viernes, 31 de julio de 2015
El último amanecer
Tal vez porque iba a ser su último día de vacaciones, se levantó más temprano que nunca, con las claras de un sol próximo a asomar por el horizonte. Todos en la casa seguían sumidos en el silencio de un sueño que aún dominaba a unos cuerpos entregados al descanso y la pereza. Hacía un fresco agradable que ponía la piel de gallina y una brisa marina mecía con deleite las ramas de los eucaliptos que bordeaban el camino de acceso a la playa. Desde la privilegiada atalaya del balcón podía apreciar una flotilla de barcos pesqueros que, cual danza de despedida, describían círculos cruzándose entre ellos, muy cercanos a la costa, peinando el fondo del mar con sus artes de arrastre. En una playa visitada a esas horas sólo por gaviotas dedicadas a estampar sus huellas en la fina y rubia arena, un hombre solitario aprovechaba la marea baja para meterse hasta la cintura en el agua y capturar, con un artilugio rudimentario, un puñado de coquinas con el que sortear el infortunio del desempleo y el hambre. Y justo cuando más absorto estaba en la contemplación de la temprana actividad que le ofrecía el mar, el sol despuntó sobre las copas de los pinos, arrancándolo de su embeleso con la cálida caricia de sus primeros rayos de luz con los que inauguraba el día. Era el último amanecer de sus vacaciones y no pudo evitar cierta melancolía por un espectáculo que presenciaba por primera y última vez. Se prometió a sí mismo, mientras recibía con los ojos entornados aquel baño radiante en su rostro, no abandonarse en la indolencia y acompañar el despertar del día en futuras vacaciones, si la vida se lo permitía.
miércoles, 15 de julio de 2015
15 días no son nada
Pero dan para mucho. Sirven para descansar, romper con la rutina, alejarse
del fragor de lo cotidiano y reponer fuerzas con las que afrontar otro curso.
15 días dan, si te lo propones, para alimentar la ilusión de nuevos proyectos y
retornar, quizás tan agotado como antes, pero luciendo la camisa blanca de la esperanza para
batallar con los problemas y los obstáculos del camino, ese que recorremos en
solitario y el que hacemos colectivamente en sociedad. 15 días de vacaciones son pocos y son
muchos, depende de cómo se consuman, convirtiéndolos en un suspiro o una
eternidad. En cualquier caso, constituyen una interrupción momentánea y
necesaria, tanto para quien esto escribe como para quien lo lee. Por tal razón, Lienzo de Babel ruega paciencia y comprensión:
este blog y, sobre todo, su autor no pueden sustraerse de las costumbres y
toman vacaciones. Breves y oportunas. Serán sólo 15 días. A buen seguro, muchos lectores y seguidores
lo agradecerán. Otros, nos echarán de menos. A todos, un aviso: dentro de 15
días volvemos. No es una amenaza, sino una promesa. ¡Buen y placentero verano para unos y
otros! ¡Hasta pronto!
martes, 14 de julio de 2015
Adiós, Krahe
Otro que se muere y nos deja aquí con caras de gilipollas, solos frente a bufones más obscenos y peligrosos que él y que pululan en la política no para hacernos reír, sino llorar. Va y se muere, discretamente, sin hacer ruido y de madrugada, Javier Krahe, un heterodoxo cantautor de ironías y sarcasmos que removían la confortable indiferencia de tu existencia, anodina y burda como la de cualquier gilipollas, de esos que se cubren con una corona de banalidades. Este verano infausto está caracterizándose por la pérdida de artistas que nos hacían más llevadero y entretenido este trance del vivir. Antes fue un actor y ahora un músico. Mañana seremos nosotros, pero sin que nadie nos recuerde más que por lo que fuimos: unos auténticos gilipollas.
lunes, 13 de julio de 2015
Ad calendas graecas
Mientras tanto, los helenos, a pesar de haber votado que no
aceptaban las condiciones de los acreedores, vuelven a la mesa de negociación
con voluntad de cumplir los requerimientos que exigen los que prestan dinero. Y
estos, tras recibir la bofetada del referéndum, están dispuestos a “vengarse”
endureciendo los requisitos para el préstamo: mayores recortes y más austeridad
aunque ello suponga la asfixia absoluta de un pueblo empobrecido y acorralado por
una crisis de causas y magnitudes inabordables. Pero así es el sistema en el
que se basa la economía de la mayoría de las naciones del planeta: capitalista
y de mercado. No hay escapatoria posible si quieres pertenecer al selecto club
de una Unión Europea que compite en la Primera División del comercio
mundial, cuyas normas son inapelables: la rentabilidad y el beneficio económico
como objetivos prioritarios a conseguir. Si de ellos se derivan consecuencias
favorables para el empleo, los salarios y el bienestar de los ciudadanos, mejor
que mejor, pero no es lo buscado. Por eso, cuando las consecuencias son las
contrarias, destrucción de empleo, reducción de salarios y limitación de
prestaciones sociales, los objetivos se mantienen intactos: la “sostenibilidad”
prevalece sobre todo. Es lo que están soportando los griegos con su interminable
negociación con Europa: tienen que asumir mayores sacrificios si desean seguir
recibiendo “ayuda” de sus “socios” europeos.
