viernes, 30 de diciembre de 2016

Un año para el olvido

El año que finaliza no merece otra cosa más que el olvido. Un año desperdiciado en actitudes estériles o regresivas que sería preferible olvidar si no fuera porque olvidar lo malo nos predispone a repetirlo o a recrear el pasado de manera idílica, recordando sólo lo bueno (de ahí que cualquier tiempo pasado nos parezca mejor). Por eso es imposible -y desaconsejable- olvidar 2016, aunque lo deseemos ardientemente. Ha sido un año frustrante a escala internacional y también nacional, ámbitos en los que todo aquello que podía salir mal se ha consumado, y lo que podía resultar bueno, en buena parte se ha malogrado. Bastan dos ejemplos para resumirlo: En España, Rajoy, el presidente de los recortes económicos y del partido imputado por corrupción, intentaba revalidar la presidencia del Gobierno y lo ha conseguido. En EE UU, Trump, el impresentable demagogo de ultraderecha que aspiraba llegar a la Casa Blanca: también lo ha conseguido. Ambos personajes se han impuesto contra todo pronóstico -y toda lógica- en sus respectivos países. Sólo por ello, el año que acaba ha parecido una pesadilla, una pesadilla que se ha hecho, desgraciadamente, realidad. Pero hay más.

Las guerras y la violencia siguen campando por el mundo: Libia, Yemen, Afganistán, Irak, Sudán del Sur, Burundi, Ucrania, etc. En Siria, tablero en el que se disputa con bombas una partida de geoestrategia a varios niveles, muestra hasta qué punto un dictador es capaz de aferrarse al poder masacrando a su población, una gran potencia contribuye activamente a su permanencia, facciones islamistas se enfrentan encarnizadamente entre ellas, naciones vecinas se involucran para afianzar influencia o debilitar a adversarios, las grandes potencias prueban nuevas armas y entrenan a sus ejércitos, y los que abastecen de munición y armamento a todos los bandos hacen su agosto a través de la venta legal o del tráfico ilegal más descarado. Ese es el escenario donde el Daesh, enemigo de todos y relevo de Al-Qaeda como organización responsable del terrorismo internacional de inspiración islamista y fanática, causa la destrucción e instala la muerte en su afán de proclamar un supuesto Estado Islámico, desde el que adoctrina a musulmanes desarraigados y descerebrados para que atenten en los países occidentales que los han acogido o, incluso, han nacido. Víctimas inocentes de esta locura, centenares de miles de refugiados que huyen de la barbarie, el hambre y la muerte, se juegan la vida en una travesía por países inhóspitos que los rechazan o aventurándose en frágiles embarcaciones por mar hacia una Europa que no sabe cómo enfrentarse a la mayor crisis migratoria que sufre el continente y que pone en cuestión aquellos valores que supuestamente figuraban esculpidos en el frontispicio de nuestras democracias: igualdad, justicia y dignidad.

El terror se ceba sobre ellos fundamentalmente, pero también, cual metástasis, intenta infectar nuestras sociedades con aislados fanáticos lunáticos, valga la redundancia, que atentan cuando pueden y como pueden en busca de hacer el mayor daño y miedo posible. Charlie Hebdó, Londres, Bataclán, Niza, Bruselas, Berlín y tantos otros lugares ponen nombre a sus acciones descabelladas por asesinar indiscriminadamente a ciudadanos tan inocentes como los que huyen y emigran buscando refugio. Pero si grave son las muertes que provocan, también lo es la reacción de desconfianza e inseguridad que generan en Europa y que es utilizada por populistas de derechas e izquierdas que incitan el racismo y la xenofobia, como instrumento tremendamente eficaz, para alcanzar el poder, desmantelar conquistas sociales y culpar a los “otros” de todos nuestros males y problemas. Así, de criminalizar a los inmigrantes a culpabilizar a los vecinos europeos, va sólo un paso, el que ha dado Inglaterra con el portazo del “Brexit”, de consecuencias aun desconocidas. De aquellos Estados Unidos de Europa en que queríamos integrarnos a levantar vallas y muros intracontinentales, poniendo fronteras contra el Espacio Schengen que nos permitía la libertad de movimientos, sólo han hecho falta el miedo, la desconfianza y unos agitadores del nacionalismo más rancio y egoísta que aprovechan este río revuelto para destruir nuestros logros. Un proyecto, el de la Unión Europea, hecho añicos por esa inseguridad que los terroristas han logrado inocularnos hasta hacernos renunciar a nuestros ideales y valores, los que se basan en los Derechos Humanos y hacen posible la Democracia.

Esta manipulación del miedo es la misma que ha usado el candidato Donald Trump para lograr el ticket hacia la Casa Blanca, acusando a los mexicanos de ser violadores y asesinos, pavoneándose de su machismo para asegurar que un hombre poderoso puede manosear a cuantas mujeres quiera y prometiendo un EE UU más poderoso, renegando de la globalización y atrincherándose en un proteccionismo comercial y económico. Lo más curioso del éxito del candidato republicano es su vinculación, con trama de espionaje incluida, con el presidente ruso, Vladimir Putin, relación impensable en ese país en tiempos del “inquisidor” McCarthy, senador también republicano que impulsó una infame persecución contra todo lo que oliera a comunismo, hazaña conocida como  “caza de brujas”. Ideológicamente ubicado en la ultraderecha; multimillonario con intereses empresariales que provocarán conflictos en su labor presidencial (¿impulsará leyes que perjudiquen sus negocios?); ilustrado del Reader´s Digest que niega el cambio climático y piensa actuar en consecuencia, contaminando todo lo que favorezca el comercio; estadista de barrio que se deja influir por quien admira por su determinación autoritaria, como Putin o Netanhayu; racista hasta para el uso de champú y sectario clasista como para revocar la tímida protección sanitaria de Obama que extendía su cobertura a los humildes que no pueden permitirse un seguro médico privado, así es el nuevo comandante en jefe de la nación más poderosa de la Tierra, un Donald Trump recién elegido por sus conciudadanos norteamericanos, incluso por los que deberían temerle, mujeres, negros, hispanos y pobres que no tienen ni para el médico, pero se creen sus recetas simplistas de hacer de nuevo a América grande (Make América great again). Un simple eslogan que ha movilizado a las masas hasta hacer realidad la mayor amenaza del mundo para la libertad, la paz y la justicia en las relaciones internacionales.

