas dirigidas a la galería, sería basar la discusión en ideas y conceptos que son por completo ajenos a un libelo intencionadamente insultante y zafio. Sería argumentar desde la educación y el razonamiento, todo lo contrario a la visceralidad más ramplona con que se desahoga el señor Herrera. Y lo confieso: para eso, Carlos, no tengo lo que hay que tener.

Post scriptum:

Es coincidencia que, tras escribir lo anterior, apareciera en prensa la reseña de Los cornetas del Apocalipsis, libro en el que el periodista José María Izquierdo analiza el lenguaje utilizado por diez columnistas que se definen como liberales: Federico Jiménez Losantos, César Vidal, Pío Mora, Alfonso Ussía, Isabel San Sebastián, Carlos Dávila, Fernando Sánchez Dragó, Antonio Burgos, Hermann Tertsch y Juan Manuel de Prada.

Si tal grupo se caracteriza porque ”recurren al insulto, a la zafiedad, a la humillación de las personas” (…) “para ellos no hay homosexuales sino maricas sebosos” (…) y su lenguaje es una “mezcla de fascismo y barra de bar (…) de extrema derecha pasado por el churro y el tocino” (según el autor del libro), entonces habría que añadir a la lista a nuestro histriónico representante andaluz, Carlos Herrera.

Son poquitos pero vociferan con estruendo y el peligro que representan no son las palabras que escupen, que a ellos califica, sino esos fanáticos a los que animan para hacer imposible la convivencia y la tolerancia entre los ciudadanos. Demuestran así que son demócratas de boquilla y el patriotismo que anarbolan esconde simplemente sus sagrados privilegios.

viernes, 8 de abril de 2011

Olores

Huele a sol, a azul y a calor. El tiempo nos regala una degustación del verano para que saquemos apresuradamente las camisetas y zapatillas y abandonemos la pana y los gabanes. Huele al estío que nos empuja al bullicio de mediodía en cualquier bar de la esquina, para humedecer con espuma las horas mansas de conversación y amistad. Huele a aire para que la libertad circule al albedrío de la voluntad y las calles se llenen de gente que busca la felicidad. Huele a deseo y a azahar. La vida se rocía de olores para que el olfato te conduzca entre los aromas que inundan cualquier latido. Huele a viernes.

jueves, 7 de abril de 2011

La ruina de un modelo

El partido socialista asiste en los últimos tiempos al derrumbe de lo que era una sólida estructura sobre la que cimentaba su implantación en la sociedad española. Las causas del deterioro son, más que las inclemencias externas, la fatiga de los materiales y la obsolescencia de un diseño ya caduco. El símil arquitectónico sirve para entender que, además de la crisis económica que castiga a gobiernos de distinta orientación política, son los EREs, los “faisanes” y las zancadillas internas las que justifican lo que parece una quiebra en la casa del socialismo español que amenaza con caerse estrepitosamente.

El portazo de un histórico como Luis Pizarro, al que el presidente andaluz mencionó como un don Luis distante que contrastaba con la complicidad de un Paco durante la ceremonia de su sustitución en la consejería de Gobernación y Justicia, evidencia la caída de unos cascotes que anteceden al derrumbe en toda regla.

Es verdad que la oposición emplea pico y pala para acelerar en todo lo posible un derribo que desea rápido, pero lo cierto es que el edificio se cae solo, sin necesitar el empujón de nadie. Posiblemente la larga permanencia en uso, sin ninguna rehabilitación digna de tal nombre, sea la causa de tanto deterioro, al que contribuye un período climatológico adverso pero insuficiente por sí mismo para provocar su ruina.

Como con los hierros oxidados, tal vez sea conveniente levantar una obra nueva con materiales que no estén vencidos ni maleados por viejas inercias y abusos. De esta manera, lo que se construya podría adecuarse a las necesidades que exigen las actuales circunstancias y servir para dar satisfacción a lo que exigen sus moradores, sin que éstos tengan que apretujarse en espacios y condiciones asfixiantes y malolientes.

El modelo con que el socialismo pretendía hasta ahora prestar servicios públicos a los ciudadanos presenta unas goteras que hacen inevitable su renovación. Antes de que la carcoma corroa lo que queda en pie, habrá que elaborar con nuevos planos un hogar más sólido, más confortable y, lo que es más imperativo, mucho eficiente para esa finalidad. Quizá así se comprenda lo que está pasando, no solo en Andalucía, al Partido Socialista Obrero Español, un patrimonio, como las viejas herencias, cuyos administradores se empeñan en dilapidar.

domingo, 3 de abril de 2011

Carta abierta

¿Os imagináis el desprecio, el hastío y el rechazo en una mirada que te clava los ojos como si fueran lanzas y en unos labios que con gesto tenso te escupen las palabras? Yo no podía imaginármelo, pero lo viví. Pude verlo en el reproche que brota imprevisto y explosivo ante una simpleza, ante una reiterada observación. Puede que esté obsesionado en observar lo que denuncio, pero otros se obsesionan en realizar lo observado.

A lo peor siquiera aquella observancia no era la causa inmediata del enfado, sino la espoleta de una acumulación explosiva de ascos. Ascos que se han ido incubando a lo largo de toda una vida en la que los rencores afloran con cada impertinencia, junto a las preocupaciones que han ido sustituyendo a las ilusiones perdidas. Heridas antiguas que todavía sangran cuando el ungüento del perdón no acaba de cicatrizarlas y el pus reaparece a cada nuevo arañazo.

