miércoles, 30 de mayo de 2018

Las niñas de Balthus

"Teresa soñando" de Balthus
A finales del año pasado (diciembre 2017), el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MET) tuvo que rechazar sin ambages una petición, firmada por casi nueve mil ciudadanos, para que retirara un cuadro del artista francés de origen polaco Balthus, seudónimo de Balthazar Klossowski de Rola, titulado Teresa soñando, en que aparece una niña a la que se le ven las bragas. La obra data de 1938 y, como otros cuadros con niñas  púberes de Balthus, crea controversia por la reacción que provoca en algunas personas, que ven en el lienzo una incitación sexual o una alegoría de la pederastia, aunque los expertos aprecian que la obra irradia luz propia y pureza. 

Aquella petición de censura, a la que afortunadamente no hizo caso el MET, advertía de que la niña aparece en el cuadro en una posición “sugerente”, por lo que parecía “perturbador” que el museo exhibiera esa pintura, precisamente en pleno auge del escándalo de acosos y abusos sexuales cometidos por el productor Harvey Weinstein a actrices de Hollywood.

"Olympia" de Manet
Aunque es cierto que existe el debate sobre el carácter perturbador de algunas de las obras de este artista figurativo, por centrarse en la figura de niñas púberes en posturas desenfadas o recostadas, tal criterio llevaría a censurar la Venus de Urbino de Tiziano, Olympia de Manet, Dánae de Klimt, La maja desnuda de Goya o La maja del espejo de Velázquez, entre otras muchas. Y obligaría a recuperar la hoja de parra para tapar las “vergüenzas” en las esculturas o cubrir totalmente el cuerpo de la mujer, como todavía obliga el Islam más radical en algunos países musulmanes hoy en día.

Sin embargo, la figura femenina, sea niña o mujer, siempre ha sido objeto del arte por inspirar un ideal de belleza, representar sentimientos o conceptos y expresar valores o sensaciones, aunque también puede reflejar la mentalidad del autor y su época, e, incluso, la dicotomía entre el deseo y la destrucción, el Eros y el Tánatos que la mujer encarna por su capacidad de engendrar vida o negarla. Es por ello que un ingente número de obras del arte más universal son representaciones femeninas. Y la mayoría de ellas son desnudos femeninos, una desnudez alegórica que trasciende la corporeidad de la figura femenina. También es verdad que predomina la visión masculina del autor, que contempla el desnudo femenino en la obra pictórica con naturalidad, no así el masculino.

"Dánae" de Klimt
Pero más allá de la pretensión del autor, es la mirada del observador la que insufla juicio estético e intencionalidad, da sentido a lo observado, en función de la perspectiva cultural desde la que se mira y la interpretación que se haga a través de la propia capacidad artística para contextualizar la obra. Es lo que condiciona que no sea lo mismo mirar un cuadro con la actitud mojigata de la época victoriana que desde los tiempos en los que la mujer ha conquistado su derecho a la igualdad. En cierta forma, sucede con el arte algo parecido a la interpretación de los textos literarios que estudia la semiótica, al distinguir que existe una intentio auctoris (lo que pretendía expresar el autor), intentio operis (lo que dice realmente el texto) e intentio lectoris (lo que interpreta el lector). La pintura, como un lenguaje más, está nutrido de referencias y signos simbólicos que pueden ser interpretados con diferentes significados, con diferentes sentidos.

Quien observa proyecta su moral y hasta sus prejuicios sobre la obra pictórica, como hicieron quienes protestaron en Nueva York, y puede llegar a considerarla obscena o sublime, según los significados que sea capaz de percibir y los estereotipos culturales con que la interprete. De ahí que se puedan hacer lecturas morales del arte en distintas épocas y sociedades. Pero de lo que no hay duda es que siempre existirá debate sobre la relación entre el arte, la moral, el sexo, la religión y hasta la política o, mejor dicho, el poder.

"La maja del espejo" de velázquez
Lo más significativo de toda esta polémica es que a muchas personas les puede parecer “provocativa” y “sugerente” la pintura de Balthus porque en su lenguaje pictórico utiliza niñas que duermen, se relajan o no tienen cuidado de su postura, pero no muestran la misma preocupación para censurar la escandalosa pobreza que nos perturba a diario a causa de la sugerente codicia del orden capitalista global. Al parecer, son sensibilidades distintas y, a veces, contradictorias. Pero existen diferencias: el arte no ocasiona víctimas como la pobreza, a pesar de que para algunas mentes sea más peligroso una obra artística que el hambre y un sistema económico que condena al empobrecimiento a la mayor parte de la población. Cuestión de gustos.        

lunes, 28 de mayo de 2018

La agonía del Partido Popular

El Partido Popular era la formación política que englobaba toda la derecha española, desde la más extrema y reaccionaria hasta la liberal y centrista. La formación, fundada en 1990 por el exministro franquista Manuel Fraga Iribarne, en realidad era una refundación de la vieja Alianza Popular que el mismo Fraga, junto con otros herederos del franquismo, constituyó en 1976, tras la muerte del dictador y durante la Transición, para acoger a la derecha nostálgica y, por extensión, todo el pensamiento conservador español (desde el democristiano hasta el neofranquista) entre las fuerzas que podían tener representación parlamentaria en la Democracia recién reinstaurada en el país. No obstante, mientras Fraga estuvo al frente de ambas formaciones no consiguió nunca acceder al Gobierno pues los resultados electorales no se lo permitían. Sólo cuando designó presidente del Partido Popular a José María Aznar, en 1990, que modernizó las estructuras del partido y actualizó sus mensajes, pudo esta formación convertirse en partido de Gobierno, aprovechando, además, el desgaste y los problemas de los gobiernos socialistas del PSOE. De este modo, Aznar gobernó dos legislaturas, desde 1996 a 2004, durante las cuales impulsó una economía marcadamente neoliberal y ejerció el cargo con autoritarismo político, puesto que nada se hacía si no estaba previsto en su “libreta azul” y la desregulación fue el objetivo declarado de sus medidas económicas. Fue así como, con Aznar al frente del PP, la derecha logró gobernar este país por primera vez en democracia, aunque dejando un lastre ideológico y de corrupción que ha condicionado el futuro del partido hasta el extremo de padecer, en la actualidad, una auténtica agonía que presagia su inevitable desaparición.

Pero, por respeto a la precisión, hay que aclarar que, tras el fin de la dictadura y para evitar ser un anacronismo político en Europa, una derecha reformista conformada por las personalidades menos dogmáticas del franquismo había tomado las riendas del poder para proceder a una liquidación controlada de aquel régimen y construir otro de características democráticas. Esa derecha reformista gobernó durante el período 1976 a 1982, durante el cual la UCD de Adolfo Suárez (un exsecretario general del Movimiento) pilotó la transición política de España. Gracias a las iniciativas por la recuperación democrática adoptadas en aquel período, en 1976 se celebraron en España las primeras elecciones democráticas y, en 1978, se aprobó la Constitución que convertiría España en un Estado democrático, social y de derecho, acorde con los estándares democráticos de nuestro entorno europeo y las democracias occidentales más asentadas. Esa Constitución y las libertades que amparaba posibilitaron que, por primera vez desde los tiempos de la Segunda República, la izquierda socialista, encarnada por el PSOE de Felipe González, formara gobierno en 1982 y lo retuviera hasta 1996, fecha en que el PP de Aznar le dio la alternancia al frente del Ejecutivo.

