lunes, 16 de noviembre de 2015

Las arenas del mal

Hubo un poeta maldito que se propuso describir el mal en unos versos que se regocijan con el dolor, que hacen apología de lo endemoniado y retratan al hombre como un ser miserable y perverso, incapaz de enamorarse si no es para sufrir, para sucumbir a todas las tentaciones que una piel de mujer puede provocar. Su poesía bucea en la oscuridad del amor para hallar lo mezquino de su belleza, la ternura en una maldad que hace hervir de pasión al enamorado al que seduce y castiga. Baudelaire hizo germinar lo más turbio del sentimiento más noble para cultivar sus Flores del mal y dar a conocer las contradicciones del ser humano, para mostrar los instintos más bajos que acompañan las más altas aspiraciones.

De igual modo, de las limpias pero ardientes y yermas dunas de los desiertos de Oriente brotan las semillas más crueles del terrorismo integrista religioso, las que alimentan a los asesinos que matan sin piedad a inocentes culpables de nacer entre infieles y vivir en sociedades libres que no se rigen por versículos del Corán ni de la Biblia, sino por artículos de constituciones y leyes laicas. Son las arenas del mal donde conspiran los yihadistas enfrentados al mundo en una guerra que sólo persigue sembrar el mal, atormentar al indefenso y causar pánico. El mal intencionado por seres que se valen de excusas trascendentales para golpear y matar, volar trenes, estrellar aviones, ametrallear redacciones y salas de fiesta y poner bombas en los lugares más vulnerables e inofensivos, causando el mayor número de víctimas. Arenas del mal que sirven para cultivar la intención consciente de dañar, de infligir por placer el mal, y adoctrinar al ser humano en lo más inhumano y deplorable de su condición: la maldad.

Esta semana mostró su faz más dañina y negra en París, antes en Egipto, Londres, Madrid o Nueva York, trincheras apropiadas para inmolar a confiados inocentes e inmolarse suicidas verdugos de la maldad. Mañana serán otros los escenarios en los que el mal hará su aparición cobarde y ruin, siempre aprovechando los derechos y las ocasiones que les dispensan la tolerancia y la libertad de las víctimas, de los inocentes que confían en la bondad y la racionalidad de las personas.
 
Carecemos de un poeta del mal que nos describa el que procede de aquellas arenas estériles y malignas, que nos relate una “sociodicea” que intente justificarlo con guerras de religiones o choque de civilizaciones, cuando la única causa es el propio mal intencionado, cuya mayor y más perversa victoria sería, como explica Salvador Giner*, no darle crédito y atribuirle alguna causa impersonal. El mal por el mal existe y hoy lo encarnan los yihadistas asesinos de inocentes.
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Salvador Giner, Sociología del mal, edita Los libros de la Catarata, 2015. Madrid.

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