martes, 2 de junio de 2015

Pitadas en el deporte

Sé que participo en hacer categoría de la anécdota, pero ante la propuesta del Gobierno de penalizar las pitadas en los estadios contra el himno nacional para castigar legalmente una acción sumamente ruidosa, tal vez irrespetuosa, pero intranscendente, como la sucedida en el Camp Nou de Barcelona antes del inicio de la final de la Copa del Rey de fútbol, creo apropiado señalar lo excesivo de la reacción gubernamental de estudiar introducir “cambios legales” para impedirlo. Porque multar a miles de espectadores por ahogar con sus pitidos la audición del himno nacional es convertir una gamberrada en delito y a los maleducados en delincuentes, lo que a todas luces es una medida desproporcionada que más que impedir el hecho, lo convierte en eficaz instrumento colectivo para la protesta y contestación social.

Además, aún considerado delito, ignoro cómo podría materializarse una medida coercitiva de tal envergadura para identificar y “cachear” a decenas de miles de asistentes a estos estadios y evitar que no porten pitos, al tiempo que se registran los datos para notificarles la correspondiente sanción. A lo mejor, el Gobierno piensa en trasladar a los equipos que se enfrentan en encuentros en los que se producen estas pitadas la responsabilidad civil subsidiaria a la hora de castigar la conducta inapropiada de sus seguidores. A tal efecto, ya está convocada la Comisión Estatal contra la Violencia, el Racismo, la Xenofobia y la Intolerancia en el Deporte para que estudie el incidente y estime en cuál de ellas podría inscribirse el pitar a los símbolos de un país. Tarea compleja la de la Comisión para dilucidar si pitar es violencia, racismo, xenofobia o intolerancia en el deporte.

En cualquier caso, no se logra el respeto a nada con amenazas y castigos, sólo se consigue crear miedo y, en respuesta, generar desprecio a lo que se teme y se intenta hacer desaparecer o, al menos, banalizar o burlar. Los símbolos del Estado, entre los que se incluye la figura de su Jefatura, el Rey, recibirán el aprecio y el respeto de los ciudadanos en tanto sean considerados elementos institucionales que representan a la totalidad de la población y están al servicio de la ciudadanía, no como una obligación que se impone a fuerza de sanciones y represiones. Siempre existirán el disenso y la libertad de expresar discrepancias incluso hasta con la configuración del Estado, que no se vencen ni con amenazas ni castigos; antes bien, se alimentan cuanto más se prohíben.

Aparte de que también es un problema educacional, de no saber comportarse. El pitar e insultar al contrario siempre ha sido una manifestación promovida en los seguidores por unos equipos que dicen así sentir el “calor” de la afición. Pretender, ahora que se desborda a cuestiones extradeportivas, controlarlas con medidas punitivas sólo conseguirá que se conviertan en instrumentos idóneos, por la repercusión que despiertan, para cualquier protesta, tenga o no justificación. Se habrá elevado a categoría lo que debiera haber sido siempre una anécdota, ruidosa, sí, pero anécdota, se ría y ofenda quien quiera.          

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