No obstante, y sin necesidad de remontarse a las extintas UCD y Alianza Popular, se puede afirmar sin faltar a la verdad que tanto el Partido Popular de Aznar como el actual de Mariano Rajoy se han caracterizado por ser una formación de ideología muy conservadora y una moral corrupta, condiciones que han orientado su comportamiento e impregnado sus iniciativas de calado social. El ideario del PP es depositario de un pensamiento reaccionario a la hora de reconocer derechos consecuentes con la realidad de una sociedad moderna, plural y abierta a la libertad. Así lo ha demostrado cada vez que ha podido con sus votos en el Parlamento y sus políticas de Gobierno. En 1981, por ejemplo, se opuso ferozmente a reconocer el divorcio para la disolución del matrimonio civil, alineándose con las posturas eclesiásticas más cerriles que lo consideraban “una invitación a la infidelidad”. Esa misma derecha, aposentada en los escaños del Grupo Popular, se opuso también, interponiendo recurso al Tribunal Constitucional, a la ley que, en 1985, despenalizó el aborto, a pesar de estar limitado a determinados supuestos. Su conservadurismo no entendía la importancia de dejar de considerar el aborto como un delito que conducía a la cárcel a muchas mujeres, simplemente por consideraciones religiosas más que científicas. Y todavía continúa sin entenderlo porque esa derecha, tutelada ya por Rajoy, volvió a interponer recurso, en 2010, a la liberalización del aborto que propició la Ley de Salud Sexual y Reproductiva del Gobierno de Zapatero. Incluso intentó, cuando recuperó el Gobierno en 2012, endurecer la ley y volver a la de los supuestos, pero la fuerte movilización ciudadana en contra de esa reforma regresiva de Ruiz-Gallardón, su ministro de Justicia, aconsejó paralizar la medida. Guiados con idéntico conservadurismo, pero desde mucho antes, el Partido Popular de Mariano Rajoy había procurado en 2005 paralizar, también mediante recurso al Constitucional, la Ley del Matrimonio Igualitario que permitía a las parejas homosexuales poder casarse y tener los mismos derechos que el matrimonio heterosexual. Afortunadamente, y a pesar de estar integrado por una mayoría de magistrados conservadores, el tribunal resolvió la constitucionalidad de la ley, permitiendo que nuestro país se sitúe entre los más avanzados del mundo en materia de tolerancia sexual y reconocimiento de derechos a todas las orientaciones sexuales e identidades de género. Y todo ello a pesar del rechazo frontal del PP y sus denodados esfuerzos por impedir leyes acordes con la diversidad y la tolerancia de un país ya instalado en la libertad.

Pero si esta ideología tan conservadora y contraria al progreso en las normas y costumbres sociales ha alejado al Partido Popular, como evidencia esta muestra de su comportamiento, de una parte considerable de la población, incluido el sector conservador que no rechaza la evolución de las costumbres y la necesaria ampliación de derechos, es su moral indulgente con la corrupción lo que le ha granjeado una creciente e radical desconfianza entre su electorado, el cual, tras años de escándalos, se muestra harto de unas siglas que no acaban de desvincularse de prácticas encadenadas de una corrupción que parece sistémica. Tan enorme es el descrédito que, más que su conservadurismo ideológico, es esa moral corrupta, comprensiva cuando no cómplice con los amigos de lo ajeno, lo que está provocando que el PP padezca en la actualidad una auténtica agonía, sin fuerzas ni argumentos ya para reconducir la situación, que preludia su final como partido político. Un final agónico que se ve favorecido por la aparición de una formación emergente en la derecha española, de talante moderno en lo social y sin estigmas de corrupción, que le disputa con éxito el liderazgo conservador en España.

Sin embargo, no hay que culpabilizar de todo este suplicio del PP a Mariano Rajoy, aunque sí se le puede hacer responsable de no haber actuado con diligencia, contundencia y celeridad para afrontarlo y cortar de raíz todo atisbo de podredumbre en sus filas. La persistencia de la corrupción en el PP viene de antiguo, de cuando siquiera estaba penado la financiación ilegal de los partidos ni éstos eran considerados personas jurídicas a las que se podía enjuiciar. La historia de su convivencia y connivencia con la corrupción es anterior a la época de Rajoy al frente del partido, aunque él haya sido un elemento destacado de su engranaje, en el que, durantes más de 35 años ocupando toda clase de puestos en el aparato y en las instituciones, ni siquiera siendo invidente podría ignorar los tejemanejes y las tramas en que ha estado inmerso el PP casi desde su fundación.

Por eso no es necesario remontarse a la época de Rosendo Naseiro, aquel extesorero –otro más- heredado por Aznar desde los tiempos de Fraga, que motivó una primera investigación, por sospechas de corrupción, en un caso que fue providencialmente sobreseído porque las grabaciones que revelaban una red de sobornos a cambios de recalificaciones no se aceptaron como prueba judicial. Ni tampoco el caso del lino, un fraude en el cobro de subvenciones europeas por inflar artificialmente la producción de lino textil, que afectaba a personas relevantes de la Administración, empresarios y agricultores en comunidades gobernadas por el PP, y en el que los imputados resultaron absueltos por la Audiencia Nacional. El río de la corrupción ya comenzaba a sonar en las alcantarillas del PP desde, al menos, finales de la década de los 80 del siglo pasado.

Pero cuando de verdad empezó a revelarse la predeterminación genética para el tráfico de influencias y el enriquecimiento ilegal fue en ese período de ínfulas imperiales de un José María Aznar que, engreído hasta la soberbia, se encaprichó con una boda de Estado en El Escorial para casar a su hija, con asistencia de destacados políticos extranjeros, Silvio Berlosconi entre ellos, junto a invitados que hoy forman parte de la trama Gürtel, como Francisco Correa o Álvaro Pérez El Bigotes, o eran insignes figuras de su camarilla gubernamental o del partido, como Rodrigo Rato, Jaume Matas, Ana Mato, Miguel Blesa y tantos otros, a los que la Justicia ha ido poniendo en su sitio. El último de ellos, Eduardo Zaplana, acaba de entrar en prisión para elevar a 12 la cifra de exministros involucrados con la corrupción de los 14 que conformaron el Gobierno de Aznar en 2002. Rara era la comunidad o la Administración bajo poder del PP que no generara la turbiedad de las irregularidades y las corruptelas en su seno. Madrid, Valencia, Baleares, Murcia, junto a apellidos de merecida fama como Camps, Fabra, etc., sirven para nominar casos y escándalos de corrupción que hacen de este mal una enfermedad congénita del Partido Popular.
 
Pero es la sentencia recién conocida del caso Gürtel la que retrata y da la puntilla a un Partido Popular que ya no puede negar su simbiosis con la corrupción ni eludir su responsabilidad en lo que ha dejado de ser una ristra de casos particulares y aislados  para convertirse en el cáncer que hace agonizar al PP. Que todos sus tesoreros acaben siendo imputados o investigados por diferentes delitos e irregularidades; que decenas de ministros, alcaldes, presidentes de gobiernos autonómicos, congresistas, senadores, consejeros, concejales, directores de empresas públicas y un sinnúmero de políticos y colaboradores, adscritos todos ellos al PP, hayan sido imputados o condenados por corrupción; y que esta organización sea el primer partido nacional condenado en democracia por corrupción institucional, todo ello hace del Partido Popular un proyecto agotado y en estado agónico. Y que la comparecencia de Rajoy como presidente de Gobierno para testificar en el juicio, y la de Álvarez Cascos, Ángel Acebes, Javier Arenas, Jaime Mayor Oreja y Rodrigo Rato, también interrogados en calidad de testigos, no merezcan la más mínima credibilidad del tribunal, demuestra que la desconfianza y el descrédito de la ciudadanía con la marca popular está sobrado de razones. Porque es la corrupción, y no su ideología conservadora, lo que ha distanciado al PP de sus votantes, hastiados ya de prestar apoyo a delincuentes que han utilizado unas siglas para satisfacer su avaricia y rapiña lucrativa. Y ya está bien.

domingo, 27 de mayo de 2018

Carreras abusivas


Las carreras populares, aparte del Maratón, son actividades deportivas que desde hace relativamente poco tiempo se vienen celebrando en distintos distritos, si no en todos, de la ciudad de Sevilla. Persiguen el fomento de esta especialidad deportiva y la participación ciudadana, además de orillar la utilización del automóvil, al menos durante el tiempo en que transcurre la carrera y por las vías de su recorrido.

No hay duda de que son beneficiosas para la salud de los corredores, la limpieza del aire de la ciudad, el prestigio técnico y comercial de los organizadores y patrocinadores e, incluso, para la economía de bares y comercios existentes en el trayecto y en la meta de la carrera. Tampoco se discute el derecho de los deportistas a compartir la vía pública ni la facultad de las autoridades para autorizar este tipo de eventos.

Lo que se cuestiona es el elevado número de carreras que cada año se celebra en la ciudad y la nula información que se facilita a los vecinos afectados por ellas. No avisar con antelación de los cortes de calles y las limitaciones al tráfico rodado a que se ven sometidos, aunque sea por un tiempo limitado, barriadas enteras de la ciudad, constituye un abuso inaceptable por parte de los responsables de estas carreras y de las autoridades que las permiten. No se pueden aislar y dejar totalmente incomunicados barrios de Sevilla a causa de una actividad más festiva que deportiva, ni siquiera durante las pocas horas que dura el evento.