A escala local, 2016 también ha sido nefasto para un país como España que ha desperdiciado el año sin formar gobierno y, por tanto, posponiendo medidas e iniciativas imprescindibles para el interés general. Las inevitables negociaciones para lograr un pacto que permitiera la formación de gobierno, entre fuerzas políticas minoritarias condenadas a entenderse, no supieron priorizar el interés general a los intereses partidistas, obligando a repetir las elecciones y a punto de convocarlas por tercera vez. Ello ha debilitado un sistema político en que los partidos han dejado de ser instrumentos útiles para la participación ciudadana y han provocado la desafección social hacia ellos. Esa falta de altura política y las divergencias internas para establecer objetivos plausibles que ilusionen a los ciudadanos han ocasionado que se produzcan divisiones y fracturas en estas organizaciones políticas. El PSOE forzó la dimisión de su Secretario General para poder permitir, con su abstención, la formación de gobierno. Podemos, un partido emergente, se halla en medio de un debate que enfrenta a sus dos principales líderes en un pulso que amenaza con ruptura. Y el PP, aunque mantiene las riendas del Gobierno, se ve inmerso en permanente revisión de sus políticas a causa de los pactos que le permiten gobernar, pero que enervan a los acérrimos defensores de las esencias que velan por la pureza ideológica de la formación. Ello es lo que ha llevado al presidente de honor de la formación, el expresidente José María Aznar, a renunciar de ese cargo honorífico para poder cuestionar con libertad, sin importarle ser tachado de deslealtad, a su propio partido y al líder que designó personalmente para dirigirlo. Le duele que su partido, imputado por financiación ilegal y cercado por la corrupción, no defienda con más ahínco a viejas glorias, ahora imputadas, como la exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, fallecida a causa de un infarto cardíaco en medio del proceso judicial. No entiende que los nuevos tiempos exigen políticas más transparentes y honestas, no un corporativismo al estilo mafioso.

Mientras ello sucede en las alturas, la gente sigue viviendo como puede, consiguiendo, al menos, trabajos precarios, en condiciones precarias y con sueldos igualmente precarios. Es la famosa recuperación de la que alardean los que venden humo. Y se entristece con la muerte de las figuras que le entretuvieron y le ayudaron a soportar esta existencia, como Leornard Cohen, Manolo Tena, David Bowie, Prince, Juan Meneses, George Michael, Juan Peña “El Lebrijano”, Imre Kertész, Umberto Eco y tantos otros. Definitivamente, 2016 es un año para olvidar.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Despedida a un ser anónimo

Los seres anónimos pasan desapercibidos, no los conoce nadie y desaparecen sin dejar rastro. Pero pueden llegar a ser pilares fundamentales para sus familias y allegados. En esa microhistoria de los anónimos, algunos no pueden eludir convertirse en el centro en torno al cual gravitan otros seres para los que se desviven en prestarles ayuda y protección. Así era la abuela de mis hijos y la madre de mi mujer: un ser anónimo en esta sociedad de figuras deslumbrantes y que se ha despedido de la vida en paz consigo misma y en paz con los suyos. Nada le había sido fácil, pues parecía que esta vida se había empeñado en ponerle obstáculos casi desde su adolescencia, haciéndole enviudar al poco de casarse y arrebatándole un hijo primogénito al año de nacer. Nunca más conoció hombre y se dedicó exclusivamente a trabajar para evitar que sus otros dos hijos, mi mujer y su hermano, no estuvieran condenados al destino al que ella y su familia parecían condenados: ser pobres y carecer de una formación que les permitiera la oportunidad de progresar. Por tal motivo, nada le alegraba más que ver a sus hijos convertidos en un hombre y una mujer que conseguían formar sus propias familias y labrarse un futuro cargado de esperanzas. Aparecí casualmente en ese futuro y me convertí en su primer y único yerno, al que siempre trató como a un hijo, mostrándome un cariño que hizo engrandecer el respeto que le profesaba. Máxime cuando mis hijos fueron sus primeros nietos, a los que soportó con placer cuando ellos le gastaban travesuras y malicias infantiles que le hacían brillar los ojos de alegría. Para ellos transformó su fuerte carácter y determinación en una paciencia infinita y una tolerancia bondadosa que transigía a cualquier capricho. Salvo los últimos años, nunca estuvo sola, pues su madre y su tía se confabularon para, entre las tres, conseguir que hoy todos la lloremos con esa pena que despiertan los seres anónimos pero insustituibles y enormes en el corazón de los que la conocieron y la quisieron. Hoy la hemos despedido. Se va en paz porque durante toda su vida no hizo otra cosa que perseguir la paz y la felicidad para los suyos. Y hemos de agradecérselo. Gracias, suegra, gracias, abuela; gracias madre. Ya estás descansando junto a tu marido y tu hijo. Todos sabemos cuánto lo mereces. Descansa en paz.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Inevitable felicitación




También caemos en la tradición
de expresar grandes sentimientos
a nuestros lectores y seguidores
con ocasión de estas fiestas
que nos llevan a hacer
anacrónicos mensajes de felicitación
a quienes han tenido todo el año
para alcanzar esta gesta
sin que venga nadie a ayudarles
ni con la mano ni con la testa.

Inútil es abrigar el impulso
de diferenciarse de la gente
que en todas partes exhorta:
Sé feliz, no desfallezcas,
no ves que el mundo se alegra
de la infelicidad ajena.

