lunes, 21 de agosto de 2017

Árabes, musulmanes, moros y yihadistas

Cuanto más cercano y brutal golpea el terrorismo, como el atentado producido en Barcelona la semana pasada con quince muertos y más de un centenar de heridos, ejecutado con el salvajismo y la frialdad habituales de unos fanáticos radicales, enajenados con ideas demenciales y absurdas (emprender una guerra santa contra los “infieles”), más necesario es mantener la cabeza fría, aunque los sentimientos se desborden, para evitar caer en estereotipos manidos a la hora de reaccionar ante la tragedia. Es entonces cuando hay que hacer un esfuerzo por racionalizar los impulsos y centrar los análisis para no equivocar las conductas ni las posibles soluciones con las que enfrentarse a estos y futuros ataques.

Esto debe ser así porque las reacciones emocionales suelen ser exageradas, ciegas, confusas y poco útiles, y se prestan a la manipulación interesada y la creación de estados de opinión que convienen a los que “pescan en ríos revueltos”. Por ello interesa averiguar con desapasionada precisión cuánto sucede e intentar determinar sus causas reales a fin de atinar en la respuesta y fortalecer nuestra defensa. Nada se logra, por tanto, en culpabilizar del desastre e identificar a sus autores con la totalidad del colectivo musulmán ni, tampoco, con el fenómeno de la inmigración. Las generalizaciones, aparte de injustas, no hacen más que desviar responsabilidades y camuflar incompetencias y errores. Yerran en el diagnóstico y fallan en la solución de los problemas, como demuestra, precisamente, el presidente Trump en Estados Unidos cuando dice combatir el terrorismo islamista prohibiendo la entrada de todo musulmán a su país. Criminaliza una religión. Y adopta, en su obcecación, medidas extremas que son inútiles y zafias, entre otros motivos porque no se pueden poner puertas al campo ni muros a los océanos, aunque permitan ganarse el apoyo emocional de los que creen que los problemas complejos tienen soluciones simples y, en apariencia, contundentes.

Nada es sencillo ni fácil en la lucha contra el terrorismo de cualquier jaez, pero menos aun en el de raíz islamista radical. De ahí la necesidad de aclarar ideas y precisar términos para saber de lo que se habla y a quiénes nos referimos. Racionalizar el problema. Y lo primero es reiterar cuantas veces haga falta que los musulmanes no son el problema, ni estamos frente a una guerra de civilizaciones, ni los inmigrantes debilitan nuestras defensas frente al terror. Incluso hay que subrayar que ni siquiera los occidentales somos los más perjudicados por este mal que sólo excepcionalmente incide –y mata- a ciudadanos de nuestros países. Nada de lo anterior, empero, impide que se actúe con determinación y eficacia frente a los que intentan minar nuestras convicciones y atemorizar a nuestros pueblos, haciéndonos creer que somos vulnerables a sus acciones a la desesperada. Buscan infructuosamente con sus bombas y atentados que renunciemos, en aras de la seguridad, a los ideales y valores de libertad, democracia, tolerancia e igualdad que iluminan nuestras sociedades, incitando una respuesta pasional que contribuya a convertirlos en víctimas y no en verdugos, que es lo que son, lo que utilizarían como justificación a sus arrebatos homicidas. Pero tal precisión ha de empezar por el lenguaje, definiendo conceptos y aclarando términos, puesto que nada hay más tendencioso que las palabras, con sus connotaciones y ambiguas interpretaciones que denotan intenciones, sean explícitas o implícitas. Expresan más de lo literalmente dicen hasta convertirse algunas de ellas en términos peyorativos, útiles para la ofensa y la difamación. Por eso conviene no dejarse llevar por la emoción.

Y es ahora, en que la rabia nos presenta al Islam como el enemigo y al “moro” como objeto de nuestras fobias y peores temores, cuando hay que afirmar con rotundidad que la religión de los seguidores de Mahoma, igual que otros credos, no representa ningún peligro para los fieles del catolicismo en Occidente. Aunque toda religión, por definición, se considera como la única verdadera y fruto de la revelación divina, lo que supone que las demás son falsas, ello no significa que en estos tiempos modernos unas y otras mantengan un enfrentamiento a muerte entre ellas, salvo esos cuantos lunáticos islamistas que, por motivaciones políticas y de dominio ideológico, declaran la “guerra santa”, la yihad, contra aquellos que no comulgan ni acatan su particular interpretación religiosa ni la obligada tutela que esta ejerce sobre la organización civil, social y cultural, allí donde se implanta a sangre y fuego.