Sin embargo, es lo que sucede con muchas de estas carreras, como la que se celebra cada año el último domingo de mayo en el distrito Macarena Norte, que impide a los automovilistas salir o entrar a barriadas tan pobladas como Los Arcos, Nuevo Parque, un sector de San Diego y Las Almenas, aún tengan la obligación de hacerlo por imperativos laborales, una emergencia de cualquier tipo o el mero derecho al ocio y al desplazamiento. Ningún anuncio en los medios de comunicación de masas ni carteles en las vías afectadas advierten con antelación a los vecinos de estas barriadas acerca de las limitaciones al tráfico que sufrirán por causa de una carrera popular, a pesar de ser un evento previsible que cuenta con un gran número de voluntarios dispuestos a impedir la circulación de vehículos a motor.  

No es la primera vez, ni será la última, que estas carreras producen altercados con algunos vecinos a los que se les niega la posibilidad de utilizar su coche, sin importar el motivo que le impulse a ello. El derecho a correr prevalece sobre el derecho a la libre circulación del ciudadano, sin que se tomen medidas para compaginar ambos derechos. Tomar en consideración la posibilidad de que algunas personas tienen que obligatoriamente utilizar su vehículo cuando otros se divierten, es algo que se solventaría con la simple notificación previa del evento. Este aviso no sólo sería de agradecer sino que sería una muestra de hacer bien las cosas, pensando en todos y no exclusivamente en los corredores y demás beneficiarios con su organización. Una simple nota con la que se conseguiría que dejaran de ser consideradas unas carreras abusivas. ¿Es mucho pedir?

sábado, 26 de mayo de 2018

El contable


Mientras el contable atendía sus obligaciones con rigor y celo, dedicándoles el tiempo que fuera necesario, su mujer permanecía al cuidado de la casa y los niños. Durante los primeros años, esa rutina en ambos apenas sufrió modificaciones y permitió al matrimonio disfrutar de estabilidad económica y labrarse un prestigio de personas serias y formales, quizá un tanto distantes pero educadas en su trato con los vecinos, con quienes en realidad no entablaban amistad ni consentían confianzas.

La importante empresa para la que trabajaba el contable le confirió, con el tiempo, mayores cargas de responsabilidad, hasta el extremo de confiarle el control absoluto de las cuentas, dada su sólida profesionalidad y probada eficacia al frente de los libros de contabilidad. Había demostrado con creces su habilidad para cuadrar al céntimo los balances y, en ocasiones, no eludir las indicaciones de maquillar movimientos atípicos de capital para que no perjudicasen a la empresa ni a sus propietarios. De este modo, llegó a conocer secretos o irregularidades que afectaban a todos, por lo que su peso en la empresa llegó a ser enorme y su labor, imprescindible. De igual forma, sus emolumentos también se incrementaron considerablemente, lo que se trasladó a su nivel de vida y a un ascenso social entre las clases acomodadas. No en balde era el responsable de cobros y pagos a proveedores, clientes y empleados de la empresa, así como de autorizar las nóminas, pagas extras, gratificaciones y cualquier gasto complementario con el que se retribuyera al personal. Incluso las percepciones a la dirección y los altos ejecutivos, junto a sus gastos de representación y pluses, en metálico o mediante tarjetas, debían contar con su visto bueno. No entraba ni salía un euro de aquella empresa sin su conocimiento y autorización.

Su mujer se acostumbró enseguida a ese estilo de vida y a frecuentar las tiendas más elegantes de la ciudad, veranear en destinos lejanos y exquisitos, y acudir a los bancos para realizar las transacciones que le encomendaba su marido. Lo creía tan ocupado que ella asumía aquellas gestiones bancarias, sobre todo una vez que los hijos ya no acaparaban su tiempo y en la casa contaba con ayuda doméstica. Su confianza en él era tan grande como el amor que se profesaban. Desde que se conocieron en la facultad y unieron sus vidas, atravesando juntos dificultades y momentos de felicidad, ninguna grieta se había producido en su matrimonio. También en este aspecto su fidelidad constituía una rareza en el ambiente elitista en el que se desenvolvía, donde predominaban los divorciados y emparejados en segundas o terceras nupcias. Era verdad, por extravagante que resulte, que su marido la adoraba. Y ahora que la fortuna les sonreía, aún más. De hecho, ella era para el contable tan importante o más que el dinero. Y sin una y otro, él no se imaginaba la vida.

Pero la situación se torció. Una investigación a la empresa y el descubrimiento de la financiación paralela que mantenía con la dolosa intención de ocultar ingresos, gastos y pagos que no se reflejaban en la contabilidad oficial, ocasionaron la imputación, primero, y la condena, después, del contable y de otros cargos de la empresa. Durante el juicio quedó demostrado el enriquecimiento irregular del contable gracias a comisiones, contratos y demás transacciones que una contabilidad fraudulenta favorecía. Y de la que su mujer participaba al mover las ganancias de una cuenta a otra en bancos en los que tenía firma autorizada. Eso era lo que más dolió al contable, pues ella también había sido condenada a penas de cárcel, por cómplice. Y lo que hizo que creciera la inquietud en la empresa, donde temían que ahora el contable, por salvarla a cualquier precio, revelara hasta dónde alcanzaba la trama corrupta en aquella organización, en la que él era un simple pero lucrativo contable.

martes, 22 de mayo de 2018

El “chalet” de Podemos


Que la política es más de “clichés” que de argumentos, más escaparate que contenido o, si lo prefieren, más pragmatismo que ideología, es algo de sobra conocido hasta por el más iluso e ingenuo de los ciudadanos, sea votante o abstencionista. Son pocos, muy pocos los que creen a pie juntillas las afirmaciones y promesas de los políticos, como también son contados los que leen los programas electorales de los partidos y confían candorosamente en su cumplimiento. Tal actitud, nacida del recelo, es un “prejuicio” que se manifiesta con la expresión, cada vez más extendida, de que los políticos “son todos iguales”, aunque algunos sean más iguales que otros. Lo malo es que este prejuicio no es fruto sólo de la intuición y la desconfianza sino que se alimenta de la experiencia y las frustraciones que depara la gestión política, presa siempre de lo posible. Y por si hubiera alguna duda, ha venido ahora Podemos a confirmar este aserto que, a la larga, provoca desafección en los ciudadanos.

Podemos era la última promesa partidaria, como formación emergente de nuevo cuño en la izquierda del espectro ideológico, que supuestamente iba a depurar la vieja política de hipócritas y fariseos que simplemente parasitan el erario público, pendientes antes de su bienestar personal que del interés general de la población, mediante el ejercicio “profesional” de la política, en cargos orgánicos o institucionales, de por vida. Prometían en Podemos, partido nacido al calor de las manifestaciones del 15M del año 2011 y de aquella “indignación” exteriorizada por los ciudadanos, luchar contra la “casta”, término con el que aludían a la clase política instalada en un bipartidismo que se alternaba en el Gobierno y que había surgido del sistema clientelar heredado de la Transición. A los dirigentes podemitas, jóvenes de extracción universitaria que pululaban la izquierda desde atriles académicos, se les llenaba la boca con promesas de que jamás cometerían los mismos “pecados” que esos indignos políticos de la “casta”, ni participarían en la trama de intereses cruzados que enreda la política con la economía y las elites y maniata su actividad, haciéndola comulgar con objetivos espurios. Aseguraban convencidos que, debido a su entrega y compromiso con la gente común, serían fácilmente identificables hasta por su indumentaria, puesto que su conducta personal y su quehacer político no se apartarían nunca de los de “abajo”, de la gente de la que decían proceder: en definitiva, del “pueblo”, ese ente indeterminado de colectividades, parecido al Volksgeist romántico, que sólo ellos serían capaces de representar con fidelidad, honestidad y lealtad. Y, de hecho, a Podemos le ha ido muy bien porque con ese discurso, en sólo siete años y sin experiencia previa, ha recorrido el camino que a otros ha supuesto décadas para acceder a los aledaños del poder y conseguir capacidad de influencia social y de modificación de la realidad. Así, partiendo de la nada, Podemos ha conseguido ser, hoy, la tercera fuerza política del país, y a punto está de alzarse con la segunda, si ellos mismos no se traicionan.