Por eso, Lienzo de Babel
sucumbe cual corralera
en felicitar a sus lectores,
aunque con ello los pierda.
Somos así, simples y gregarios
hasta la médula.
Sólo cabe el quebranto:
¡Maldita sea!

jueves, 22 de diciembre de 2016

¿Será el invierno?


Hoy comienza, oficialmente, el invierno, no por el frío, que éste hace días que está campando por cumbres y valles, cubriéndolos de blanco para deleite de esquiadores y amantes de las postales, sino por precisiones astronómicas que fijan el momento exacto (a las 5 horas 48 minutos de hoy, según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional) en que la posición del planeta con respecto al Sol determina el inicio de la estación. Tras un otoño que comenzó veraniego y ha acabado invernal, el invierno arranca con buen pie. Se han alejado las tormentas que han regado con excesiva abundancia algunas zonas del país, causando destrozos y muertes, y llegan días soleados que ayudan a combatir el frío con alegría y buena disposición. Además, llega el invierno con dos buenas noticias para la población en general, salvo para banqueros y empresarios de la energía.

Por un lado, el Tribunal de Justicia de Europa sentencia que los bancos han de devolver lo cobrado de más por una cláusula abusiva en los préstamos hipotecarios con interés variable. Esa “cláusula suelo” que impedía bajar el interés cobrado al cliente aunque bajara el referencial al que estaba ligado se ha fallado ilegal. Aparte de la alegría para millones de personas hipotecadas hasta las cejas, se trata de un varapalo para la justicia española, que había dado la razón a los bancos en todas las instancias, incluida la del Tribunal Supremo. ¿Será el invierno el que ha procurado la buena nueva a las hipotecas, eliminando ese robo legal, a todas luces injusto? Será.

También podría ser el invierno el que ha hecho que el Gobierno, antes renuente a atender estas peticiones, se avenga ahora, cuando está en minoría en el Parlamento y necesita pactos hasta para saludar, a legislar para evitar que las eléctricas corten la luz a las familias que, por su situación de especial desventura (llamada pobreza energética), no pueden pagar el recibo de la luz, justamente cuando más falta hace la corriente eléctrica para combatir el frío. Ahora aprueban esa medida patrocinada por los socialistas, nacionalistas y el partido Ciudadanos. A la extrema izquierda, cogida fuera de juego, le parece insuficiente y no la apoyan. Prefieren que el frío siga cobrándose vidas de infelices que se alumbran con una vela. ¿Será el invierno el que obliga al Gobierno a ser sensato? Será. Pues, bienvenida sea esta estación que arranca con buen pie. Y es que el invierno no siempre resulta desagradable. También tiene su encanto y belleza. Disfrútenlo.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Diciembre como muestra


Este mes de diciembre está resultando ser una muestra bastante fidedigna de la realidad, una muestra espantosa de un mundo convulso, violento y cruel que, por sus cuatro costados, rezuma sangre, terror, muerte y corrupción. Unas veces, las menos, es la naturaleza la que provoca el caos y el dolor con fenómenos imprevisibles que desbordan nuestra capacidad de contrarrestarlos, como esas precipitaciones insólitas de hace unos días que inundaron el sudeste peninsular ocasionando cinco muertes y grandes daños materiales. Las lluvias torrenciales y los terremotos son fenómenos naturales con los que convivimos sin que perturben nuestra existencia cotidiana hasta que hacen acto de presencia y revelan nuestra fragilidad ante la fuerza descomunal que exhiben y con la que destrozan vidas y bienes materiales. Afortunadamente, son esporádicos y, una vez reparados los daños y enterradas las víctimas, nos olvidamos de ellos y volvemos a construir edificios sin medidas antisísmicas y obstruyendo los cauces de los ríos.

Peor aun son el odio y la soberbia machista que conducen al asesinato. En tan sólo un fin de semana, cuatro mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas en España, víctimas de una violencia de género, machista para ser exactos, que es capaz de acabar con la vida de aquellas personas a las que considera de su propiedad, como si fueran un objeto y no soportara perderlo. Cerca de medio centenar de mujeres -esposas, parejas o novias-, han pagado con su vida, en este año que aun no ha finalizado, el querer romper una relación que era insoportable e indigna, sin que hallaran a tiempo la protección de una sociedad que no sabe o no quiere acabar con esta lacra. Diciembre muestra, con esa concentración de asesinatos en pocos días, un problema de inmadurez masculina que resuelve con violencia su incapacidad para convivir en pareja en igualdad de condiciones y con respeto a la dignidad de la mujer como persona. Más de cuatrocientas denuncias diarias por malos tratos a mujeres evidencian la existencia de un mal que hunde sus raíces en una cultura de estereotipos, desigualdades y preponderancia del varón que todas las medidas de visibilidad y equiparación en derechos de la mujer  no ha logrado aun erradicar. Cuatro mujeres asesinadas en diciembre dan muestra de ello.