Dicen los entendidos que el problema griego es algo mucho
más complejo que el simple pago de una deuda. Nadie lo duda. Y que una maraña de
intereses geoestratégicos, con Rusia, EE.UU., Asia y Oriente Medio en sus nodos,
intervienen en ese escenario espectacular de la “gran” política, en el que la
economía es un mero instrumento de aplicación de un determinado modelo de
sociedad. En un mundo global, valga la redundancia, es evidente que todo
influye en todo, sea un estornudo o una guerra, y mil agencias de inteligencia
vigilan, controlan y manipulan hechos y percepciones, adecuándolos a sus
respectivos intereses. Tampoco ello constituye ninguna novedad.
Pero hablar de Grecia, aparte de un asunto geoestratégico, es
referirse al drama que viven sus ciudadanos. A ningún observador se le escapa
que la posición de Grecia en el tablero internacional es harto complicada. Está
situada en la frontera de otras cosmovisiones que, desde Rusia al mundo
musulmán pasando por China, colisionan cual fallas tectónicas con Occidente.
Nada de lo que suceda en la zona pasa desapercibido para los que otean el
presente y diseñan el futuro desde cada una de tales atalayas ideológicas de
seguridad. Que Grecia mantenga una deuda ingente con Europa no es asunto baladí,
ni para los griegos ni para Europa. Y menos aún para el imperio vigente, sus colonias
y sus adversarios, declarados u ocultos. El problema, pues, no se reduce al
pago o no de la deuda, sino si Grecia permanece o no como miembro de un
proyecto continental, si sigue siendo peón de una estrategia militar y si continua
integrado en el esquema occidental de una tupida red de intereses en juego. De
todo ello se discute en Bruselas a la hora de resolver la actual insolvencia de
Grecia.
Y eso es lo que obsesiona a los sesudos analistas de la “gran”
política. Pero a los que soportan las consecuencias de estas “batallitas”, a
los ciudadanos helenos que hacen cola frente a los cajeros de los bancos, lo
que les importa son el empobrecimiento al que conducen estas políticas, los “corralitos”
en que los encierran y la desesperanza con la que tiñen su futuro inmediato. Que,
en semejantes circunstancias, voten “no” en un referéndum tramposo e inútil, que
jugaba con sus sentimientos, era predecible, pero no tanto como para prever la
contundencia de la respuesta. De ahí la pregunta que nos hacíamos hace una
semana: ¿y ahora qué? Además de pagar, que por supuesto es algo indiscutible,
el interrogante se refería a qué va a pasar con el pueblo griego, empobrecido
primero por unos gobernantes sinvergüenzas y ahora por una Unión Europea que
defiende antes al capital que a las personas y se niega, en consecuencia, a dar
facilidades para el abono de la maldita deuda, a pesar de que una pléyade de
economistas deploren las medidas de austeridad que impone a rajatabla Europa e
instan “a la canciller Merkel y a la
Troika a considerar una corrección del rumbo, a evitar más
desastre y a capacitar a Grecia para permanecer en la Eurozona ”.
Cualquier visión del mundo bascula entre la percepción apocalíptica y la integrada, sin que ninguna de ellas sea excluyente o contradictoria, sino complementaria al responder a enfoques distintos. Pero ni los apocalípticos ni los integrados resuelven el problema de los griegos, por mucho que se afanen en procurarles explicación. Tras los análisis, en Grecia siguen sintiéndose pisoteados y humillados por estar endeudados sin saber cómo, por vivir en la frontera del imperio, por pertenecer geográficamente a un continente que experimenta y trata de construir un poder regional, por estar integrados en una alianza militar, por formar parte de la civilización occidental y por hablar griego en vez de alemán o inglés. Que sea la geoestrategia o el despilfarro de sus gobernantes la causa de sus miserias, les trae al pairo. Lo que desean es poder escapar de este infierno y que no se les niegue, con condiciones abusivas y plazos imposibles, un porvenir de bienestar y estabilidad, sin padecer los castigos a que están sometidos en la actualidad, acorralados en las orillas de
sábado, 11 de julio de 2015
Sin Omar
Desaparece del mundo un actor que forma parte de nuestra
memoria cinematográfica y cuya presencia nos predisponía a ver cualquier película:
Omar Sharif. Murió a los 83 años ayer viernes en El Cairo, su país natal y
donde volvía cuando dejaban de relucir las estrellas rutilantes de su fama. Murió
como muere cualquiera que ha vivido lo suficiente para cumplir con su propósito
vital. Pero con Omar se va también parte de nuestras vidas, en las que nos asomábamos
al cine a fantasear con amores y soñar con héroes. Murió de un ataque al corazón
como el que interpretó cuando parecía haber visto a su amada Lara desde la
ventanilla de un tranvía y pretendió alcanzarla: su cuerpo enfermo y debilitado
no pudo realizar aquel esfuerzo, más sentimental que físico, que hizo fallar a su
corazón. Personaje y persona mueren de la misma forma en una identificación que
el público ya había asumido cuando asistía a sus películas. En Dr. Zhivago bordaba el papel de médico tierno, sublime, atrapado entre las vericuetos de la revolución bolchevique y un amor imposible a una mujer víctima del poder (magníficamente interpretada por Julie Christie), que le valió el segundo Globo de Oro de su carrera de actor, en 1966. Ya entonces era un actor de renombre internacional al que Hollywood acudía cada vez que precisaba de un personaje no anglosajón, pero creíble, hondo y atrayente para el público. Lo había demostrado en Lawrence de Arabia, en 1962, codeándose con los “grandes” de la pantalla como Peter O´Toole, consiguiendo entonces una nominación a los Oscar y su primer Globo de Oro.