Pero ha bastado un “chalet” para que esa imagen idealizada de partido transversal de inmaculada pureza se vaya al garete. El icónico “chalet”, símbolo de clase media acomodada del desarrollismo y signo externo de una burguesía clasista y en connivencia con el “sistema”, ha dado la puntilla a una organización política tal vez novedosa en su forma (inscritos, círculos, etc.), pero contaminada con demasiados “tics” que recuerdan el culto al líder, el dirigismo asambleario, la cooptación orgánica entre afines y familiares y, ahora, esa tendencia hacia los mismos apetitos materiales y clasistas de cualquier pudiente del capitalismo o… del comunismo más rancio. El chalet del imaginario popular, con el que sueña todo españolito, ha destruido la laboriosa construcción de imagen en Podemos, tan dado a los golpes visuales de efecto o las performances mediáticas. Y también ha bajado del pedestal a su líder, el carismático Pablo Iglesias.  

El profesor Iglesias, secretario general del partido y líder indiscutido, e Irene Montero, su compañera sentimental y portavoz del grupo parlamentario en el Congreso, anunciaron ante la prensa, antes de que se descubriera, la compra de un chalet de más de 250 metros cuadrados, construido sobre una parcela de 2.000 metros cuadrados, con piscina y casa de invitados, en Galapagar, una elegante urbanización a las afueras de Madrid. Aclararon que, para poder adquirir esa casa de campo, valorada en más de 600.000 euros (100 millones de las antiguas pesetas), habían suscrito un préstamo hipotecario de 540.000 euros, por el que abonarían unas mensualidades de 1.600 euros  durante treinta años, deuda a la que harían frente gracias a sus respectivas solvencias económicas. Subrayaron, incluso, a modo de justificación, que adquirían esa propiedad para desarrollar un proyecto de vida en común ante la próxima llegada de los hijos que espera la pareja. Sin embargo, todos esos pormenores de la operación no ocultan, a pesar de su aparente transparencia, el conflicto surgido en el maridaje de las convicciones con los hechos o, como comenta cualquier “desencantado” en la barra de un bar, la incoherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
 
De inmediato, les han llovido las críticas, fundamentalmente por ser ellos los adalides de la humildad, el desinterés material y la entrega generosa y sin ambiciones a la “cosa pública”. Nadie discute el derecho de esta pareja de políticos a acceder a la vivienda que les apetezca y pueda costearse, así como de buscar el ambiente más idóneo, a su juicio, para la crianza de sus futuros hijos. Son anhelos que todos los españoles comparten, pero que una gran parte de los mismos no puede alcanzar por las dificultades de la vida. Dificultades que, precisamente, estos políticos decían combatir desde su voluntaria alineación con los más necesitados y su renuncia a los privilegios que caracteriza a las clases acomodadas que tanto han denostado en sus intervenciones. De ahí el impacto de la noticia y la polémica que ha desatado, no sólo entre los inscritos (afiliados) de Podemos, sino entre la ciudadanía, en general, y sus oponentes políticos, en particular. Y para hacer frente a tales críticas, la formación que dirigen ha convocado una consulta para que sean las bases las que decidan, a través del voto telemático, si el secretario general y la portavoz deben dejar sus cargos a causa de este asunto. Será la primera vez que un asunto personal se dilucida en Podemos como una cuestión estratégica que afecta al conjunto de la sociedad. Mal precedente para la moral política, condicionada al sufragio.

Pero pésima solución para esquivar un problema. Porque lo que se cuestiona no es el derecho de Iglesias y Montero a la propiedad y ser dueños de un chalet, sino la contradicción de un posicionamiento ideológico que deplora ese enriquecimiento patrimonial, legítimo en los que puedan permitírselo, con la conducta personal de unos líderes que no hacen asco a lo que antes les ofendía, el lujo y la ostentación obtenidos, no mediante el robo y la corrupción –que no es el caso, gracias a Dios-, sino por la desigualdad de oportunidades de una sociedad injusta, en la que las condiciones de origen favorecen a unos pocos y perjudican a la mayoría. Justamente, lo que estos líderes prometían erradicar con su forma de proceder y con las políticas que propugnaba su formación. Se critica la falta de coherencia entre la teoría y la praxis de lo que se predica y la hipocresía manifiesta que practican estos supuestos profetas de la moralidad pública y la austeridad personal en pos de la felicidad y el bienestar colectivos.

Pero, por la forma de reaccionar ante unas críticas que resulta increíble no hayan previsto, hay que señalar que las mismas no forman parte de una caza de brujas ni de ninguna campaña de acoso contra unos dirigentes afortunados que tienen la posibilidad de vivir dignamente. Se trata, simplemente, de dilucidar el grado de credibilidad y la confianza que merece una formación en la que han aflorado “irregularidades” y comportamientos contrarios a su propio ideario y a los criterios éticos de los que hacían alarde. Porque el tufo elitista del chalet de Iglesias y Montero no es un detalle puntual y aislado en Podemos, sino la gota que podría colmar el vaso de tolerancia de sus seguidores frente a la desfachatez y la sinvergonzonería. El chalet de pequeño-burgués de estos líderes privilegiados se suma las irregularidades de Monedero con Hacienda a la hora de declarar sus ingresos, a las “facilidades” contractuales concedidas a Errejón para realizar un trabajo remunerado de investigación para la Universidad de Málaga y hasta la multa a Echenique por la contratación irregular de su asistente doméstica. Todo este rosario de indicios sobre conductas improcedentes entre los líderes de Podemos es sintomático de algo mucho más grave y peligroso: de un engaño premeditado y continuado a los ciudadanos, en general, y a sus votantes, en particular.

Juzgar con una votación la honestidad, la coherencia y la credibilidad que demuestran Montero e Iglesias al adquirir una casa de lujo, después de las soflamas acusatorias que han dirigido a los detentadores de tales signos de riqueza, aunque esa riqueza se haya obtenido por medios legítimos y legales en una sociedad capitalista como la nuestra, resulta ridículo y causa sonrojo. Sus contradicciones no las resuelve una votación ya convenientemente aleccionada desde la cúpula, sino que se asumen de manera individual. Es cuestión sólo de reconocer el error y dimitir, sin hacer recaer la decisión en nadie. Pero si lo que se pretende es esquivar la responsabilidad para seguir aconsejando lo que no se es capaz de hacer, nada mejor que aparentar dignidad ofendida y montar otro espectáculo de “democracia” directa a través de las redes sociales. Es el mismo método de aquellas votaciones asamblearias, ahora on line, que tanto gustan a los dirigentes que se creen providenciales. Y todo por un chalet.     

domingo, 20 de mayo de 2018

El parque de Sevilla

Estos días de sol por las mañanas y tardes de lluvia dan lugar a que el aire sea límpido y la masa vegetal de la ciudad exhiba su mayor esplendor, coincidiendo, además, con la floración primaveral que engalana de color plantas y arbustos. Pero donde mejor se aprecia la plenitud de vida y belleza vegetal es en el parque de Sevilla, el parque por antonomasia de la ciudad y que generaciones de sevillanos han conocido de siempre: el Parque de María Luisa.

Visitar este parque es descubrir en cada ocasión rincones nuevos o remozados, perspectivas inéditas e imágenes sorprendentes que antes habían pasado desapercibidos. Y en estos momentos, en que se suceden días  de sol y lluvia, el parque luce sus mejores galas en paseos, jardines y parterres, en los que la sombra de árboles enormes que bordean los caminos, matorrales que densifican el paisaje y  plantas que cubren el suelo con una alfombra verde y fresca, hacen que el Parque de María Luisa rebose de una vitalidad y un esplendor que cautivan los sentidos. Volver a recorrerlo es recordar tiempos felices de la niñez o la juventud que, ahora, cuando nuestros ojos emocionados constatan la magnitud de aquel vergel, apreciamos como auténtico privilegio poder disfrutar siempre del Parque de María Luisa, el parque de Sevilla.

Foto: Elena Guerrero




viernes, 18 de mayo de 2018

Las manos ensangrentadas de Israel


El pueblo judío, víctima del Holocausto en tiempos de Hitler, no puede sentirse orgulloso ni representado por las autoridades que gobiernan su país cuando, con sus actos, éstas mancillan una memoria de persecución y muerte al hacer valer la fortaleza de un Estado intransigente, soberbio hasta la desobediencia de la legalidad internacional y proclive a emplear una violencia excesiva y desproporcionada. El Gobierno del Estado judío ya no se acuerda de su pasado y es incapaz de mostrar misericordia hacia otro pueblo, uno más, empujado al destierro y la miseria. Hoy, Israel se comporta como un verdugo cuando expulsa a los palestinos de sus tierras y los acorrala en espacios cada vez más reducidos en Gaza y Cisjordania, bajo su control absoluto como fuerza ocupante, sin hacer ascos al asesinato de civiles desarmados que se manifiestan, con toda la razón del mundo, contra tanta opresión, y que lo hacen, para que no se olvide, con ocasión del 70º aniversario de aquella “catástrofe” que los expulsó al exilio, a padecer otra diáspora de mucha menor magnitud que la judía, pero igual de injusta e inaceptable.

