jueves, 9 de marzo de 2017

El nefasto Día de la Mujer

Celebrar, como se hizo ayer, el Día Internacional de la Mujer es señal inequívoca de que a las personas de ese sexo no les reconocen todavía los mismos derechos que a los hombres. Un día que, más que conmemorativo, debería ser reivindicativo de una igualdad real entre hombres y mujeres que está lejos de conseguirse. Por eso es un mal día para ellas. Porque esta conmemoración recuerda que aún se perpetúan, en pleno Siglo XXI, brechas que separan un sexo del otro en multitud de ámbitos –profesional, salarial, doméstico, etc.-, por lo que hay que seguir recordando y perseverando en esa lucha que mantienen las mujeres -es decir, más de la mitad de la población mundial- por sus derechos y libertades. Desgraciadamente, la mujer no disfruta todavía de una igualdad de condiciones que la equipare al hombre en la posibilidad de desarrollarse plenamente como persona y poder escapar, individual y colectivamente, de la losa de discriminación que la aprisiona en estereotipos denigrantes –esposa abnegada, madre sufridora, ama de casa, objeto sexual, reclamo publicitario, etc.-, de entre los muchos que aún subsisten, para infravalorarlas y subyugarlas, y que tan arraigados siguen en nuestra sociedad, a pesar de campañas y algunas leyes de protección de la mujer. Ese Día Internacional es, por lo tanto, un nefasto día para la mujer puesto que resalta las carencias que existen para el disfrute de todos sus derechos, incluidos los reconocidos formalmente por la Constitución, por el mero hecho de ser mujer.

Un Día de la Mujer que, para colmo de agravios, este año coincide con un repute de la violencia machista en España, donde ya se han asesinado más de veinte mujeres a manos de sus parejas o exparejas. El derecho a la vida y a la seguridad personal de esas mujeres asesinadas se ha visto pisoteado por unos hombres machistas que no toleran que sus parejas o exparejas escojan vivir sin el yugo y la coacción que ellos imponen a la fuerza porque se consideran dueños y señores de sus esposas o novias. Las consideran una propiedad que les pertenece, no personas con las que deben acordar una convivencia basada en el respeto y la dignidad recíproca. Mientras esa lacra de la violencia y los abusos machistas continúe cebándose con la mujer, el Día Internacional seguirá siendo una jornada de vergüenza y preocupación por el trato que se le dispensa, llegando al asesinato, a la mitad femenina de la Humanidad.

Si a ello añadimos los casos que ellas engrosan de personas raptadas y desaparecidas, de los cuales una minoría se resuelve con el descubrimiento de un cadáver pero que la inmensa mayoría sigue sin siquiera ser investigado –véanse los casos de Marta del Castillo, Diana Quer, etc.-, podremos afirmar que ser mujer, todavía en nuestros días, es motivo de discriminación y riesgo, lo que puede acarrear, no sólo recibir todo tipo de abusos y desconsideraciones, sino incluso la pérdida de la vida. Simplemente por ser mujer. Tal negro panorama es lo que denuncia el Día de la Mujer.

Porque la mujer sigue padeciendo una desigualdad laboral y salarial que le niega el acceso a puestos y remuneraciones acaparados por el hombre. Están constreñidas por un “techo de cristal” que les impide ocupar cargos directivos de responsabilidad, a pesar de contar con idéntica preparación y cualificación que sus compañeros masculinos, en empresas e instituciones. Una situación que nos parece “normal”, contribuyendo así a perpetuar una discriminación profesional desde todo punto de vista injusta. Y las pocas que han logrado romper ese techo de cristal ha sido a costa de sacrificar la compatibilidad familiar y debiendo demostrar unas aptitudes que no se exigen a sus compañeros varones. Han de trabajar más, cobrar menos y adecuarse a una imagen –uso de tacones, maquillaje y vestimenta- que denota la mentalidad machista de la organización en la que trabajan y de la sociedad en su conjunto. A veces, incluso, han de renunciar a la maternidad si desean conservar el puesto tan duramente conseguido. De ello también nos informa el Día Internacional de la Mujer, de sus dificultades para trabajar y ganar un salario en las mismas condiciones que los hombres.

En definitiva, el Día Internacional de la Mujer no es una festividad para celebrar, una jornada para disfrutar, un evento del que alegrarse y festejar, sino un nefasto día del que avergonzarse por cómo una sociedad y una cultura dominante, paternalista y machista, somete y castiga a la mujer, recluyéndola a tareas menores y de atención y servicio al hombre y los hijos, y por cómo sigue utilizando la discriminación en casi todos los órdenes de la vida para infravalorarlas e instrumentalizarlas con objeto de perpetuar la mentalidad que hace posible que la mujer siga dependiendo del hombre hasta para conservar la vida y su integridad física. Y si para ello hay que invocar a Dios, ahí está la Iglesia para santificar la sagrada sumisión de la mujer. Ni Papa ni Jefe de Estado en España pueden llegar a ser, por ser mujer. Ojalá llegue el día en que no haya que celebrar ningún Día de la Mujer.  

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