Otra muestra es el terror que no cesa. Una muestra irracional del fanatismo terrorista que se escribe con nombre de ciudad, Berlín. Otro camión, utilizado como arma mortífera, ha sido el medio para producir un atentado contra un mercadillo de Navidad en esa ciudad alemana, lanzándolo contra las personas pacíficas que visitaban los tenderetes y hacían sus compras. Otro acto de terror en nombre de un supuesto Estado islámico e implorando una divinidad que, de existir, estaría avergonzada de lo que se hace en su nombre. Otro ejemplo, en este mes de diciembre, de lo que es capaz el fenómeno yihadista, como cualquier fanatismo, por imponer una determinada visión del mundo y un determinado modelo de sociedad, no mediante la razón y el convencimiento, sino por la fuerza de la coacción y las bombas, entre propios y extraños. Este mes de diciembre ha sido en Breitscheidplatz como antes fue Niza, Bataclán, Madrid, Londres o Nueva York, ciudades occidentales contra las que se atenta para atemorizar a sus ciudadanos y fomentar una reacción que justifique estrategias y políticas de los violentos islamistas. Pero también han sido Jordania, Siria, El Cairo o Turquía, centros urbanos del mundo árabe y musulmán, que demuestran que el enemigo no es la civilización occidental, sino cualquiera que impida las ansias de poder de los radicales islamistas que utilizan la violencia y el terror como mecanismos de conquista, control y adoctrinamiento. Diciembre es, simplemente, un botón de muestra de este peligro mundial que golpea cuando puede y del modo más cobarde: a traición y contra inocentes. La mejor defensa contra las intenciones de los fanáticos es reafirmarnos en nuestros valores, en la libertad, la tolerancia, los derechos humanos y la democracia, que son los que han llevado a nuestras sociedades, a pesar del terrorismo y otros muchos problemas, a disfrutar de los mayores logros de paz, progreso y desarrollo en el mundo. Y no sucumbir a las amenazas del terror ni de los que aprovechan el miedo para que cedamos derechos y libertades en nombre de una supuesta seguridad. Porque el problema no son los refugiados, sino los violentos. No es la inmigración, sino las guerras, el hambre y la pobreza. Diciembre nos vuelve a enfrentar ante otro zarpazo del terrorismo para que reafirmemos nuestros ideales, no para que renunciemos de ellos.

Y junto al dolor y la muerte, la corrupción, la desfachatez de los “listos” que abusan de la confianza de los ciudadanos para su provecho particular. Casos y más casos de corrupción política y económica que delatan un sistema podrido que así engrasa su propio funcionamiento, basado en el lucro y la obtención de beneficios como único y exclusivo fin. Ya no se trata de irregularidades y clientelismo a escala local, tampoco nacional. Se trata de que los tres últimos presidentes del Fondo Monetario Internacional se han visto involucrados, encausados y algunos de ellos condenados por actuaciones impropias, inmorales y desleales con el cargo que desempeñan. ¿En qué manos está la gobernanza del capitalismo mundial? En manos de corruptos que dictan normas que empobrecen a los más desfavorecidos, en manos sucias de una gente que exige una austeridad injusta mientras esos dirigentes trapichean y se enriquecen gracias a los puestos que ocupan y a la falta de la más mínima vergüenza que sirva, al menos, para que se ruboricen. Christine Lagarde es la muestra que este diciembre pone cara a la realidad de un sistema carcomido por la corrupción y que persigue sólo el beneficio lucrativo de unos pocos, los detentadores de capital, y no el interés general de los ciudadanos. Diciembre como muestra de nuestros males e infortunios, y que no tienen visos de solución.

lunes, 19 de diciembre de 2016

¿Qué hay de malo en cuestionar la religión?

Hubo -y hay- gente en este país que no acepta que se cuestionen sus creencias, por muy respetables que sean, y pretenden que todos las asuman como si fueran verdades reveladas e irrefutables. Hubo -y hay- gente que considera que la religión no debe estar subordinada, no ya a la razón, cosa imposible porque entonces no sería una creencia, sino a las leyes pues considera sus creencias por encima de la legalidad. Hubo –y hay- personas que creen que la libertad ha de estar limitada o condicionada por las creencias religiosas puesto que supuestamente son mayoría los que las profesan. Hubo –y hay- quienes defienden el derecho a tener creencias sobrenaturales pero rechazan las expresiones y las críticas contra ellas basadas en la libertad de expresión o manifestación reconocida en la Constitución. Como hay gente así, puede suceder que la Justicia, a veces, tenga que intervenir y sea justa al dilucidar esta aparente colisión entre el derecho a la libertad de conciencia y la libertad de expresión. Y todo ello en el contexto de un Estado de Derecho y un país democrático en el que existe gente que aun desea que la legalidad civil deba estar tutelada por las creencias religiosas.

Que estas contradicciones y paradojas surjan en personas fanáticas y en absoluto tolerantes es lo esperado, pero que las mantengan gente que conoce los ámbitos en que se circunscriben estos derechos, es, a estas alturas, sorprendente, cuando no preocupante. Es más, que, desde determinados sectores sociales, se considere ofensivo a sus sentimientos religiosos una manifestación contraria a la existencia de una capilla religiosa en un recinto universitario es relativamente coherente con sus creencias y actitudes. Pero que desde un medio de comunicación se haga campaña en contra de una resolución judicial porque falla la absolución de una manifestante, acusada de un delito contra esos sentimientos, no sólo es claro ejemplo de periodismo amarillista y fanático, sino también casi de desacato, ya que tilda la sentencia de “política” y parcial por no “proteger” tales sentimientos religiosos, como si estos tuvieran mayor preponderancia que los de libertad de expresión, opinión y manifestación reconocidos a todos los ciudadanos sin distinción, posean sentimientos religiosos o no.

Esa sentencia de la Audiencia de Madrid falla la absolución de la concejal Rita Maestre del delito contra los sentimientos religiosos del que había sido acusada por haber participado en una manifestación que irrumpió en el interior de una capilla y rodeó el altar para protestar contra la existencia de lugares de culto en un recinto universitario, algo que resulta contradictorio en el ámbito donde el pensamiento científico y racional debía imperar y fomentarse. Durante el acto de protesta, las manifestantes se despojaron de sus blusas y se exhibieron en sujetador mientras lanzaban consignas, algunas muy provocativas (¿cuál no lo es?), contrarias a la injerencia católica en decisiones civiles (como la ley del aborto) y otros derechos y libertades propios de un país democrático, plural y formalmente laico o aconfesional.