Ese Estado soberbio, intransigente y cruel es el actual Israel, creado hace 70 años para que los judíos tuvieran una nación y regresaran a sus casas, teniendo que convivir para ello con el pueblo palestino, con el que está obligado a compartir territorio y con el que se niega acordar la solución más sensata de los dos Estados, ambos soberanos, democráticos e independientes, pero en pacífica y fraternal relación, dentro de los límites establecidos por la legalidad internacional. Los palestinos, superados ya los tiempos del enfrentamiento visceral entre el terrorismo de Al Fatah y los comandos projudíos que perpetraban masacres como las de Sabra y Chatila, reconocen al Estado de Israel y su derecho a coexistir en la zona, respetando las fronteras de 1967 y otras resoluciones de la ONU, lo que no les exime de ver cómo sus límites territoriales menguan y son sellados con muros infranqueables, donde permanecen confinados y sometidos a la infiltración continua de colonias judías que intentan colonizar la totalidad de lo que ya son meras “reservas” de palestinos..

El pueblo judío, ayer víctima del odio criminal nazi, tiene hoy las manos ensangrentadas, por culpa del gobierno sionista, a causa de la muerte de palestinos inocentes a los que el Ejército israelí reprime con balas y munición de guerra, provocando verdaderos baños de sangre. Unos asesinatos de civiles que no tienen justificación ni excusa, como denuncian Nicolay Mladenov, coordinador especial de la ONU para el proceso de Paz de Oriente Próximo, y el expresidente de la Kneset (Parlamento hebrero), Avraham Burg. A tales denuncias se añade la del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, quien recuerda que “querer saltar o dañar una valla fronteriza no justifica el uso de munición letal.” También en la sociedad israelí existen colectivos que expresan su rechazo a la actuación militar en Gaza, como es el caso de los integrantes de Meretz (izquierda pacifista), el de muchos intelectuales disconformes con su Gobierno, los miembros de la mayoría de las ONG y miles de ciudadanos judíos que no han perdido la memoria ni la sensibilidad con las que reclamar medidas menos drásticas y violentas, en la búsqueda de la paz y la concordia mediante el diálogo y el mutuo respeto, a ambos pueblos condenados a entenderse.

Porque no es con violencia y provocaciones, como gustan al Gobierno sionista de Israel y a sus aliados y poderosos protectores, como podrá alcanzarse algún día la solución del conflicto palestino-israelí. Con esa soberbia que tiende al uso de la violencia expeditiva, ni con la intransigencia que impone condiciones humillantes a la parte débil de los contendientes y que basa toda negociación a la aceptación de hechos consumados con ilegalidad y abuso, se podrá jamás conseguir ni imponer la pacificación de una región ya de por sí extremadamente delicada y explosiva, en la que confluyen intereses locales y geoestratégicos. No son la fuerza y la violencia ninguna solución, por muy poderoso que sea o se sienta Israel ni por muchos y formidables apoyos que disponga.

Israel ha desperdiciado una gran oportunidad para una paz estable y verdadera al desaprovechar la conmemoración del 70º aniversario de su creación para invitar a las autoridades palestinas a negociar en serio y con sinceridad sobre la viabilidad en la coexistencia de los dos Estados. Es verdad que hay otros asuntos que se han de abordar en esa negociación, como son el estatus de la ciudad de Jerusalén, la devolución de los territorios ocupados y el derecho al retorno de los palestinos expulsados, respetando la legalidad internacional y las resoluciones de la ONU. Son temas espinosos pero susceptibles al acuerdo, si se abordan con buena voluntad y empatía entre las partes.

Pero tal cosa es, precisamente, lo que falta. Y sobra soberbia. La que prefiere Israel para hacer uso de una violencia desorbitada y continuar con las provocaciones, contando con las bendiciones del ignorante Trump, el ínclito presidente norteamericano incapaz de tener un proyecto propio para Oriente Próximo. El presidente norteamericano y el israelí festejaron el 70º aniversario del Estado hebreo con el traslado de la embajada USA desde Tel Aviv a Jerusalén, una provocación que consagra la ocupación de una ciudad simbólica para convertirla, de manera unilateral y por la fuerza, en capital del país judío, y una afrenta más a los palestinos, que se manifestaron en contra de tantos atropellos en lo que ha sido la peor jornada desde que comenzaron las manifestaciones, hace siete semanas, para celebrar la Nakba (Catástrofe), fecha del éxodo palestino hacia el exilio por haber sido expulsados de sus tierras..Esa protesta, que dejó un balance de 60 muertos y miles de heridos, todos a manos del Ejército israelí, que no sufrió ninguna baja, ha sido la peor jornada desde la última guerra de la Intifada. Netahyahu y Trump se muestran exultantes por el éxito de sus políticas intransigentes, soberbias y violentas.

Con las muertes del viernes pasado hemos perdido la cuenta. Queríamos llevar en este blog la contabilidad de las víctimas gazatíes abatidas por los francotiradores del Ejército israelí, cumpliendo órdenes de su Gobierno, pero hemos perdido el número de hombres, mujeres y niños asesinados impunemente por exigir el derecho al retorno a sus hogares y el respeto a las leyes internacionales que delimitaron las fronteras entre dos países, Palestina e Israel, para que esos pueblos puedan convivir en la que había sido la tierra de sus antepasados, de ambos. Israel, como suele, prefirió comportarse como matón y ser verdugo de una masacre de palestinos civiles e inocentes, ignorando y vilipendiando su propia memoria, la memoria del pueblo judío, sin que nadie le exija responsabilidades ni lo obligue a respetar la ley.

Quien podría hacerlo, se suma a su jolgorio. Y admite sus argumentos de que, en realidad, luchan contra terroristas en vez de contra una población desesperada, atrapada en refugios, exiliada y olvidada por todos en territorios constreñidos, donde el paro alcanza la cota más elevada del mundo y las carencias son la regla para todo, para lo básico y lo primordial. Israel combate letalmente contra un pueblo que no ceja en reclamar lo que es suyo y del que menosprecia, con las balas y gases lacrimógenos, aquella dignidad que exige para sí, para el pueblo judío. Ya hemos perdido la cuenta, porque son más de una centena los muertos y miles los heridos que tiñen de sangre las manos de Israel. Y esta carnicería algún día, tendrá que acabar.

lunes, 14 de mayo de 2018

Escritores sin libros


Todo el que publica un libro se considera escritor. Y la verdad es que, quien eso dice, no miente porque un libro se elabora escribiendo y armando un relato que, guste más o menos, es resultado del ejercicio de escribir, de juntar palabras para comunicar lo que el autor desea transmitir a sus lectores, sea ello ficción o ensayo. Desde ese punto de vista, casi se podría asegurar que lo escrito es lo de menos para que una persona se considere escritor o los demás así lo perciban. Porque un escritor se considera estrechamente vinculado al hecho de publicar un producto escrito. No se concibe un escritor sin obra. Y, sin embargo, estos proliferan más que los escritores con producción impresa.

De hecho, todo el que garabatea un folio empieza por imaginarse como un escritor en ciernes cuya obra está en proceso de creación. Se ve a sí mismo escritor, en su más romántico sentido. Y de la misma manera que existen escritores con libros cuyo ingenio y destreza son innegables, hay escritores sin libros con facultades más que sobradas  pero frustrados en el empeño, dado que no logran publicar ninguna obra, bien porque nunca la completan, bien porque no consiguen que nadie se la edite, ni siquiera mediante la autoedición. Pero haberlos, haylos, invisibles y anónimos que cada mañana se sientan ante el rectángulo en blanco, sea papel o en pantalla, para sentirse escritores desafortunados e incomprendidos que no alcanzan a producir ese libro con el que desean darse a conocer al mundo o, cuando menos, al entorno más cercano de familiares y conocidos.