Y es que Omar Sharif era mimado por las cámaras, donde reflejaba
magistralmente la ternura a través de esos ojos grandes, expresivos y húmedos
que dominaban su rostro. Podía hacer de malo, pero encajaba a la perfección en
personajes bondadosos e ingenuos. Así, y gracias a su talento interpretativo
cultivado desde la adolescencia, consiguió ser uno de los grandes actores de la
época dorada del cine americano y, por tanto, de formar parte de nuestro bagaje
cultural y sentimental. Por eso lamentamos su muerte como la de tantos otros
que también han desaparecido de nuestro universo imaginario –Rod Hudson, Paul
Newman, Elizabeth Taylor, Marlon Brando, Gregory Peck, etc.-, en el que nos
refugiábamos para vivir otras vidas, épocas y aventuras fantásticas, dejándonos
sin referencias y huérfanos de ídolos que nos hagan olvidar, al menos durante
unas horas, la insoportable mediocridad de nuestra existencia.
Se ha ido Omar Sharif y con él una parte de nosotros mismos.
Descanse en paz.
viernes, 10 de julio de 2015
Sobra cicuta
A contrario de Sócrates, que no evitó el suicidio por cumplir la ley, en este país de sofocos y entuertos nadie con poder hace esfuerzos por respetar las leyes y mostrar un comportamiento ético. El que puede, prevarica y malversa o directamente roba. Y, si no, incumple promesas, modula o modifica convicciones y delega la honestidad a los tímidos y temerosos que se avergüenzan de elevar la voz. Pocos, poquísimos, sólo un puñado, son dignos de toda dignidad, modélicos de honradez y coherentes o consecuentes con lo que predican y piensan. Si todos los que incumplieran la ley tuvieran que tomar cicuta como castigo, como se le hizo ingerir al filósofo, la fábrica de ese veneno sería la industria más boyante del país, mucho más que cualquier embotelladora de refrescos de colas, pues apenas daría abasto de satisfacer la demanda. Pero siendo como somos, pendencieros que preferimos que se envenenen los griegos y se pudran en su “corralito”, tal fábrica acabaría en la quiebra, como tantas otras, porque nadie adquiriría cicuta para quitarse de en medio: sobraría cicuta por un tubo.
Viene esto a cuento porque en Mérida, en el impresionante marco
de su Teatro Romano, se está representando la obra de Mario Gas y Alberto
Iglesias, Sócrates, Juicio y Muerte de un
Ciudadano, interpretada y verbalizada con poderosa voz por José María Pou,
al que acompaña un reparto lleno de grandes figuras, como Carles Canut, Guillem
Motos, Pep Molina, Amparo Pamplona y otros. Han tenido el detalle, tan oportuno
como solidario, de dedicar la obra al pueblo griego, fundador y símbolo de la
democracia pero víctima de las leyes (del mercado), del poder (económico) y de
la falta de moral y ética (de gobernantes propios y ajenos), y que no deja de
estar presente en la mente de los espectadores cuando escuchan a Sócrates
reflexionar sobre el escenario acerca de lo que es la democracia, el
conocimiento del hombre y la virtud como objetivo de toda sabiduría. Con el
pueblo heleno en el pensamiento, sobrecoge a los asistentes del espectáculo la
carencia en la actualidad de pensadores críticos e inconformistas que
cuestionen el conocimiento, la política, las costumbres y la religión, como
hizo hace siglos el filósofo que, sin dejar nada escrito para la posteridad,
tuvo como discípulo nada menos que a Platón. Precisamente esa actitud descreída,
con la que afirmaba que sólo sabía que no sabía nada y que para conocer a los
demás hay que empezar por conocerse a uno mismo, fue la que lo llevó a ser
considerado un peligro para la sociedad, poco menos que corruptor de jóvenes,
no por llevárselos a la cama sino por intentar que pensaran sin anteojeras, y blasfemo
de la religión por centrar su pensamiento en el ser humano, único responsable
de sus desgracias y de su fortuna. Aquella democracia no podía tolerar sus
acusaciones sobre la corrupción en Atenas (¿les suena?) y del papel
supersticioso y manipulador de la religión oficial (¿también les suena de
algo?).
