lunes, 30 de noviembre de 2015

El delito del coño insumiso

Que la religión -católica, por supuesto- está “blindada” con privilegios y leyes en este país de María santísima, es una realidad conocida y admitida por todos. Que la religión –católica, naturalmente- sigue influyendo de manera notable en la vida social, cultural y política de este país supuestamente aconfesional, es algo que se constata a diario con esos “entierros de Estado” que se celebran con misas católicas, con las “juras” de los nuevos cargos del Gobierno, con los crucifijos en los despachos más institucionales, con la asignatura obligatoria de religión –exclusivamente católica- en la educación y con las exenciones fiscales de que goza el patrimonio eclesiástico -católico, faltaría más- para no pagar impuestos ni declarar bienes. Así de poderosa y protegida está la religión católica en España, diga lo que diga la Constitución.

Por eso, no es de extrañar que una parodia de procesión, ingenua, festiva y provocativa, le sirva a un juez para imputar delitos a sus organizadores por un supuesto delito contra los sentimientos religiosos –sólo de los católicos-. Una parodia que sólo pretendía “evidenciar” el “santo entierro” que se está produciendo con los derechos laborales en este país a partir de la última reforma realizada por un Gobierno –católico, por más señas- que atiende antes los intereses del capital que los de los trabajadores, un Gobierno que prefiere rescatar bancos que a una población a la que empobrece con sus medidas y decisiones. Y todo ello precedido, cual procesión laica, por una imagen icónica de la mayor “sublevación” que podría ejecutar una mujer: declarar insumiso su coño a leyes, morales y sentimientos. Si eso no es iconografía de la libertad (esa que reconoce la Constitución para opinar, expresar y manifestar), que venga un juez, como éste, a juzgarlo.

Pero toparon con la religión –católica, la verdadera- y, lo que es peor, toparon con la iglesia, con los siervos de esa religión –poderosa- que manda obediencia y dicta a todos –feligreses o no- conductas y normas morales de obligado cumplimiento. Su simbología, aunque resulte extravagante, es intocable. En este país –católico donde los haya- se puede parodiar al rey, al presidente del Gobierno y a cualquier “artista” conocido o desconocido, pero está prohibido hacerlo de la religión o de sus ritos. Y sacar en andas un coño enorme, tan enorme como el peso de la mujer en la sociedad, se considera un ultraje a los sentimientos “religiosos” (¿por qué se usará el plural?) en este país. Algo tipificado como delito y, por tanto, perseguido y castigado, aunque la intención de los que parodian un ritual sea llamar la atención sobre una situación laboral de injusticia y desigualdad, reclamar idéntica atención -¡ojalá!- a la que se presta al “paseo” público de imágenes religiosas. Intención inútil porque en este país preferimos salir en muchedumbre tras supersticiones que tras exigencias de derechos y libertades. A las primeras, protege y ampara el Código Penal, a las segundas se las persigue, castiga y condena en cuanto osan aludir lo intocable.

Y eso es justamente lo que ha pasado con algunas de las manifestantes que portaban “una vagina de plástico de un par de metros de altura a modo de virgen” (tal vez representara una vagina virgen aún) en la manifestación del 1 de mayo de 2014 convocada por el sindicato Confederación General del Trabajo (CGT), hechos por los que también fueron imputados dos dirigentes del citado sindicato. Eligieron mal la parodia con la que expresar su protesta. Ni los musulmanes toleran viñetas de Mahoma ni los católicos admiten parodias de sus celebraciones callejeras, tan criticables como cualquier expresión –creencia, arte, ciencia- del hombre. Por lo que se ve, no está permitido parodiar a la religión católica y, además, es delito.

Claro que esta actitud intolerante, como la emprendida por la Asociación de Abogados Cristianos contra la manifestación del coño insumiso, revela algo más que intransigencia dogmática, pone de manifiesto la poca consistencia en las convicciones religiosas, tan endebles que podrían ser vulnerables a la crítica, el humor y al contraste de pareceres, por lo que deben ser protegidas por leyes que prohíban todo cuestionamiento, aun en clave paródica. Máxime si se parodian rituales extravagantes, como son los de procesionar imágenes y acompañarlas cubiertos con capuchas parecidas a las del Ku Klux Klan norteamericano, para llamar la atención del recorte de derechos en el ámbito laboral y por la libertad de la mujer a decidir y disponer de su cuerpo, representado por esa vagina enorme, lo más íntimo y distintivo de toda mujer para amar y procrear.

A nadie le gusta que se rían de sus creencias, pero en democracia hay que aceptar la pluralidad de tendencias y la diversidad de pareceres. Albergar sentimientos religiosos es tan legítimo como no tenerlos, pudiendo los seguidores de ambas conductas poder expresarlas o cuestionarlas, sin más límite que la libertad de expresión y el respeto a las personas. Y que se sepa, una procesión no es una persona que haya que respetar ni su celebración es potestad exclusiva de una religión. A muchos les podrá parecer chocante la procesión de una vagina descomunal, como a otros les puede resultar supersticioso el desfile de imágenes religiosas. La tolerancia es aceptar ambas expresiones públicas y no impedir con prohibiciones e imputaciones penales las que consideramos contrarias a nuestras ideas y costumbres. Por muy cristianos que sean esos abogados que han emprendido acciones judiciales, la querella contra el coño insumiso, si vivimos en un Estado de Derecho, quedará sobreseída. Sólo servirá para demostrar que, guiados por el fanatismo religioso, se pierde hasta el sentido común en unos abogados que ignoran que hasta un coño puede procesionar y declararse insumiso. ¡Faltaría más!

No hay comentarios: