sábado, 22 de agosto de 2015

Nunca fui fan de Lina Morgan

Lina Morgan, actriz cómica española, murió el jueves pasado a los 78 años de edad en Madrid, tras sufrir una larga enfermedad. A lo largo de su vida profesional había cosechado innumerables éxitos de cine, teatro y televisión que atrajeron el fervor del público y de la crítica, lo que le permitió ser propietaria de un teatro, Teatro La Latina, en el que representaba, como única estrella y con su propia compañía, obras que mantenía varias temporadas en cartel. No cabe duda de que fue una actriz afortunada y querida por los espectadores, como se desprende de los encendidos y laudatorios obituarios con los que los medios de comunicación han reseñado su fallecimiento.

Sin embargo, a mí nunca me gustaron los personajes, en realidad siempre el mismo, que esta actriz encarnaba a la perfección: humildes, ingenuos, casi pánfilos, pero astutos como el hambre y listos hasta para hacerse el tonto y conseguir que los demás no se aprovecharan de su aparente bobería. Mímicas exageradas, guiños al respetable y absurdos movimientos de piernas caracterizaron la forma de actuar de quien se hizo llamar Lina Morgan, propinándole un éxito arrollador en obras como La tonta del bote, La descarriada, La marina te llama, ¡Vaya par de gemelas! y otras.

Ahora que ha muerto, he de reconocer la coherencia de una actriz que supo exprimir al personaje que podía interpretar con una gran fidelidad sin que el público se cansara de consumir la misma parodia y las mismas payasadas, riéndose a mandíbula batiente. También he de reconocer la capacidad de trabajo y entrega de una mujer que siempre quiso ser actriz y lo consiguió encasillándose como artista cómico. Sin embargo, a mi no me gustaba Lina Morgan, no por ella, sino por los personajes que representaba: palurdos pero listos, analfabetos pero imposibles de engañar, ingenuos pero desconfiados, pobres pero felices con su miseria. No me gustaba porque sus personajes extrapolaban una época y una gente que, sin brincos ni gansadas, tuvieron que aguantar a muchos señoritos que sí se aprovecharon de los infelices y humildes, condenándolos a la sumisión y la pobreza. Personas simples que soportaron las estrecheces materiales, las carencias de una clase social dependiente de la caridad y las migajas de los poderosos y la asfixia de libertades de una dictadura y una moral autoritarias e intransigentes.
 
Nunca pude aceptar la resignación como espectáculo y menos aún utilizándose como comedia que banaliza el sufrimiento de los que de verdad son ingenuos, simples y honrados perdedores en la vida. Ello no quita que Lina Morgan se merezca el reconocimiento de su público y el homenaje póstumo de quienes la consideran una gran actriz española, de la que nunca fui fan. Lo siento. Descanse en paz.

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