Tronaba la voz de Pou entre las ruinas del Teatro romano de
Mérida como si Sócrates viviera en un tiempo, el presente, aún más desdichado
que el que le tocó vivir. Tronaba sobre la democracia invitándonos a pensar si
en realidad participamos de ella o seguimos eligiendo a nuestros gobernadores por sorteo. Tronaba
frente a los que le juzgaban y asistíamos al juicio como testigos de una
infamia a la que de buen grado contribuiríamos para que radicales como él no
nos hagan avergonzar de nuestra cómoda y útil ignorancia. Su mayeútica,
desplegada en el ágora emeritense, nos alcanzaba hasta hacernos plantear la
cuestión moral del conocimiento y la virtud de nuestras instituciones. Y
asistimos a su suicidio como supremo acto de coherencia de un hombre digno y
cabal, que acató una sentencia a pesar de su evidente injusticia. Abandonamos
las piedras del foro romano sin poder dejar de comparar las injusticias que
continúan cometiéndose en nombre de la democracia para satisfacer al mercado y
los poderes establecidos, sin que exista entre nosotros un Sócrates que señale
tantos atropellos y descubra la osadía soberbia de los ignorantes que creen
saberlo todo porque disponen de la vida y hacienda de los demás. Aquí sobraría
cicuta, como sobran caraduras, mediocres y golfos.
miércoles, 8 de julio de 2015
Un verano con Pessoa
No hay que sentir desasosiego si el calor nos impide salir a la calle para exhibir algunas de las personalidades con las que disfrazamos nuestra identidad. Siempre podremos quedarnos agazapados en un sillón, en el rincón más remoto y fresquito de la casa, para entregarnos a descubrir al fingidor capaz de desdoblarse en infinidad de “otros” con tal de que no lo reconozcan. Podemos entretenernos con quien tiene la misma afinidad a diluirse en diferentes identidades, desde la más oscura y proclive al paganismo hasta la más íntima y semejante a la que hemos aspirado ser, en esa búsqueda de “ser plural, como el Universo”. Podemos, en definitiva, pasar el verano con Fernando Pessoa, ese alma desconfiada que buscaba el anonimato escondiéndose detrás de sus heterónimos y, a pesar de todo, acabar siendo una figura capital de la literatura portuguesa. Podemos abanicarnos con sus escritos y sus poemas para reconciliarnos con la paradoja de vivir una época calcinada por el infierno mercantil de la sinrazón utilitaria.
En las estanterías aguardan varias obras representativas de aquella
identidad múltiple o, mejor dicho, de esa capacidad de “despersonalización
dramática” del portugués, empezando por la que es considerada la principal obra
en prosa de Pessoa: Libro del desasosiego,
al que dedicó la mayor parte de su vida. Inédito hasta 1982, en un principio
fue atribuido a Bernardo Soares, una de las máscaras que el mismo Pessoa
describía como: “soy yo menos el raciocinio y la afectividad”. Se trata de un
compendio de ensayo, diario y poema en prosa, escrito de forma fragmentaria,
que responde a la personalidad difusa del autor y de lo que él denominaba
estado de “no-ser”. Durante más de veinte años estuvo Pessoa escribiendo
fragmentos sueltos, con diferentes estilos, de esta obra hasta casi el día en
que murió, en 1935. Reservado como era y empeñado en abdicar de sí mismo, sólo
a su muerte se pudo rescatar lo que guardaba en carpetas y cajones, textos que,
en opinión de Robert Bréchon, explican la vida del poeta, tanto como la vida
explica la obra, conteniéndose mutuamente. Una mezcla de temas, sin apenas
conexión, tan fragmentarios como la personalidad del poeta que, sin embargo, en
una visión –o lectura- de conjunto resaltan la extraordinaria calidad literaria
del libro, un verdadero prodigio artístico, reconocido póstumamente.
También podemos recuperar de las baldas de la biblioteca, donde
reposa desde, al menos, 1987, una selección de poemas de Fernando Pessoa
realizada por Ángel Crespo, titulada El
poeta es un fingidor, publicada por Espasa-Calpe. En ella, aparecen poemas
firmados por sus heterónimos, como Alexander Search, Ricardo Reis, Álvaro
de Campos, etc., con los que reconoce: Me
he multiplicado, para sentirme,/ para sentirme, he necesitado sentirlo todo,/
me he transbordado, no he hecho sino extravasarme,/ me he desnudado, me he
entregado,/ y hay en cada rincón de mi alma un altar a un dios diferente. Así
es cómo Pessoa consideraba a sus heterónimos: poetas independientes de su
propia personalidad y absolutamente verosímiles con los versos que se atribuyen
a cada uno de ellos. Y es que Fernando Pessoa, junto a Camoens, es el escritor
portugués más internacionalmente reconocido, a pesar de que su obra aún no ha
sido totalmente publicada. Su obra poética ortónima y heterónima, escrita en
inglés y portugués, es la que más atención ha merecido de los estudiosos, hasta
el punto de ser considerado uno de los mayores poetas contemporáneos.