Son los escritores sin libros, de los cuales, en ocasiones, surgen las renombradas firmas que todo lector avispado desea disponer en su biblioteca. Nunca se debe menospreciar al escritor sin libro, ya que es la mejor manera, si no la única, de iniciarse como escritor, aunque ese reconocimiento nunca llegue e incluso aparezca, con mucha suerte, como mérito póstumo. Y, ello, a pesar de que este país es de los de más alta producción editorial en lengua castellana, tanta que podría afirmarse que se imprimen más libros que lectores hay para leerlos. Pero una cosa no quita la otra. Que el hábito de la lectura no se prodigue no significa que la pretensión de escribir guarde relación con él. La pereza lectora no interfiere las ganas de escribir. Es por ello que se produce, de este modo, uno de los fenómenos más curiosos y contradictorios del mundo literario, en particular, y editorial, en general: la oferta supera a la demanda, salvo excepciones puntuales y señeras. Una gran parte de la población parece dispuesta a participar de la oferta productiva, escribiendo obras de cualquier género, mientras es minoritaria la que se decanta por consumir lo producido. Tal vez, en la existencia de esta peculiaridad estribe la dificultad que hallan los que se afanan por escribir sin llegar a publicar ni una línea: el mercado está saturado de escritores, plumillas y vividores del cuento, aunque ande escaso de autores de best sellers que hagan sostenible la industria del libro. Y es que no todo el mundo puede ser Stephen King, J. K. Rowling, Arturo Pérez-Reverte o Carlos Ruiz Zafón, por citar algunos ejemplos.

Se trata de una paradoja triste y un tanto injusta porque la rentabilidad no siempre es sinónimo de calidad y condena al ostracismo a muchos escritores sin libro de meritoria capacidad pero desafortunada habilidad para escribir lo que demanda el mercado. Algún día, alguien con conocimientos y talento tendrá que escribir un libro acerca de esos escritores sin libros que sus potenciales lectores no han tenido la oportunidad de descubrir, ni para bien ni para mal, por culpa de la desidia, el estilo, la temática o las circunstancias adversas de tantos autores desilusionados. Y no lo digo por mí, que conste, que yo ya soy autor de folletos.   

domingo, 13 de mayo de 2018

Azul y verde

   
El buen tiempo de una primavera que ha sido generosa en lluvias hace que el azul y el verde sean los colores que tiñen de limpio a Sevilla, un azul que cubre toda la bóveda celestial y un verde clorofila que hace brillar las hojas de los árboles, el césped de los jardines y las plantas de los parques. Perfilados sobre un cielo inmenso de azul, árboles y plantas lucen su mejor porte en una exuberancia vegetal que compite por captar la luz que les llega desde lo alto, desde ese azul que recorre el Sol diariamente y que cada vez le cuesta más ocultarse. En los parterres de calles y avenidas, el verde está salpicado de esas manchas cromáticas de flores que aromatizan el aire y saludan alegres a los que las contemplan. Toda Sevilla se halla engalanada de azul y verde para deleite de los sentidos, aunque muchos no perciban ese traje que luce la ciudad durante la estación más coqueta y afortunada del año. No hay más que levantar la vista al cielo o bajar la mirada a los jardines, no dejándonos esclavizar por las prisas, para quedar impresionados de tanta belleza, del azul y el verde de Sevilla en primavera.

sábado, 12 de mayo de 2018

TVE: de mal en peor


Aunque sea insistir en lo mismo y repetir lo consabido, hay que volver a señalar la nefasta dirección que, desde que gobierna el Partido Popular, se ha adueñado de Radiotelevisión Española (RTVE), el organismo de titularidad estatal que engloba a Televisión Española (TVE) y Radio Nacional de España (RNE), medios públicos de comunicación. Desde que Mariano Rajoy accedió al Gobierno en 2012, la mayoría absoluta que consiguió en el Parlamento le permitió designar sin consenso al director del Ente entre los correligionarios afines a su ideología y partidarios convencidos de las políticas conservadoras y sectarias que ha implementado su Ejecutivo.

Y decimos que el prestigio de la RTVE va a peor porque este Gobierno se ha empeñado en teledirigir, desde el primer día, los medios de comunicación bajo su control, marcando la directriz y el sesgo de la información que elaboran y difunden, sin respeto a la labor de los profesionales que trabajan en ellos ni la credibilidad e independencia a que deberían deberse o, al menos, perseguir. El deterioro laboral, la desconfianza entre los trabajadores y la fuga de los profesionales más destacados ha sido el triste balance de una gestión encaminada más a servir de apoyo propagandístico o gabinete de prensa del Gobierno que de servicio público a los ciudadanos, que es lo que justifica supuestamente su existencia.

Rajoy se encontró en 2012 con el mayor y más avanzado esfuerzo, por parte del anterior Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, de dotar a TVE de la autonomía financiera  y la independencia orgánica y profesional que jamás se haya acometido nunca. Ya en su momento hicimos una valoración de aquel proyecto reformista, que perseguía, en 2006, que la calidad y el prestigio fueran las señas de identidad de la Televisión pública española, siguiendo el modelo de la BBC inglesa. Fue entonces cuando se eliminaron los anuncios de una televisión que se entendía no debía competir por la tarta publicitaria con los medios generalistas privados, sino centrarse en su vocación de servicio público a cambio de una prestación a cargo de los Presupuestos del Estado que complementara la autonomía financiera del organismo. También se legisló para que el presidente del Ente Público fuese elegido por una mayoría de dos tercios del Parlamento para evitar lo que sucedió después, que el Gobierno de turno con mayoría absoluta impusiese de manera discrecional a su candidato, sin consenso. Y se elaboró un Estatuto de RTVE que posibilitaba la elección, sin consultar al Gobierno, de periodistas de intachable trayectoria para dirigir los espacios informativos de la Radio y la Televisión estatales con criterios profesionales, basados en la independencia y el rigor.

Todo aquello fue barrido de un plumazo por el Gobierno del Partido Popular, siguiendo la tradición de la derecha española de destruir y eliminar todo lo que la izquierda haya construido o impulsado. Así, del mismo modo que se ha dejado sin efecto la Ley de Dependencia al no dotarla presupuestariamente, se ha intentado denodadamente dar marcha atrás con la Ley del Aborto, se sigue obstaculizando con denuedo la Ley de Memoria Histórica o se efectuaron recortes draconianos, con la excusa de una crisis económica que no debiera afectarles, en la Sanidad, la Educación, las becas o en los subsidios y otras ayudas a desempleados y desfavorecidos, también se ha laminado la autonomía e independencia de los medios de comunicación de titularidad estatal, sometiéndolos a tutela gubernamental y a la conveniencia del partido en el Gobierno.

Una situación que ha devenido intolerable a causa de las denuncias periódicas de los propios profesionales de la RTVE y de los sindicatos con representación en el Ente, por los escándalos producidos constantemente por la emisión de informaciones tendenciosas y la omisión de noticias que perjudicaban al Gobierno o alguno de sus miembros, incluso por los desplantes y actuaciones de su presidente, no sólo cuando obvia el criterio profesional mayoritario de sus trabajadores, sino también a la hora de rendir cuentas y someterse al control parlamentario de su gestión. Pero tal situación intolerable se ha transformado en inaguantable cuando el partido que había modificado hacia peor aquel modelo perdió su mayoría absoluta y se vio forzado a suscribir, tras siete años de manipulación a su antojo, un acuerdo con la oposición para retomar la independencia y el criterio profesional en la dirección de RTVE.

Tal es el grado de deterioro que, si las cosas iban mal para estos medios públicos de comunicación, acontecimientos recientes demuestran que ahora, además, se precipitan inexorablemente hacia lo peor. Porque no es sólo que el Gobierno sea renuente, mediante bloqueos y subterfugios continuos, a materializar el acuerdo arriba indicado para recuperar una dirección transparente e imparcial, sino que todos los problemas que ha creado la obsesión manipuladora del Gobierno traspasarán nuestras fronteras y llegarán hasta el Parlamento Europeo. Europa examinará la manipulación gubernamental de los medios públicos de comunicación. El próximo día 16, se expondrán ante la Comisión de Peticiones del Europarlamento los casos más flagrantes de manipulación y censura en TVE que demuestran que se están violando el derecho a la información de los ciudadanos y la libertad de prensa en España. Una delegación del Consejo de Informativos de TVE pedirá al Parlamento Europeo que inste al Gobierno español a recuperar la independencia de RTVE y deje de utilizarla como instrumento de propaganda gubernamental.