Los más acérrimos, intolerantes y fanáticos practicantes del catolicismo patrio, auténticos herederos del nacionalcatolicismo que desearían continuara imponiéndose por la fuerza de la ley a la totalidad de la población española, estiman un auténtico ultraje esa manifestación y tachan de profanación el hecho de rodear el altar para lanzar consignas, ya que para ellos se trata de un lugar sagrado donde sólo un cura puede oficiar a los feligreses. Para tales personas, que las hay, es totalmente intolerable que se cuestione el proselitismo religioso en una universidad. Y se sienten profundamente ofendidas. Confiaban en un severo castigo judicial que lave sus ofensas. Tal reprimenda no se ha producido y se rebotan contra la decisión de la Justicia. Que la crítica a la permanencia de espacios reservados a las creencias en los ámbitos universitarios sea catalogada como “saña anticatólica” por esos fanáticos no deja de ser una muestra de su fanatismo radical y nostálgico de épocas inquisitoriales. Pero que un medio de comunicación moderno, aunque sea conservador, considere la sentencia de “política” y “oportunista” porque no estima delictivo el ejercicio del derecho de manifestación, raya en el desacato y la falta de respeto a la Justicia.

Al parecer, los tiempos no avanzan para algunos sectores y medios de comunicación, que siguen reaccionando como en épocas en que podían condenar por su simple voluntad y criterio cualquier expresión y conducta que se apartara de sus dictados y valores imperantes. No asumen la diversidad y la pluralidad de la sociedad moderna y siguen confiados en una Justicia subordinada que vele y defienda esos valores e intereses dominantes, como si el judicial fuera un poder dependiente de una élite poderosa y excluyente. Afortunadamente, a veces los jueces ejercen su función con libertad y ajenos a presiones, y hacen justicia. Criticar las creencias dentro de la universidad no es delito y así lo ha estimado esa sentencia absolutoria. Que los fanáticos se sientan ofendidos es cosa suya, pero no por ello se van a cercenar las libertades más relevantes para la sociedad, como son las de opinión, expresión y manifestación. Tendrán esos fanáticos y los medios que los apoyan que acostumbrarse a convivir en un país libre y aconfesional, en el que viven personas laicas y religiosas, sin ningún privilegio de unas sobre otras. Y que una Justicia imparcial se atenga a las leyes y no a las tradiciones y creencias dominantes, tampoco debería ser motivo para un comentario editorial que, no sólo disiente de lo sentenciado, sino que tergiversa la decisión del juez como de “oportunista y cómoda” por fallar una absolución “política” de la imputada, una persona en el extremo ideológico opuesto al de la tendencia del medio en cuestión, nada imparcial, por cierto, en asuntos religiosos, monárquicos, políticos y económicos.

La única impunidad que cree ver en este asunto ese medio no es la que parece conceder la Justicia a la imputada para seguir manifestándose, sino la que el propio medio disfruta para tergiversar y criticar decisiones judiciales cuando no son conformes a sus criterios e ideas particulares. Flaco favor se hace a la democracia cuando las decisiones judiciales son instrumentalizadas por la diatriba política y la mercantilización mediática.       

jueves, 15 de diciembre de 2016

Cuento de Navidad


Por esas casualidades del destino, mientras deambulaba sin rumbo pensando qué hacer, un joven desempleado se cruzó con un viejo amigo al que saludó sin intención de detenerse, pero al notar un brazo que lo sujetaba y unas palabras que le interrogaban, no tuvo más remedio que pararse a charlar un rato. Se sintió obligado a reconocer que estaba en paro y que iba a echar currículos por ahí en busca de cualquier oportunidad, en lo que fuera, porque de informático no encontraba nada, salvo arreglar torpezas, gratis, a conocidos. Su amigo le respondió con sus preocupaciones a causa de la separación de su mujer y de unos hijos que pasaban de él como de la peste. Era funcionario y el sueldo lo empleaba en pasar una asignación a su exmujer, socorrer a quienes no querían ni verle y pagarse el alquiler que contrató cuando tuvo que abandonar el que había sido su hogar. El resto, para café y cigarrillos. Vueltas de la vida, le dijo. Cuando se despidieron deseándose suerte, el joven continuó su camino sin rumbo, con la cabeza echándole humo por aquellos problemas del amigo que ahora se sumaban a los suyos. No hallaba razones para sonreír. Y menos aun después de asistir a los entierros de una vecina y de su hija, que habían sido asesinadas por el hijo y hermano de ambas, enloquecido por las drogas. Maldita violencia y malditas drogas, exclamó en medio de la acera, justo en el momento en que leía, al pasar frente a un quiosco de prensa, el titular de un periódico que decía que el FMI recomendaba nuevos recortes en sanidad y educación, además de subir algunos impuestos. Querrán que no estudiemos ni que nos pongamos enfermos, total, para qué, pensó de inmediato. Aprovechó para dejar un currículo al quiosquero por si precisaba de algún ayudante que lo sustituyera en vacaciones u otras circunstancias. Al regresar a su casa, harto de patearse la ciudad, su madre le tenía preparada unas lentejas y una naranja de postre, almuerzo que comía con desgana mientras escuchaba, mezclado con el parloteo ruidoso de su madre, lo que decía un presentador del telediario: que, según el presidente del Gobierno, el país está recuperándose y rebajando la tasa de desempleo. ¡Cabrones!, refunfuñó, lo que hizo enmudecer a su madre y hacerla huir a la cocina, al tiempo que un anuncio de Loterías del Estado intentaba convencer a la gente de que todos se confabularían para hacerte feliz si compras algún décimo, aunque no te toque el premio. No pudo aguantar más. Se encerró en su cuarto sin ganas de volver a salir y se puso a preparar nuevos currículos, por hacer algo. Aunque fuera Navidad.

martes, 13 de diciembre de 2016

Un sistema educativo errabundo

Desde la restauración de la democracia en España, se han sucedido siete leyes diferentes (tres generales y cuatro parciales) que han intentado ordenar el sistema educativo español con el resultado que la última entrega del Informe PISA ha revelado: esas leyes han sido un fiasco y no han servido para elevar la calidad de la enseñanza en nuestro país, manteniéndonos en la medianía del `ránking´ educativo entre los países desarrollados. Algo falla, y no es cuestión de banalizarlo, cuando no sabemos educar ni preparar adecuadamente a las futuras generaciones que han de enfrentarse, como país, a los retos y exigencias de un mundo moderno, complejo y globalizado.