Pero si el calor no mengua y el desasosiego sigue invadiendo
el ánimo, una “joyita” podría ayudarnos a refrescar el espíritu y el ambiente: Obra em prosa de Fernando Pessoa, de António
Quadros, que un querido amigo nos regaló en la década de los 80 del siglo
pasado, en su portugués original. Son escritos íntimos, cartas y páginas
autobiográficas que nos revelan un Pessoa humano, profundamente humano, a veces
ingenuo en sus cartas a Ofélia Queirós, la destinataria de su amor, o mostrando
una profundidad verdaderamente insondable, con ramalazos de misticismo,
fingimientos y laberínticos meandros psicológicos, como las dirigidas a
Cortes-Rodrigues y a Casais Monteiro. Incluso hay una carta remitida a Miguel
de Unamuno, fechada en mayo de 1915, en la que le presenta el primer número de su
revista “Orpheu” y de la que le pide opinión, a fin de conseguir una aproximación
de espíritus con España, mais cosmopolita
de quantas tèm surgido em Portugal.
Y si nada de lo anterior refresca ni espanta la abulia,
queda el recurso de Fernando Pessoa:
Identidad y Diferencia, un ensayo de Manuel Ángel Vázquez Medel que nos
descubre las claves esenciales de la heteronimia como procedimiento vertebrador
de la obra pessoana. Un librito pequeño –apenas 70 páginas- en el que se aborda
el proceso heteronímico en la configuración de la parà-doxa como mecanismo comprensivo y expresivo de una época de “crisis
de la razón”. Otra “joya” descatalogada, curiosamente editada en Sevilla por
Galaxia (Editoriales Andaluzas Unidas) en
1988, que nos ayuda comprender a quien “gustaba observar la vida
temblorosamente desde la terraza del café A Brasileira, vivir conscientemente
aislado, reivindicar la nobleza del tímido, no tener habilidad para saber
vivir, pero que vivió intensamente otras vidas sin salir de su ciudad, sus
bares, sus habitaciones, con su manera de callar y beber”, como lo describe Javier Rioyo. Este verano, pues, vamos a pasarlo con Fernando Pessoa para que
nos libre del desasosiego que nos produce la estación y la multitud de extraños
que nos acorralan en todas partes.
lunes, 6 de julio de 2015
¿Y ahora qué?
Grecia ha votado y ha mandado un mensaje claro y rotundo a Bruselas: NO más políticas de austeridad. La mayoría del pueblo heleno ha dicho OXI a las condiciones que querían imponer los acreedores de la deuda griega, Alemania el más importante de ellos. No es que se nieguen a pagar, sino que no pueden pagar una deuda que asciende al 180 por ciento de su PIB, y menos al precio que fija la “troika”: con paro, desigualdad, pensiones y salarios de miseria e impuestos desorbitados. No se puede recetar más pobreza a un pobre que apenas tiene para subsistir. De ahí que el triunfo del referéndum de ayer domingo haya sido tan amplio: más del 60 por ciento de los votantes prefirió el no.
Y, ahora, ¿qué? Ahora llega el tiempo de asumir el resultado
y sentarse a negociar. El primer ministro, Alexis Tsipras, parece entenderlo,
pues lo asume como “un mandato para una solución sostenible”. Distinta será la
interpretación que haga Europa, confiada como estaba en que el Gobierno griego
perdiera el “pulso” que le echaba con el referéndum. Para ello no dudó en propalar
amenazas y airear miedos apocalípticos sobre las consecuencias del “no”: expulsión
de la Unión Europea
y bancarrota total. Si esa fuera finalmente su reacción y permitiera la
materialización del famoso Grexit, la respuesta supondría el suicidio del sueño
europeo, el comienzo de la desintegración de esa experiencia política de unión
entre los países que forman parte de lo que geográficamente es Europa. Una
respuesta que evidenciaría que las instituciones europeas se han convertido en
un club económico elitista antes que en un instrumento para la construcción de la
gran potencia de Europa como ente social y político, además de económico,
diferenciado. Se ha jugado más Europa que Grecia en este referéndum, aunque los
griegos estén hoy en un limbo que nadie había previsto.
Ahora toca retomar las negociaciones, respetando la voluntad
de los helenos. Las posturas para ello no están tan distanciadas como parece,
ya que Grecia aceptaba la mayoría de las propuestas de la “troika”, pero exigía
una reestructuración de la deuda que le permitiera disponer de más tiempo para
afrontarla y una “quita” que aliviara su monto, ante la imposibilidad material
de poder saldar una deuda que es mayor que la capacidad de generar recursos del
país. No eran exigencias radicales ni tampoco lo son ahora, tras el referéndum
del domingo. Incluso figuran en el paquete de medidas que había elaborado el
FMI, pero que finalmente endureció por las presiones de Alemania, el principal
acreedor.