Pero la guinda que corona este pastel nauseabundo de injerencias del Gobierno contra la pluralidad en RTVE ha sido la evidencia de censura manifiesta producida en el centro territorial de TVE en la Comunidad Valenciana, donde se prohibió emitir un vídeo en el que se escuchaba a la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro, hacer comentarios soeces y despectivos hacia un grupo de manifestantes pensionistas, concentrados en Alicante (“¡Qué ganas de hacerles un corte de mangas de cojones y decirles: pues os jodéis!”), que abucheaban a Rajoy. La periodista responsable de editar el informativo presentó su dimisión, por honestidad profesional, debido a la orden que recibió de la dirección para censurar el vídeo y prohibir su emisión.

Todo ello pone de relieve que, si graves son la dependencia del organismo público de comunicación con el Gobierno y las malas prácticas que conducen a la tergiversación de noticias, sesgar la información u ocultarla si cuestiona o perjudica al Ejecutivo, peor aún es mantener tal situación por intereses partidistas en perjuicio del derecho a la información de los ciudadanos, un derecho reconocido por la Constitución, además de un atentado contra la libertad de prensa. De seguir así, en caída libre hacia lo peor, el futuro de RTVE será la irrelevancia, el absoluto desprestigio y, como colofón, su desaparición como medio de comunicación público al servicio de la sociedad. Tal vez este sea el objetivo último del Gobierno: hacer inviable RTVE para privatizarla, total o parcialmente, como ha hecho con muchas otras empresas de titularidad estatal. Si fuera así, sería más rentable venderla siendo líder en su sector que hundiéndola en la mediocridad e inoperancia. En cualquier caso, se trata de una afrenta del Gobierno contra los intereses generales de los ciudadanos a estar informados con veracidad, rigor y pluralismo de las cosas que le afectan, sin manipulaciones ni censuras. Algo imperdonable.

lunes, 7 de mayo de 2018

Cateto de medianoche


Se pasaba las horas sentado en aquellos sofás blandos, despatarrado y distraído, mirando a ninguna parte como un león aburrido en medio de la sabana, mientras empuñaba en su mano izquierda una copa enorme, su inevitable `pelotazo´ de los viernes por la noche en el que se refugiaba después de salir del trabajo y hacer tiempo con cuatro o cinco cervezas que compartía con los compañeros de fatigas, quinielas y fantasías en el bar del polígono. Es lo que hacía, al finalizar la última jornada laboral de la semana, después de haberse desprendido del mono de trabajo, lavado la cara y atusado el cabello en el lavabo del baño de la empresa, cuyas puertas eran un compendio de frases insultantes o lascivas, y vestido de limpio con la camisa y el pantalón que reservaba para los fines de semana, como otro uniforme que se aseguraba de trasladar a su taquilla para colgarlo de una percha, y que transportaba cada viernes al trabajo en la bolsa del gimnasio, junto al desodorante y el peine. Salía dispuesto a comerse el mundo si la oscuridad de la noche le daba esa oportunidad parda, como a los gatos. Esas salidas de los viernes noche se habían convertido en una costumbre anclada en sus rutinas de ocio desde que había abandonado su pueblo y emigrado a la ciudad para huir de un destino que lo ataba a su padre, a su abuelo, a su bisabuelo y a todos sus tatarabuelos en una miseria de siglos como braceros del campo. Estaba empeñado en romper una cadena a la que parecía predestinado y buscar un futuro diferente que lo alejara de ser otro fracasado más en la familia. En lo que lo conseguía, su consuelo eran esas fugas nocturnas de los viernes, en las que emulaba, sin saberlo ni pretenderlo, al vaquero de Schlesinger.

En la copa de balón que agitaba con indolencia flotaban los cubitos de hielo que aguaban el licor, de marca nacional y asequible al bolsillo, de un gin-tonic aromatizado con granos de pimienta, pequeños pétalos amarillos sospechosamente parecidos a los del jaramago, cortezas de limón y algún trozo de fruta inidentificable. Los veinte euros de esa inversión tenían que durar toda la noche, por lo que la copa no dejaba de balancearse en su mano sin apenas acercarse a los labios. La mano derecha descansaba estirada sobre el respaldar del sofá, abriéndole descaradamente una camisa blanca, desabrochada casi hasta la barriga, que dejaba al descubierto medio pecho ensortijado de pelambre negra, cual Alfredo Landa en El vecino del quinto. Un pantalón oscuro, con pretensiones modernas aunque con más temporadas que su fiel Corsa gris, se mantenía a duras penas aferrado, como si tuviera velcro, a la altura del pubis cuando se tenía que poner de pie para ir al servicio, cosa que hacía tan pocas veces como ingerir aquel cóctel. Entre la oscuridad del ambiente, fragmentada con lucecitas inquietas, y la música ensordecedora que obligaba hablar al oído, parecía allí sentado un elemento más de la decoración del establecimiento, si no fuera porque movía la cabeza y de vez en cuando charlaba con algún conocido tan desorientado como él.

Así transcurrían las horas, que se diluían como el hielo de su copa, cuando un grupo de chicas se acercó para ocupar los butacones y el sofá de lo que simulaba una salita, por lo que, cortésmente, no tuvo más remedio que desplazarse hacia una esquina del mueble que, hasta ese momento, había sido enteramente suyo. Se sintió molesto, pero, al poco, entabló conversación con la joven que se había sentado a su lado, intercambiando frases anodinas sobre el local, la gente y las consumiciones. Viendo reciprocidad en el diálogo, hilvanó otros comentarios acerca de la procedencia de cada uno de ellos y las ganas de diversión que creían merecer tras soportar una dura semana de odioso trabajo. La vida había que aprovecharla, aseguró entre risas y miradas, antes de que sea tarde. La desinhibición alcohólica o el aburrimiento existencial, o las dos cosas a la vez, facilitaron un intercambio de ocurrencias e insinuaciones que animó amistosamente aquella reunión fortuita de seres noctámbulos. Fue entonces cuando sonó aquella canción de la que desconocía el título pero que podía tatarear de tanto escucharla en la radio del coche. Una música amable que lo espabilaba, le levantaba el ánimo y solía acompañarlo en ocasiones durante el trayecto al trabajo. Y ahora sonaba maravillosamente fuerte y seductora a través de los altavoces. Quizás fuera eso lo que le insufló valor. Invitó a aquella chica a bailar y juntos se perdieron en la pista entre las parejas que habían decidido hacer lo mismo, fundirse en la oscuridad al son de la melodía. Las horas se aceleraron, consumidas en bailes, risotadas y chistes hilarantes con los que él sabía hacerse el simpático. También su copa acusaba el paso del tiempo pues se había vaciado hasta la mitad y no albergaba ni rastro de hielo. Su interior contenía más agua que ginebra y unos insalubres pétalos a la deriva que la hacían parecer la muestra de una riada antes que una bebida, y así permaneció encima de la mesa. Se había hecho muy tarde.

La mayor parte de la fauna del local se había ido marchando conforme agotaban sus expectativas, apurando anhelos insatisfechos, monedas de la cartera y horas al sueño. Hasta las amigas de aquella chica hacía rato que se habían despedido sin que ninguno de los dos se percibiera realmente de ello entre el aturdimiento de los sentidos y el embeleso mutuo. Sólo cuando ella manifestó que debía irse, un tanto sorprendida por lo avanzado de la madrugada y lo sola que la habían dejado sus compañeras, él se ofreció a llevarla en coche hasta su casa para que no tuviera que recurrir a taxis o recorrer calles desiertas y peligrosas. Se lo agradeció, no sin ruborizarse, asintiendo con una mirada hipnótica que surgía desde la profundidad de sus ojos negros y chispeantes, impregnados de ternura.

A esas horas el coche parecía como abandonado, en medio del solar que se utilizaba como aparcamiento por los clientes del local, y sumido en las penumbras fantasmagóricas que proporcionaban las farolas de la calle. Encendió la linterna del móvil para alumbrar el camino hasta el vehículo y abrir con llave la puerta del acompañante para que ella tomara asiento sin dificultad ni tropiezo. Era lo que dictaba el manual básico de galantería que tantas veces había visto en las películas. Ella le sonrió desde el asiento cuando él cerró la puerta y pasó delante del coche para acceder al puesto del conductor. Apagó la luz del móvil y, antes de encender el motor, el silencio y la oscuridad inundaron el espacio que ellos habitaban en el interior del coche. Quiso ayudarla a abrocharse el cinturón de seguridad y, al acercar su rostro al suyo, ella le besó tan sorpresiva como dulcemente en la boca. Era algo que no esperaba pero tampoco descartaba. Tras el sobresalto, no pudieron reprimirse. Sin apenas pronunciar palabras, se entregaron a una pasión que venía creciendo desde el mismo instante en que coincidieron en aquel establecimiento de moda del extrarradio. Y descubrieron que las estrecheces del vehículo no impedían dar rienda suelta a los apetitos del amor y los deseos de la carne. Fue algo impulsivo que nadie interrumpió en la soledad de la noche ni ningún pensamiento perturbó unas mentes obnubiladas por un ardor inapelable. 