Intento introducirme por los vericuetos en los que nace el odio que reflejan esas pupilas e impregnan el tono de las palabras, aunque reacciono defensivamente a la ofensa. Entonces se genera un enfrentamiento que ninguno quiere reconocer y encona la convivencia. Son simples tonterías que denotan, como los iceberg, la parte oculta sobre la que crecen. De ahí la fuerza y la virulencia con la que esporádicamente explosionan. Me dan miedo. Temo que algún día una de esas explosiones nos destruya. Destruya un proyecto que, con sus sinsabores, también ha generado alegrías y felicidad.

sábado, 2 de abril de 2011

Flores asesinas


Una flor no hace primavera y un asesino no convierte a la juventud en un colectivo degenerado y violento. Sin embargo, existen síntomas reiterados de una degradación de valores justamente entre quienes se supone disponen de una formación que debería haber servido para orillar ciertos comportamientos y tendencias más propias de matones pandilleros sin educación y falta de escrúpulos.

Sería injusto tildar a toda la juventud de generación perdida y desorientada porque en una macrofiesta se produzca el asesinato de un chaval de veinte y pocos años a manos de un compañero universitario, pero tampoco se ha de restar importancia a un desgraciado suceso que debería hacer saltar las alarmas a los que se preocupan por los derroteros de nuestra sociedad, máxime si no es la primera vez que un hecho de esta naturaleza se produce en condiciones semejantes.

Es sintomático que los estudiantes universitarios se dejen llevar por una capacidad de convocatoria a través de redes sociales e internet tan abrumadora para aglomerarse en descampados en las afueras de la ciudad a ingerir alcohol y sentirse unidos entre iguales, buscar la sintonía del grupo, la tribu. Es sintomático, además, porque esa misma capacidad no se produce cuando la realiza un sindicato de los propios estudiantes para manifestarse en defensa de una universidad pública de calidad en las mismas o cercanas fechas.

Sabemos que no es igual reunirse con finalidad divertida que por la exigencia de mejoras educativas. Sin embargo, algo debe estar fallando cuando personas adultas en fase de formación anteponen lo lúdico masivo e incontrolado a preocuparse por garantizar su propio futuro profesional y laboral. Y tal vez ahí resida precisamente la causa del fenómeno, de la percepción de un porvenir tan incierto que abona actitudes hedonistas y de pasotismo.

La enseñanza en nuestro sistema educativo ha devenido en mero instrumento al servicio del mercado de trabajo, al que vierte un excedente de recursos que han de hallar su acomodo, no en una competición entre los más dotados intelectualmente, sino en el más barato, el que ofrece sueldos de miseria que humillan todo esfuerzo académico realizado durante años en las facultades y escuelas. Si a ello añadimos la decreciente consideración social al mérito por el conocimiento si no va acompañado del éxito económico y material, que alimenta una televisión y medios de comunicación que exaltan la fama efímera y deslumbrante, no es de extrañar que una mayoría de los jóvenes opten por la diversión del presente antes que por los negros nubarrones del futuro.

Así se convierten en presas fáciles para una manipulación que les llega desde todas las instancias que contribuyen a generar la anomia y la desilusión en quienes habrán de heredar las riendas de nuestra vida en colectividad. La cultura se convierte en ellos en una forma más de alienación y no de superación. Al no existir escapatoria, se entregan a un existencialismo que no es nuevo (acordémonos de la generación beat), pero si más extendido, donde se topan con “flores asesinas” que, para divertirse, portan espinas como navajas. ¿Tanto se desconfía del futuro y de los compañeros para ir armado? ¿Y para usarla por una nimiedad? Debemos buscar respuestas a estas preguntas antes de que las zarzas invadan el jardín.

viernes, 1 de abril de 2011

Imagen del viernes y abril

Así impresiona la retina la luz de un viernes de abril en Sevilla, y así dispone el ánimo para el fin de semana: una cromática exuberancia de expectativas.


Foto: Gominas Power blog.

Viernes y abril

Por fin viernes, el final de semana que se anhela como un oasis en los desiertos llenos de coches y gente por donde arrastramos el alma pesada de rutinas. Un viernes que nos trae a abril, un mes más o un mes menos, según se mire la botella de la vida. Avanzamos o retrocedemos en función de los ánimos que dan corriente a los músculos y neuronas que se creen que soy yo, una persona, algo vivo. Pero el viernes nos aligera del sopor ante unas horas de asueto, de engañosa libertad para hacer lo que las obligaciones nos impiden. Cambiamos unos hábitos impuestos desde fuera por otros impuestos por nosotros mismos, como el de estirar las piernas y dejar el coche aparcado. Es la salida al patio de esta cárcel social en la que estamos apresados. Y aunque no podemos ir muy lejos, al menos vemos por encima de los muros el cielo azul y recibimos el beso del viento en la cara. Una cerveza nos ayuda a soñar. Es viernes y llega con abril. Será que las hormonas o la alergia despiertan una piel aletargada e insensible que me cubre por completo. Será por eso. Por lo que sea, celebro este día y saludo al nuevo mes. Hola.