Hoy, precisamente, se reúnen Angela Merkel y Francois
Hollande en París para acordar los nuevos pasos a dar en esta nueva situación.
Alemania se muestra intransigente en su postura, no por imperativos económicos,
sino por política interna: la fracción conservadora del Parlamento le exige dureza
y los bancos alemanes rechazan cualquier solución que les impida cobrar los
generosos préstamos que concedieron a la Grecia despilfarradora de hace años. Es la conocida
maniobra del capitalismo moderno: privatizar beneficios y nacionalizar pérdidas.
También el Eurogrupo ha convocado una reunión de urgencia para fijar posición.
Toca, pues, negociar.
Negociar con la mentalidad puesta en los objetivos del gran
proyecto europeo, no con la mentalidad de burócratas prestamistas. Ahora toca
decidir si se permite a una parte de Europa salir de la encrucijada en la que
se encuentra, sin imponerle penurias que la condenen eternamente a la pobreza extrema.
Toca mostrar la solidaridad que anteriormente, en la historia del continente,
se tuvo con otros Estados en parecidas circunstancias, como la propia Alemania,
hoy tan arrogante y soberbia. Toca retomar el proyecto político de construcción de la Unión Europea , habilitando los
mecanismos económicos que lo hagan posible sin sacrificar a ningún miembro integrante.
Toca ser políticos, no economistas a los que hay que sentar detrás para que
asesoren, no para que decidan.
Existen demasiados riesgos, naturalmente. Cada país conoce
los que le afectan. España y otros que también han sido rescatados a cambio de
dolorosas políticas de austeridad no desean que el ejemplo griego los deje en
evidencia: la evidencia de que otra política económica es posible, sin machacar
a la población. Tampoco los acreedores quieren el precedente de poder
desentenderse de una deuda contraída. Ambos temores son fácilmente vencibles:
rectificar las medidas de austeridad, como de hecho está haciendo en España, en
plena campaña electoral, Mariano Rajoy ante la posibilidad de perder en las próximas
elecciones, y reestructurar deudas inasumibles, como de hecho también
hacen los Estados con bancos y otras entidades financieras privadas declaradas
insolventes y ayudadas con dinero público, a costa del contribuyente. Grecia
exige idéntico trato.
Ahora toca demostrar razón de Estado, sensatez y respeto a la democracia:
por encima de la voluntad de un pueblo no puede haber ningún condicionante económico
o mercantil. Si Grecia se expulsa de Europa, una imposibilidad física y
metafísica, es que esa Europa
que se está construyendo no merece la pena. Sería, si llegara el caso, para que
otros también se lo pensaran y la siguieran al extrarradio de una comunidad con
euros pero sin alma.
domingo, 5 de julio de 2015
No!
Grecia acude hoy a las urnas para votar si apoya o rechaza las condiciones que le imponen los acreedores para ampliar el rescate que necesita su economía. El primer ministro, Alexis Tsipras, juega así su última carta negociadora, poniendo en un brete a su país como a la propia Unión Europea.
Los acreedores y burócratas creen que si triunfa el “no” Grecia
se dirigirá directamente al desastre: salir del euro y entrar en un infierno
financiero. El problema de Grecia con la “troika” es muy complejo y sus causas
se pierden en el tiempo. Más por simpatías que por conocimiento, soy partidario
del “no”. Entre otras razones, porque los que apoyan el “si” son sumamente
sospechosos y nada de fiar. El “no” lo recusan personas como el ministro
español De Guindos, un exagente de Lehman Brothers, y Christine Lagarde,
presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI), la que un día endurece las
negociaciones y, otro, lamenta las consecuencias que siempre produce una austeridad llevada a sus extremos. Y, en medio de ambos, un
Mariano Rajoy al que le aterra que los griegos consigan capear una crisis sin
tener que soportar un empobrecimiento innecesario, como se ha hecho aquí con
los recortes en educación, sanidad, dependencia y pensiones.
No es un terror infundado. La peor pesadilla que podría ocurrir si gana el “no” en
Grecia es que el país se salga del euro, hecho en sí que afecta más a Europa
que a la propia Grecia, y que su economía, tras un breve período de adaptación,
empiece a crecer. Se trata de una posibilidad que ha sido señalada por Ben May, un
economista de Oxford Economics, que asegura que tal situación podría provocar irremediablemente una fragmentación
y el contagio a otras economías del sur de la zona euro. De ahí los nervios que
hoy se extienden por las cancillerías europeas, en las que cruzan los dedos para que gane el
“sí”.