El alba perfilaba ya el horizonte por el que el Sol emergería tras los edificios, cuando las prisas y las preocupaciones se adueñaron del cuerpo y la voluntad de una joven que poco antes no reprimía los sentimientos que erizaban su piel. La noche se escurría entre ellos como las caricias entre las yemas que recorrieron aquel cuerpo tembloroso. Y con la misma turbación del principio, tuvo que interrumpir el encantamiento de unos momentos felices que se anhelaban eternos. Ella tenía que llegar necesariamente a su casa antes de que amaneciera, y lo que era entrega se volvió rechazo. Se arreglaron la ropa y levantaron los respaldos de los asientos poco antes de que la luz mortecina de las farolas se apagara y los camiones de la basura comenzaran a hacer ruido por las calles. El motor tosió un par de veces antes de arrancar y enfiló unas avenidas todavía somnolientas y vacías hacia el otro extremo de la urbe. El breve recorrido estuvo caracterizado por la idéntica parquedad en palabras con la que se habían entregado a un arrebato amoroso imposible de evitar, como náufragos arribados a una isla ruidosa y en tinieblas, compartiendo un mismo afán: sentirse vivos y dueños de sus vidas.    

Ella le rogó que la dejara varias manzanas antes de llegar a su portal por si sus padres la estaban esperando. No quería que la vieran salir del coche de un desconocido. Nada más descender del vehículo, se alejó deprisa y sin mirar atrás. Mientras él la observaba a través de la ventanilla, se acordó de que en ningún momento de la noche se habían facilitado sus nombres, tal vez porque nunca hizo falta. Y cuando quiso llamarla para preguntárselo, ella ya había desaparecido tras doblar una esquina. No fueron más que dos aves solitarias que se emparejaron antes de volver a levantar el vuelo hacia donde el viento las llevase.
 
Desde entonces, él sigue acudiendo todos los viernes por la noche a aquel local para esperarla en el sofá blando, con su camisa desabrochada y blandiendo una copa de balón en su mano izquierda. Se había convertido en un cateto de medianoche que no escuchaba a nadie y pendiente sólo de las sombras y los ecos que ocupaban su mente.

 

miércoles, 2 de mayo de 2018

Abuso, agresión o violación: la misma violencia

La sentencia judicial de la Audiencia de Pamplona sobre el caso del grupo de jóvenes, conocido como “La manada”, que mantuvo relaciones sexuales colectivas con una chica mediante intimidación cuando menos numérica, está levantando ampollas en la población y una oleada de manifestaciones multitudinarias en contra de lo que se estima como pena demasiado benigna fallada por aquel tribunal. Cada uno de los integrantes de “La manada” ha sido condenado a nueve años de cárcel al ser considerados culpables de un delito de "abuso sexual continuado con prevalimiento" en vez de violación, como esperaba la mayor parte de la ciudadanía. Se produce, en este caso,, un cuestionamiento de la “verdad” judicial por la “verdad” que perciben las personas, legas en la materia, que expresan públicamente su disconformidad con la sentencia. Y las dos verdades son compatibles aunque difieran en gran medida. Una se basa en hechos probados y tasados según la legislación vigente, después de escuchar a la víctima, a los agresores, a los testigos, visionar vídeos y analizar las circunstancias, y la otra, en apreciaciones subjetivas sobre la gravedad de lo sucedido, al calor de las emociones que despierta el asunto. Las dos son legítimas y han de ser compatibles en una sociedad democrática en la que impera el respeto a la ley, la separación de poderes, la independencia de la Justicia, la confianza en el funcionamiento de las instituciones y, naturalmente, el derecho a una opinión pública que se expresa en libertad y con la finalidad de ser tenida en cuenta. ¡Cuál ha de prevalecer?

Debe prevalecer la ley porque de su respeto y obediencia deriva y se garantiza  la convivencia pacífica en toda sociedad regida por el Estado de Derecho en democracia. Pero las leyes han de adaptarse a las nuevas y cambiantes circunstancias que en cada tiempo histórico hacen predominar determinados valores y normas sobre otros. No son los jueces los culpables de una condena considerada demasiado benevolente o injusta, sino las leyes que así califican, con graduación punitiva, los delitos y que ellos sólo se limitan a interpretar y aplicar según su fundado y ponderado criterio. Lo que no se puede ni se debe es sustituir la justicia por el dictamen de una opinión pública que se adueña de las calles y acapara la atención de unos medios de comunicación que la fortalecen. En caso de evidente desfase entre la visión judicial y la visión social sobre los valores y normas imperantes en la sociedad, tendrá que ser aquella la que se adapte a esta de manera tan precavida como exija la prudencia y permita el orden jurídico, sin provocar un vaciamiento de la legalidad.

Habrá, por tanto, que modificar y proceder a una reforma legislativa que actualice el Código Penal por el que se rige la actuación judicial y se castigan los hechos delictivos, con el fin de acercar y adecuar ambas verdades. Parece necesario empezar a considerar, a partir de ahora, como inherentes de violencia, explícita o implícita, a todas las agresiones y abusos sexuales cometidos sin su consentimiento contra las mujeres, también contra menores víctimas de pederastia, y no exclusivamente a las violaciones, en las que la única diferencia es la penetración a la fuerza, se ejerza o no una actitud violenta en los agresores o se constate una falta de resistencia, por intimidación o miedo, en la víctima. No hay que graduar penalmente la existencia probaba de una resistencia que pone en peligro la integridad física de la víctima para probar la violencia que supone todo abuso, agresión o violación de una persona. Porque el mero hecho de atentar contra la integridad física (abusos, agresiones, violación) y moral (derecho al  respeto y la dignidad) de cualquier persona (mujer u hombre, adulto o menor), independientemente del método intimidatorio empleado, debería ser suficiente para apreciar la violencia física o psicológica ejercida. Y eso es, precisamente, lo que demanda, en la actualidad, la sociedad a causa de la sentencia por el caso de “La manada”, una exigencia nacida del hartazgo que genera tantos atentados cometidos contra la libertad de las mujeres, en particular, y de las personas, en general.

Se deberá, por tanto, que reformar la ley. Pero ello no ha de hacerse “en caliente” ni bajo presión popular, sino con sosiego y reflexión, después de estudios y análisis por parte de técnicos y juristas, y tras un amplio consenso parlamentario, para que la nueva legislación penal no sea fruto de la conveniencia política, siempre dispuesta a obtener réditos electorales, sino de la nueva realidad social del país. Una realidad en la que manosear una mujer, agredirla sexualmente empleando el abuso de autoridad o su dependencia en relación al hombre o violarla son actos sexuales sin consentimiento y, por consiguiente, actos de violencia contra la integridad física de la mujer y un atentado contra sus libertades. Son ataques a su dignidad, su intimidad y su libertad sexual y personal. No debería establecerse una escala de grados en la falta de respeto y violencia en todas estas agresiones sexuales, sino simplemente si se respeta a la mujer o no, sean cuales sean las vejaciones a las que se vea sometida. Y todas las de tipo sexual son actos de violencia contra ella que, a estas alturas, ya no se comprenden ni se consienten en una sociedad libre, sin servidumbres machistas y garantista en derechos que hacen a todos iguales ante la ley.

Es pertinente una actualización de las leyes porque, hoy en día y hastiados de excusas culturales, los abusos sexuales, las agresiones y la violación son expresiones de una misma violencia que sufre la mujer, en distintas formas, por el mero hecho de ser mujer y ser considerada como simple objeto para uso y disfrute del hombre, se preste a ello o no. Máxime si el hombre se comporta, en manada, como los animales, guiado por sus instintos más bajos y despreciables. De ahí la indignación colectiva que pone en cuestión el crédito de la Justicia, sin aguardar ni respetar la garantía procesal que supone la doble instancia en el orden penal que permite la revisión de condenas en tribunales superiores, mediante el derecho a apelarlas. Yo sí creo en la Justicia.