jueves, 14 de septiembre de 2017

Morir, tal vez vivir


Foto: ÁlvaroRo
Desde que tengo consciencia, la muerte siempre ha rondado mi cabeza, primero, como un asunto que concernía a los demás, pues siempre eran otros los que morían, y más tarde, cuando me incluí entre esos otros, como algo que acabaría afectándome algún día. Ese desaparecer en la nada para siempre, de manera definitiva, cuando uno está vivo, es un misterio que despierta muchos interrogantes y desasosiegos, desde que era niño hasta hoy. Porque ese vivir para morir parecía una estafa natural, un sinsentido metafísico. Y meter a Dios por medio, para hallar una explicación de crédulos, me resultaba irracional, un consuelo supersticioso. También la ciencia, con sus leyes evolutivas que sacrifican al individuo en beneficio de la especie, nos instalaba en la orfandad más absoluta, convirtiéndonos en meras sustancias sin importancia y sin finalidad trascendente.

La única conclusión a la que he llegado, a estas alturas de mi edad, es que, por muchas vueltas que le demos, la muerte es inevitable y determinante, puesto que condiciona nuestra existencia al establecer un plazo no prefijado al hecho de vivir. De ahí que la única certeza posible sea morir y, lo demás, tal vez vivir, una eventualidad afortunada si somos capaces de sacarle provecho. Porque ese sabernos mortales y poseedores de un crédito vital temporal, nos empuja a aprovechar cada minuto, mientras respiramos, en conseguir lo que deseamos, desarrollar nuestras potencialidades y hacernos cómplices de una aventura increíble en la que todos participamos como si fuésemos eternos. Una verdad de Perogrullo que también se descubre, sin tantos desvaríos reflexivos, cuando una grave enfermedad te hace anhelar la salud para dedicar tu vida a lo que aparece, en ese trance, como lo más importante: tus seres queridos, familia y amigos, y obviar lo superfluo, las envidias, la competitividad, el consumo. Y es que, puestos a morir, tal vez vivir sea mejor. Pero sin tantas complicaciones.

No hay comentarios: