jueves, 4 de agosto de 2016

Entre la bella y la bestia

El título es una exageración, a qué negarlo, porque ni Hillary Clinton es precisamente una beldad –nunca lo ha sido- ni Donald Trump es totalmente una bestia, aunque lo parezca. Pero el titular sí sirve para, de una manera simplista, describir gráficamente las opciones que se enfrentan en las presidenciales de Estados Unidos, elecciones importantes para ellos y trascendentales para los países que dependemos de, y giramos en torna a, la única Gran Potencia mundial. Ambos candidatos, ya confirmados en las convenciones de sus respectivos partidos, se disputarán el próximo 8 de noviembre el sillón del Despacho Oval de la Casa Blanca y el vencedor asumirá el cargo de Comandante en jefe del Ejército más poderoso del planeta, con bases en todo el mundo. De esta manera, el bocazas de Trump podría ser el portador del maletín nuclear y declarar la guerra a todos aquellos pueblos que desprecia y desea eliminar del mapa (hispanos, musulmanes, chinos, etc.) o la antipática Clinton, que es incapaz de ocultar su asombro ante las imágenes espectaculares de sus escuadrones de élite en plena acción, ser la primera mujer que rompe el último techo de cristal que parecía inasequible a una real igualdad entre el hombre y la mujer, y hacerse con la presidencia de un Gobierno histórica y exclusivamente dirigido por hombres. Que una mujer llegue a ser presidenta de EE.UU. es algo que misóginos como Trump no toleran y, por ello, son capaces de reclamar la ingerencia de una potencia extranjera para que espíe y divulgue los correos electrónicos privados de la candidata demócrata, cuando era Secretaria de Estado, con tal de desprestigiarla. Estos son los talantes entre los que pivota la próxima presidencia de Estados Unidos de América.

Entre ambos talantes, nadie en su sano juicio escogería al candidato republicano cuya nominación primero ha abochornado a los sensatos, luego ha asombrado a los incrédulos y finalmente ha atemorizado a todos aquellos que adivinan el peligro que supone un presidente populista, demagogo, engreído, ignorante y bocazas que se cree capaz de arreglar de un plumazo y con medidas radicales todos los problemas a los que se enfrenta no sólo su país, sino el mundo entero. Un candidato que es tachado de irresponsable porque ha llegado a decir que estaría dispuesto a usar armas nucleares para combatir el terrorismo y que cambiaría las leyes para permitir la tortura como forma de obtener información de los terroristas. Y es que la carrera electoral de Donald Trump ha estado dominada por los insultos, las mofas sobre los que disienten de él y las provocaciones groseras a los que no le ríen las gracias: mujeres, minorías raciales, intelectuales, el “establishment” político, su concepto de política exterior, la élite económica y hasta los medios de comunicación y los periodistas, a los que expulsa cada dos por tres de sus ruedas de prensa. Con tal ilustrado bagaje, no es de extrañar que el mejor argumento que ha podido encontrar para atacar a su contrincante Clinton sea el de compararla con el mismísimo diablo. Fiel a su estilo, casi todas las manifestaciones del magnate Trump son escandalosas, exageradas y pertenecen al género de los exabruptos. Todo un personaje mediático que ha sabido captar la atención y la confianza de amplios sectores de la población, en los que reina el descontento por los problemas económicos y sociales y por las expectativas de primacía global de su país, hasta auparle a disputar la presidencia a una ortodoxa de la política norteamericana como es Hillary Clinton.     

Por su parte, Hillary Clinton es la segunda vez que intenta conquistar la presidencia de Estados Unidos. Ya en 2008 compitió y perdió en primarias frente a Barack Obama, quien sin embargo la rescató como Secretaria de Estado de su Gobierno. Esta licenciada en Derecho, que cursó estudios en Yale y Cambridge y fue catalogada entre las 100 mejores abogadas más influyentes en los años 1975 a 1991, tiene un amplio historial de activista y ambición política que se visualiza en su carácter: fría, antipática y dura. Como esposa del expresidente Bill Clinton, ha estado vinculada a la política desde que su marido era gobernador de Arkansas en la década de los setenta del siglo pasado, cuando ya dirigió una comisión especial sobre la reforma sanitaria, asunto que volvió a impulsar infructuosamente desde la Casa Blanca. Esa “sensibilidad” social queda de nuevo de manifiesto en su programa electoral al propugnar un salario mínimo a los trabajadores, abolir la pena de muerte y apoyar las medidas migratorias impulsadas por Obama y que tanto “escuecen” a su contrincante Trump. Ella es la candidata que más se ha preocupado por la situación de las mujeres y los inmigrantes, prometiendo políticas que respalden sus derechos y corrijan las desigualdades que aun padecen. También es partidaria de regular el mercado financiero y de instaurar medidas que eviten los desafueros que acaban transformándose en crisis económicas que pagan finalmente quienes no tienen culpa. Y en política exterior, con la visión de primera mano que le confiere su paso por la Secretaría de Estado, parece dispuesta a recurrir más a la acción que a la negociación siempre que ello sea ineludible, se muestra favorable a combatir el ISIS con fuerzas regionales antes que con tropas norteamericanas y apoya la solución negociada entre Israel y Palestina en conformidad con las resoluciones de la ONU.

La comparación de sus programas electorales evidencia las enormes discrepancias que caracterizan dos visiones opuestas de la realidad y de los proyectos con que pretenden abordarla sus candidatos. El magnate Trump confía en su experiencia empresarial, nula en política, para dirigir la nación y encarar los problemas a que se enfrenta, apelando a un patrioterismo ramplón de medidas extremas, como levantar un muro en la frontera con México para evitar la inmigración irregular, y a la fuerza, con tortura incluida, para combatir el terrorismo, como si este fuera un enemigo visible al otro lado de la trinchera. Frente a él se sitúa la exsenadora Clinton, que promete dar prioridad a la recuperación económica, sobre todo de los sectores más desfavorecidos, y potenciar desde el gobierno valores que estima duraderos, como la libertad, la igualdad, la justicia y la oportunidad.

Es desde el punto de vista de sus ideas, talantes y propuestas que la comparación entre la candidata demócrata Hillary Clinton y el candidato republicano Donald Trump parece la misma que entre la bella y la bestia. Son como la noche y el día, no sólo en lo físico o estético, sino en lo ideológico y ético. Confiemos que la sensatez, la racionalidad y el sentido común guíen a los votantes que elegirán al próximo presidente de USA. Nunca nos hemos jugado tanto en unas elecciones presidenciales norteamericanas.

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