El referendo que se celebra hoy en Grecia forma parte de una
tramoya teatral, es una baza de la negociación en la que el pueblo llano, gane
el sí o gane el no, siempre acabará pagando los platos rotos. A Grecia la
quieren chantajear, humillar y hundir los que representan al capital, al
dinero, y no los que defienden a las personas. El BCE, la Comisión Europea
y el FMI no están dispuestos a respetar la voluntad de una Nación democráticamente
expresada en las urnas, sino las normas y condiciones de un capitalismo
globalizado que se sitúa por encima de gobiernos y pueblos.
No se puede acusar a la población de ningún país de la mala
gestión de sus gobernantes: ni en Grecia ni en España. Ni los griegos “engañaron”
a los acreedores sobre el verdadero estado de sus cuentas, ni los españoles
vivieron por encima de sus posibilidades, como tantas veces se ha dicho. Ni
unos ni otros son causantes de ninguna crisis, sino los poderosos que utilizan
el sistema para especular y enriquecerse aún más. El gran problema de Grecia es
que está empeñada en que se reconozca que sólo con ajustes y austeridad, sin renegociar
la deuda, no se resuelve la situación, que no se ayuda nada al país, a ningún
país, para equilibrar sus cuentas y sanear una economía atrapada en la
bancarrota.
Dos economistas de prestigio, dos premios Nobel, Paul Krugman y Joseph Stiglitz, afirman que son partidarios del “no”. Imagino que el autor de esa “biblia” sobre las desigualdades que provoca el capital del siglo XXI, Thomas Piketty, también apoyaría el “no”. Pero, incluso, si nadie de los supuestamente entendidos y expertos en finanzas lo hiciera, Lienzo de Babel apuesta por el “no”, por dignidad, solidaridad y justicia con Grecia y sus gentes, pase lo que pase mañana tras el referéndum. No podemos evitar identificarnos con los perdedores y los nadie de la historia.
viernes, 3 de julio de 2015
Año Cervantes
No es de extrañar, por tanto, que anticipándose a los fastos
conmemorativos que se preparan para 2016, Cervantes esté siendo objeto en 2015
de un auténtico “revival” mediante la publicación de algunos libros que adaptan
su obra más emblemática, El
Quijote, en versiones revisadas y actualizadas para hacer comprensible su
lenguaje al lector contemporáneo. Ya antes el insigne literato había despertado
interés mediático con ocasión de las investigaciones realizadas para localizar
sus restos óseos entre las tumbas halladas bajo la cripta del convento de las
Trinitarias Descalzas de Madrid. El lugar, al que habían sido trasladados los
restos del escritor desde el enterramiento original en la primitiva iglesia de
San Ildefonso, albergaba diferentes sepulturas y huesos mezclados de varias
ellas, lo que imposibilitaba una identificación individualizada. No obstante, pruebas
documentales y otros descubrimientos permiten asegurar, casi con plena certeza,
que Miguel de Cervantes descansa eternamente bajo aquella cripta, que será
declarada Bien de Interés Cultural y convertida en Museo.
Pero lo más interesante de las iniciativas surgidas en torno
a Cervantes es, como se ha dicho, la reedición de su Don Quijote de la
Mancha en versiones que abarcan a “todos los públicos”.
La más “madrugadora” de ellas ha sido la de Arturo Pérez-Reverte, en la que hace una adaptación para niños que
actualiza palabras del castellano antiguo, ya ininteligibles como jaldes (armas
jaldes), al español moderno (armas amarillas o gualdas) y pone en contexto al
lector, simplificando y facilitando la lectura de una obra considerada difícil.
Se trata de una edición de la Real Academia
Española de la Lengua
(RAE), adaptada por Arturo Pérez-Reverte y publicada por Santillana.
Otra versión destacable es la que realiza Andrés Trapiello con una intención
parecida: adaptar la novela de Cervantes al castellano actual, para evitar
acudir constantemente a las notas de pie de página y consultar el significado
de palabras que no se entienden. Gracias a esta edición, el lenguaje utilizado
hace 410 años por Miguel de Cervantes se transcribe al castellano actual, a
partir de la que el autor considera la mejor de las ediciones de El Quijote, la de Francisco Rico (2006),
a la que depura de notas, lo que facilita una lectura más fluida y
comprensible al lector moderno. Trapiello ha tardado catorce años en “traducir”
El Quijote para hacerlo comprensible
a todo el mundo y ayudar que esta obra universal deje de ser una de las menos
leídas por los lectores hispanohablantes aunque sea el libro más conocido por
todos ellos. Un ejemplo de la adaptación realizada, que figura en la
contraportada del libro, es el siguiente:
Versión antigua
En un lugar de
Versión moderna
En un lugar de
El libro está publicado por Editorial Destino en 2015.
