lunes, 22 de diciembre de 2014

Cuba, de la geoestrategia a la realpolitik

Que Cuba ya no es lo que era es algo que ha quedado demostrado con la nueva posición de Estados Unidos con su otrora enemigo público número uno doméstico, aquel foco permanente y peligroso de irradiación del comunismo a las puertas mismas del imperio. Tampoco el comunismo es lo que fue, una tentación idealista para pueblos oprimidos por la Historia y la promesa de una redención alcanzada por el igualitarismo materialista. Ya nada es lo ha sido, y hay que adaptarse a los nuevos tiempos y a otras circunstancias. Barack Obama lo ha visto claro y ha respondido cuando podía hacerlo, cuando los votantes no pueden reprochárselo en las urnas.

Tras 53 años de una política de aislamiento al régimen cubano, EE UU afloja la soga y decide restablecer relaciones diplomáticas con la isla y superar, así, décadas de un enfrentamiento soterrado que no ha impedido ni que Cuba abandonara el comunismo ni que EE UU lograra ejercer influencia sobre aquel régimen. Los únicos afectados por esa prolongada e inútil situación han sido el resignado pueblo cubano y sus ansias, siempre sofocadas, de libertad. Era una situación inconcebible y hasta inconveniente para los tiempos actuales y los intereses norteamericanos en un mundo global que presenta otros problemas.

Si alguna vez las banderas que bajaron de Sierra Maestra para ondear en La Habana, el 1 de enero de 1959, supusieron un reto inaceptable para los intereses geoestratégicos de EE UU, máxime si exportaban revolucionarias metástasis cheguevaristas por toda la región, hoy en día el viento de la historia apenas las agita deshilachadas como símbolos de la decrepitud y agonía de aquella ideología y sus dirigentes, que dan sus últimas palpitaciones vitales. El sueño que perseguían hace años se había esfumado entre el estruendo de la caída del Muro de Berlín y el abrazo ruso a la economía de mercado. Ni el comunismo ni Cuba representaban ya ninguna amenaza para el capitalismo que lidera el vecino del norte, enfrascado en otras guerras y otros asuntos mucho más graves.

Y es que tampoco EE UU había podido doblegar a los obcecados castristas por la fuerza, a pesar de todas las invasiones reales y virtuales que durante décadas han venido practicando contra aquel enemigo isleño. Un pulso realmente alarmante cuando alguno de los contendientes pensaba que podía ganarlo. Pero ni Bahía de Cochinos y el desembarco fallido, ni la crisis de los misiles que obligó a Kennedy a responder el zapatazo de Kruschev, sirvieron para afrontar la revolución cubana, más allá de convertirla en un mito que exageraba sus virtudes y ocultaba sus debilidades.

Once presidentes de EE UU después, se produce lo que parecía lógico: dejar que se consuma entre estertores el régimen castristas y preparar a los cubanos a una realidad que perciben desde los cuatro puntos cardinales del Caribe y que se materializa en un mundo en el que los polos enfrentados no son ya la democracia y el comunismo, sino Occidente contra el terrorismo islámico. Había llegado el momento de pasar de la geoestrategia ideológica y practicar la realpolitik que define el pragmatismo de los Estados Unidos, una potencia capaz de mantener relaciones con China y Rusia, estandartes mundiales de lo que fueron y en parte son una economía centralizada y regímenes autoritarios que violan los derechos humanos, pero estoicamente obsesionada con ese “socialismo” latino de Cuba, cuyo máximo error fue confiscar sin pago las empresas norteamericanas en la isla, lo que supuso el embargo comercial durante décadas. Ni Corea, ni Vietnam, ni Japón, ni Nicaragua ni ningún otro país ideológicamente enfrentado a EE UU ha sufrido semejante castigo.
 
EE UU se presenta ahora ante los cubanos con la magnanimidad del poderoso e invita a una población empobrecida y reprimida a probar las mieles del consumo y la libertad, posibilitando negocios a empresas norteamericanas que se precipitarán a la conquista de un potencial mercado en el que está casi todo por hacer y a tan sólo unos centenares de kilómetros de distancia. Y dejará a los viejos líderes de la contumacia a seguir desempeñando el trasnochado papel de malecones contra el bienestar y la prosperidad, mientras el faro de Florida ilumina un futuro radiante que encandilará a los insulares. La suerte está echada: el final de la Cuba con “rumbo socialista” se orienta hacia una progresiva asunción de la economía libre de mercado. Y aunque la bloguera cubana, Yoani Sánchez, considere que la actitud de EE UU está envuelta en “el amargo sabor de la capitulación”, lo cierto es que se trata, estratégicamente, de ejecutar una jugada que desbloquea una situación de tablas a favor del habilidoso Obama, quien, con ayuda del Vaticano, coge a todos desprevenidos. Cuba abandona la geoestrategia ideológica para inscribirse en la realpolitik de un mundo, para ellos, nuevo y prometedor. ¡Ojalá sea para mejor!

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