domingo, 4 de diciembre de 2016

Otro diciembre


El tiempo es víctima de un otoño permanente. Cada año se presenta como un damnificado más de esa entelequia temporal que supuestamente transita del pasado hacia el futuro, y que no deja de amarillear el presente, como un otoño eterno, hasta obligarnos arrancar las hojas del calendario con que intentamos atrapar y medir su incesante e intangible transcurrir. Así, alcanzamos un diciembre que señala la última muesca en otro ciclo que contabiliza nuestra degradación y obsolescencia, nuestro irremediable peregrinar hacia la nada. Sin embargo, somos incapaces de vivir sin referenciar nuestra existencia a un comienzo y un final, seguimos relacionando el vivir con años, meses y días que cronometran un absurdo: miden tiempo, como si pudiéramos controlar la inevitable entropía a la que la materia está abocada. Diciembre es una convención que nos recuerda que, en medio del caos en temporal equilibrio consciente, sólo vivimos un otoño permanente que nos conduce a seguir arrancando hojas al almanaque sin cesar, sin sentido.    

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