Algo hacemos mal si no somos capaces de ponernos de acuerdo en un asunto tan crucial para todos. Porque la educación no es un servicio público más del Estado de Bienestar que puede ver aumentar o disminuir su dotación presupuestaria según las circunstancias económicas o las conveniencias contables del momento. La instrucción pública es una estrategia pedagógica sostenida que dota de conocimientos a las nuevas generaciones para afrontar, individual y colectivamente, los desafíos que plantea un entorno competitivo como el que vivimos. Se trata de un proyecto permanente de futuro y, como escribe el periodista Ignacio Camacho en su columna de ABC, “de evolución y de progreso”. Por tal motivo, la política educativa no puede ser algo coyuntural ni sectario, sino un asunto estructural que debe mantenerse al margen de los vaivenes ideológicos de los partidos que se alternan en el poder. Es, por ello, inconcebible que cada vez que cambie el gobierno de turno se modifique la ley educativa para adaptarla al ideario e intereses del recién llegado al Gobierno. Sin embargo, eso es exactamente lo que ha acontecido con la política educativa de España desde que vivimos en democracia: se han elaborado leyes que han ocasionado que el sistema educativo español sea errabundo, con bandazos adoctrinadores, inútil en sus objetivos y frustrante para alumnos, padres y profesores.

Como hijo de profesor y padre de profesora, me interesa la problemática educativa del país en que vivo, no sólo por esa herencia que a través de mí se proyecta hacia al futuro, sino también por mi condición particular de haber impartido numerosas charlas en institutos y, fundamentalmente, como abuelo preocupado por el porvenir de sus nietos. Aun careciendo de tales ligazones, sería conveniente mayor interés e inquietud ciudadana por las dificultades educativas que afectan a nuestros hijos y determinan el modelo de sociedad, la capacidad de desarrollo y de progreso a que aspiramos como país. La educación no es, en ningún caso, un asunto baladí y no debería estar enfocado exclusivamente a satisfacer los requerimientos laborales del mercado. Va más allá de todo eso al representar la inversión de futuro de la nación y ser la única herramienta eficaz que posibilita el progreso a través del conocimiento.

Se trata, por tanto, de un asunto de Estado y como tal ha de abordarse, obviando actitudes dogmáticas e intereses particulares (religiosos, mercantiles, etc.), con el fin de alcanzar ese gran pacto nacional que convierta la educación en la puerta de acceso al futuro prometedor que todos merecemos en España. Desde la LGE del tardofranquismo hasta la LOMCE, pasando por la LOGSE, la LOE y demás experimentos legislativos, no hemos conseguido más que aburrir al profesorado y desmotivarlo en el ejercicio de una profesión que tiene mucho de vocación y exige una gran dedicación para insuflar en los alumnos la avidez por la sabiduría. Leyes que los alumnos han soportado como víctimas que pagan con deficiencias formativas y frustraciones vitales cada cambio curricular, cada ratio diferente, cada nuevo modelo de evaluación, cada disminución de ayudas y becas y, en definitiva, cada obstrucción a su derecho a la educación. Y un malestar creciente en padres que asisten alarmados a la imposibilidad de ofrecer a sus hijos, gracias a la educación, un futuro mejor que el que ellos han tenido ni mayores posibilidades de progreso por causa de unos estudios que la sociedad no valora como es debido, hasta el extremo de que una gran parte de la generación mejor formada no vivirá mejor que la de sus padres con peor formación. Y todo ello es debido a un sistema educativo errabundo y sin definición a largo plazo como proyecto cultural ambicioso y estratégico para el país.

Un país que parece preferir apostar por los servicios antes que por la investigación, por el ladrillo y el turismo antes que la innovación y por amoldarse al exabrupto de Unamuno de “inventen ellos” que nos habría mantenido en una economía primaria, basada en los primeros sectores de la producción, y nos imposibilitaría el acceso al conocimiento que de verdad transforma el mundo: la investigación, la innovación, el desarrollo y la información. Si la educación no persigue la transformación de las condiciones que lastran nuestro futuro es que no es una verdadera educación, sino un remedo para ofrecer mano de obra barata al mercado. Y ello es, justamente, lo que pone en evidencia el Informe PISA: España no cree necesaria una verdadera educación y se conforma con un sistema educativo errabundo.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Aliento del invierno


El frío nos despierta por las mañanas y obliga a acurrucarnos bajo las mantas, buscando el refugio confortable de una compañía que nos haga demorar la inevitable marcha. Los cristales y espejos se vuelven borrosos con el vaho, igual que los valles con las nieblas, para anunciar la inminente llegada del invierno. Los días amanecen bañados por el rocío y se dejan acariciar por tímidos rayos de sol que invitan a deambular sin rumbo por calles y plazas. Tazas de café y periódicos llenan unas horas matinales que resplandecen, en los días soleados, bajo un cielo transparente de puro azul en el que revolotean, como si garabatearan promesas, gorriones y golondrinas inquietas. Los comercios levantan la veda del descanso y se llenan del bullicio de personas que aspiran a convertirse en reyes magos que satisfacen la ilusión de hijos y nietos, mientras los escépticos critican un despilfarro del que participan desde la barra de un bar o ante la pantalla del televisor. Todos apuran el mediodía antes de que la tarde se precipite hacia las penumbras tempranas que acortan el día y lo sumergen en el relente húmedo que se cuela hasta los huesos. Es el aliento de un invierno que pronto llamará a la puerta para despedir con nosotros otro año.