Pero, sin duda, la edición más completa, fidedigna y crítica de El
ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha , de Miguel de Cervantes, es la que dirige el
filólogo y académico Francisco Rico,
publicada por Espasa y Círculo de Lectores, una ingente y preciosa obra en dos
tomos: el primero, de 1.345 páginas, recoge las aventuras del hidalgo caballero
y su fiel escudero; y el segundo, 1.967 páginas de estudios y comentarios de más
de medio centenar de expertos, eruditos y escritores, además de mapas, anexos y
grabados. Se trata del homenaje que la Real
Academia Española de la Lengua , junto al Instituto Cervantes y la
Obra Social La Caixa , rinden a esta pieza
clásica de la literatura española cuando está a punto de cumplirse 400 años de
la publicación de su segunda parte, allá por el otoño de 1615.
Para Rico, es la edición más rigurosa que se realiza aplicando todos
los instrumentos de la filología moderna para lograr un texto lo más cercano
posible al original. Con ello se ha conseguido el Quijote del siglo XXI,
una versión para todos los tiempos y edades, en la que se analiza cada frase de
Cervantes y se estudia cada paso del Caballero de la Triste Figura , “aunque nunca
podrá existir una versión definitiva”.
Si este verano, este año o en esta vida tiene alguna tarea pendiente,
nada mejor que conocer, comprender y disfrutar de la novela que ningún hablante
del español debería ignorar, no sólo por enriquecimiento erudito, sino para
valorar el idioma y la imaginación que comparte con Miguel de Cervantes Saavedra
y otros autores de nuestra literatura más excelsa y universal. Dése el gusto.
miércoles, 1 de julio de 2015
La España de la porra
Hoy, primer día de julio, amanece la España de la porra, de esa
porra contundente con la que la policía te invita disolverte y a tragarte tus
protestas (como siempre), dejándote el cuerpo lleno de cardenales, pero con una
multa cuantiosa por creerte a pie juntillas la Constitución y sin
poder demostrar abusos de autoridad o fuerza porque, desde hoy, estará
prohibido tomar fotos o grabar imágenes de las actuaciones policiales. Hoy te
pueden abofetear, pisotear y aporrear (como siempre) sin que puedas denunciar
con pruebas tales excesos si acudes a impedir un desahucio o hacer un escrache
frente a la vivienda de un pez gordo (económico o político). Hoy ya es “legal”
expulsar inmigrantes “en caliente” en la frontera, sin que en ningún caso, ni
con los inmigrantes ni con los nacionales que osan manifestarse, intervenga
ningún juez a hacer valer supuestos derechos castrados por la mordaza de la policía.
Hoy España retrocede al autoritarismo del gusto de quienes prefieren menos
libertades pero más seguridad… para sus asuntos. Hoy el estado policial dispone
de un nuevo instrumento para intimidar al ciudadano, a ese al que supuestamente
se le quiere garantizar la seguridad. Y desde hoy los ciudadanos tenemos una
razón más a tener en cuenta a la hora de votar a quienes limitan derechos,
ponen trabas a la libertad, criminalizan las manifestaciones de protesta y nos
instalan en la España
de la porra.
Hoy España se sumerge en el miedo a la libertad de información
al estar prohibido publicar imágenes de cargas policiales, informar sobre
convocatorias de protestas que no estén autorizadas, hacerse eco de
filtraciones informáticas o consultar páginas webs cuyo contenido es considerado
por la policía como terrorista. Hoy España no puede ejercer la libertad de
expresión y manifestación porque serán multados los tuits de mal gusto u ofensivos, mofarse del rey, escalar edificios
o monumentos como suele hacer Greenpeace, rodear el Parlamento u otras
instituciones para expresar tu disconformidad con alguna medida o hacer
protestas cibernéticas que puedan ser tachadas de terrorismo.
Hoy España tilda de delito la libre expresión y manifestación
porque hasta la simple sentada de resistencia pacífica es objeto de represión,
castigo y multa. Hasta fumar un porro o llevarlo encima es causa suficiente
para que la policía intervenga y te imponga una sanción administrativa, sin que
seas traficante ni drogadicto. Incluso hacer “botellón” podrá disponerte a
recibir el mensaje de la porra y tentetieso, sin que la justicia ni los jueces
dictaminen las faltas o los delitos en los que hayas podido incurrir. Hoy
España vuelve a las “andadas” autoritarias, a los tiempos retrógrados en que el
temor, y no la libertad, determinaba las conductas. Hoy España, si por este
Gobierno fuera, retornaría a la época “gris” donde todo era blanco o negro, sin
color y sin los matices de la diversidad, la diferencia y la pluralidad,
asumidos desde el respeto y la libertad. Hoy España es otra, no mejor ni más
segura, mucho menos para los ciudadanos, sino para las élites. La “seguridad”
que persigue la nueva ley contra los ciudadanos es semejante a aquella “paz” de
los cementerios de la época franquista. La paz y seguridad que gustan al poder,
impidiendo cualquier protesta, cualquier manifestación en contra. Hoy España atenta
contra la libertad y los derechos de sus ciudadanos. Desde hoy vivimos en la España de la porra.
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