Las primeras y principales víctimas de la intransigencia religiosa de estos radicales son los propios seguidores del Islam, los musulmanes que habitan los países por donde expanden su terror los yihadistas con afán excluyente y totalitario, despreciando y asesinando a quienes pertenecen a cualquier otra escuela o secta islámica (sunníes, chiíes, wahhabistas, salafistas, etc.) que no sea la que ellos encarnan con bombas y metralletas. La casi totalidad de los musulmanes son pacíficos y se integran sin dificultad en nuestras sociedades, manteniendo, eso sí, ritos y costumbres de su cultura y religión perfectamente compatibles con la convivencia en sociedades plurales y diversas. Se pueden contar con los dedos de una mano los inmigrantes islámicos que han cometido atentados terroristas en los países de acogida. La mayoría de esos inmigrantes huyen de guerras, calamidades y pobreza de sus respectivos orígenes. De ahí que la inmigración no sea la causa principal, ni siquiera condición que lo favorezca, del terrorismo islamista radical que intenta atemorizarnos en nuestros países con actos arbitrarios y a la desesperada.

Lo que sí se produce es que los descendientes en segunda o tercera generación de esos inmigrantes, que ya nacieron en nuestros países y son ciudadanos occidentales como nosotros, con problemas de identidad y arraigo (no se consideran totalmente europeos, pero tampoco árabes), marginados, sin apenas formación, excluidos del mundo laboral y sin expectativas en su horizonte vital, se convierten en presas fáciles para la radicalización por parte de manipuladores religiosos (emir o imán radicado aquí o a través de Internet), que los convencen de que su identidad islámica está por encima de la europea y han de vengarse de los “infieles” de esta sociedad que impide que “su” Islam se expanda y, como verdadera religión que es, implante su dominio en esta parte del mundo. Así mentalizados, pueden crear una célula de desarraigados musulmanes radicalizados dedicada a practicar la Yihad por su cuenta y riesgo, sin necesidad de estar coordinada por ninguna organización de dentro ni de fuera del país, aunque posteriormente al atentado la más activa de ellas reivindique la autoría de un hecho que ignoraba se estaba preparando. Se valen de esos “lobos solitarios” o células invisibles para amplificar una amenaza que no están en condiciones ni capacidad de materializar. Es decir, no todos los atentados cometidos en Europa son obra del Daesh, grupo armado islamista que prácticamente ha sido expulsado de todos los territorios que había ocupado en Siria e Irak.

Es injusto y desproporcionado acusar, pues, al Islam y a los musulmanes de las atrocidades que cometan unos lunáticos en nombre de Alá. Lo que sí se debe exigir a la comunidad musulmana es que detecte y denuncie a las autoridades a los que sorprendan de entre ellos con un fanatismo hostil hacia el país que los acoge y en el que residen, con actitudes violentas hacia las personas de otras creencias y culturas, y que muestran conductas sospechosas de estar siendo radicalizados por desconocidos.

Pero ninguno ha de ser tildado de “moro” como expresión que denota nuestro desprecio y rechazo. Porque no todos proceden del Magreb ni invadieron España en el siglo VIII. Pueden ser sirios, pakistaníes, turcos, marroquíes, sudaneses y hasta palestinos que comparten profesar una misma religión, en cualquiera de sus divisiones, como seguidores de Mahoma. Hay que dejar de usar ese término peyorativo con el que denominamos a todo árabe que practica el Islam, a todo musulmán procedente de África o Cercano Oriente que habla árabe y se arrodilla varias veces al día a rezar el Corán. Si queremos derrotar el terrorismo yihadista tendremos que concretar quiénes son los terroristas y no tachar a medio mundo de ser nuestro enemigo. Así no derrotaremos nunca esta amenaza que nos conmueve hasta las entrañas. Los musulmanes auténticos también se manifiestan en contra de la violencia y el terror.

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