viernes, 9 de diciembre de 2016

Día contra la Corrupción

Hoy, Día internacional contra la Corrupción, hemos de rendir merecido reconocimiento a la miríada de apóstoles de lo ajeno que han obligado a la ONU a dedicar una jornada a la lucha contra uno de los mayores obstáculos que lastra la educación, la sanidad, la justicia, el desarrollo, el progreso y la democracia de aquellos países donde la corrupción no consigue erradicarse. A los Roldán, Naseiro, Gil y Gil, Hormaechea, Servitje, Palop, Muñoz, Roca, Matas, Urdangarín, Munar, Del Nido, Pujol, Díaz Ferrán, Granados, Bárcenas, Griñán, Cháves, Fernández, Rato, Soria, Fabra, Camps y otros muchos -de entre esos 300 políticos imputados en más de 175 presuntos casos de corrupción que, inmorales en su codicia, han ocasionado un quebranto de cerca de 10.000 millones de euros a las arcas públicas-, los recordamos, hoy, para que algún día puedan depurar su responsabilidad con la justicia y resarcir a los ciudadanos del daño provocado en el prestigio de las instituciones y en la confianza en la democracia de nuestro país. Aunque la proclamación de estos días internacionales sólo sirve para evidenciar una carencia, confiamos en que el dedicado a la lucha contra la corrupción suponga, al menos, una progresiva visualización de un problema que afecta a todos los niveles del Estado, desde la administración central, autonómica, municipal y diputaciones, y promueva el rechazo, no sólo a quienes hurtan aprovechándose de cargos o relaciones en la política y la economía, sino también a cuantos consienten y toleran, con su desidia o complicidad, este mal letal a nuestro sistema pacífico y equitativo de convivencia. Para que algún día, de verdad, se luche contra la corrupción. 

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Constituciones


A pesar de que el 6 de diciembre se celebra el
Día de la Constitución, la de 1978 no es la única Ley Fundamental que ha tenido España a lo largo de su historia sino muchas, aunque ninguna tan duradera y benéfica para el país como la que conmemoramos con un día festivo y una pérdida progresiva de reconocimiento por parte de los ciudadanos. Esta última Constitución es, no obstante, la que ha logrado el mayor período de paz, democracia y progreso para una nación, España, que no ha tenido empacho en elaborar cuántas constituciones exigía cada momento histórico en función de las necesidades de los gobernantes que las elaboran, no de los gobernados que debían acatarla y cumplirla.

Es verdad que es un axioma pensar que cada constitución debe durar lo que la generación que la aprobó y que ninguna es permanente, como tuvieron a bien prever en la Constitución más antigua que se conoce en el mundo, la de Estados Unidos de 1787, pero de ahí ha tener doce Cartas Magna, como ha tenido España, en el transcurso de cerca de dos siglos, va un dislate. Y es que España es exagerada hasta para dotarse de constituciones que rijan la vida de los españoles: o no tenemos ninguna o tenemos más que nadie. Como los carriles bici, que en poco más de una década hemos pasado de no disponer de ningún kilómetro a ser el país que más extensión de vías exclusivas ofrece a los amantes de la bicicleta. Somos así.

Claro que la primera `Ley de leyes´ que puede ser considerada como tal no la escribimos los españoles, sino que nos la otorgó un invasor que, viendo los enfrentamientos que manteníamos para legitimizar la monarquía de Fernando VII, traspasa el trono a José Bonaparte, hijo del emperador francés Napoleón, mediante el Estatuto de Bayona, en 1808. Como describen García de Cortázar y González Vesga en su Breve Historia de España, los “herederos de la Revolución francesa obtenían el cetro madrileño y enterraban el Antiguo Régimen sin disparar un solo tiro ni sublevar a las masas”. Al menos al principio, porque seguidamente se inicia la Guerra de la Independencia que traerá también su Constitución.

Y esa Constitución es elaborada por un gobierno en retirada y formado por Juntas populares que, establecido en Cádiz, promulga la famosa Constitución de 1812, la primera que establece la separación de poderes y la libertad de prensa, limitando los poderes del rey. Estuvo vigente sólo dos años, hasta que Fernando VII regresa al país y recupera el trono gracias al apoyo de los “cien mil hijos de San Luis”, derogando la constitución en 1814 e imponiendo nuevamente un régimen absolutista. A su muerte, y debido a la minoría de edad de quien debía ser su sucesora, su hija Isabel II, la reina Regente, su esposa María Cristina, necesitada de apoyos, elabora otra constitución al gusto de moderados liberales: el Estatuto Real de 1834, un paso intermedio entre el Antiguo Régimen y el nuevo Estado liberal.

Tampoco duró mucho esta constitución, pues para satisfacer a aliados progresistas que se alternaban con los moderados en el apoyo a la reina Regente frente a la revuelta carlista, se decide su modificación, que se concreta en la Constitución de 1837, la primera que puede considerarse nacida del consenso en el constitucionalismo español.

Ya en el trono Isabel II, habiendo alcanzado la mayoría de edad, se disuelven las Cortes y los moderados, que consiguen ser la fuerza mayoritaria, deciden otra vez reformar la Constitución para que sea más acorde a sus postulados, aunque respetando los procedimientos de reforma establecidos en la misma. Se elabora así la Constitución de 1845, la quinta Carta Magna que se promulga en España en el plazo de cinco décadas.

Ante el furor revolucionario que prende en Europa y se inicia en Francia, en 1848,  en el contexto de la Revolución Industrial, siendo reprimido con una respuesta conservadora que tiende a recuperar el Antiguo Régimen, los sectores más reaccionarios de España deciden confeccionar un proyecto constitucional que retrocede a los niveles autoritarios del Estatuto de 1834, que no prospera: es la Constitución de 1852, elaborada durante la Década Moderada.

La inestabilidad política y el peligro de un conflicto armado hacen que Isabel II vuelva a confiar en gabinetes moderados que elaboran otra constitución más  aperturista, la Constitución de 1856, que jamás vería la luz y que ofrecía, por primera vez, la alternancia política entre moderados y progresistas en el Gobierno, aparte de otros avances legislativos que limitaban la jurisdicción militar y el poder de la corona. Sin embargo, la coyuntura internacional y revueltas populares internas hacen que la reina se decante hacia gobiernos conservadores que retraen los apoyos progresistas y los empujan a la conspiración, junto a una parte del ejército.

Así, y sin ningún apoyo, la reina Isabel II huye a Francia desde San Sebastián en 1868, cuando los militares se sublevan en Cádiz y derrotan a las fuerzas isabelinas. Una vez más, las Juntas ocupan el poder y, con medidas liberalizadoras, consiguen apaciguar los ánimos “guerracivilistas” y atraerse a los insatisfechos hasta redactar una nueva Carta Magna, la de 1869, impregnada de ideología liberal-democrática, que perdura hasta 1873, cuando el rey Amadeo de Saboya renuncia a la corona.

Entonces se proclama la República, que impulsa un recambio constitucional en el que se establece la separación Iglesia-Estado y el reconocimiento de un país federal, con trece estados peninsulares, dos insulares y dos americanos, dotados de la correspondiente autonomía política, pero conviviendo en el seno de la nación española. Se trata de la Constitución Federal de 1873 que no llega a ver la luz, ya que la burguesía se subleva (levantamientos cantonales) y recurre al general Pavía para disolver –manu militari- las Cortes.  

Derrocada la República y restaurada la monarquía con Alfonso de Borbón, hijo de Isabel II, vuelve a redactarse otra constitución que preserva las conquistas de la burguesía y recoge la idea de soberanía compartida entre la corona y las Cortes, que otorga al rey todos los poderes, incluido el mando supremo del ejército. Es la Constitución de 1876, suspendida tras el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, en 1923. Fue, por tanto, una constitución duradera que permitió un período de paz flexible, que transcurrió en tres etapas. Una primera, hasta 1885, bajo el reinado de Alfonso XII; la segunda, bajo la Regencia de María Cristina, con conflictos y la pérdida de las colonias; y la tercera, con Alfonso XIII, que culmina con el golpe de Primo de Rivera.

La dictadura de Primo de Rivera redacta también, tras derogar la de 1876, un proyecto de Constitución de 1929, llamado Estatuto Fundamental de la Monarquía, con la que pretendía dar sostén legal a un régimen autoritario y antidemocrático que no establecía la división de poderes ni reconocía la soberanía nacional. Suponía volver otra vez a los tiempos casi absolutistas, otorgando amplios poderes al rey, por lo que apenas levantaba algún entusiasmo. No llegó a entrar en vigor. A comienzos de l930, el dictador presenta su dimisión al rey y se retira a París, donde al poco tiempo muere. Le sustituye el general Berenguer, quien cede el testigo al almirante Aznar, el cual convoca elecciones  municipales el 12 de abril de 1931.

El triunfo de los candidatos republicanos aconseja al rey abandonar el poder y marchar al exilio. El 14 de abril se proclama la II República y un gobierno provisional presidido por Niceto Alcalá Zamora, con representación de los partidos republicanos y el socialista, asume pacíficamente el poder. Nuevamente, se elabora la Constitución de 1931, que convierte a España en un Estado republicano, democrático, laico, descentralizado, con Cámara única, sufragio universal, Tribunal de Garantías e intenta contentar las ansias soberanistas de Cataluña y País Vasco. Tal vez, un proyecto de convivencia demasiado avanzado para la época. Asediada por el fascismo y el comunismo, y víctima de sus propios errores e incapacidades, la República fracasa ante el levantamiento fraticida del general Francisco Franco, en julio de 1936, que nos impone otra dictadura, la más cruel y duradera de la Historia.

No hace falta decir que, tras la victoria de los sublevados en armas, se elaboran las Leyes Fundamentales del Reino (1938-1977), un conjunto de leyes que dan armazón legal a la dictadura establecida por Franco y que hacen realidad aquella consigna del nuevo orden: “Franco manda y España obedece”. Tal era su autoritarismo criminal que hasta 1948 no suprimió el estado de guerra y nunca dejaron de actuar los tribunales militares que podían dictar sentencias de muerte por delitos ideológicos.

Afortunadamente, no hay mal que cien años dure y un día, al cabo de 40 años, el dictador muere en su cama del Palacio del Pardo y España recupera la normalidad democrática, tras las elecciones generales de 1977. La nueva España elabora una nueva Constitución, la de 1978, que reconoce a los españoles derechos y libertades, y culmina el “haraquiri” de las Cortes del anterior régimen franquista que la Ley para la Reforma Política promovía. Es la Constitución que actualmente celebramos y que ha posibilitado un dilatado período de convivencia pacífica y de progreso, aunque no haya podido resolver todos los problemas que preocupan a los ciudadanos. En el contexto de nuestra oscilante historia, es oportuno subrayar y valorar sus bondades a la luz de los beneficios que nos ha procurado en relación al reconocimiento de la pluralidad, la diversidad y las libertades, junto a otros derechos. El Día de la Constitución no es un día cualquiera en la Historia de España. Celebrémoslo, pues.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Otro diciembre


El tiempo es víctima de un otoño permanente. Cada año se presenta como un damnificado más de esa entelequia temporal que supuestamente transita del pasado hacia el futuro, y que no deja de amarillear el presente, como un otoño eterno, hasta obligarnos arrancar las hojas del calendario con que intentamos atrapar y medir su incesante e intangible transcurrir. Así, alcanzamos un diciembre que señala la última muesca en otro ciclo que contabiliza nuestra degradación y obsolescencia, nuestro irremediable peregrinar hacia la nada. Sin embargo, somos incapaces de vivir sin referenciar nuestra existencia a un comienzo y un final, seguimos relacionando el vivir con años, meses y días que cronometran un absurdo: miden tiempo, como si pudiéramos controlar la inevitable entropía a la que la materia está abocada. Diciembre es una convención que nos recuerda que, en medio del caos en temporal equilibrio consciente, sólo vivimos un otoño permanente que nos conduce a seguir arrancando hojas al almanaque sin cesar, sin sentido.