lunes, 10 de noviembre de 2014

Monago y los monaguillos

Comparado con lo que otros de su partido han “extraviado” en asuntos de más enjundia (como puede ser el hacerse rico, sin más), lo de Monago es una falta de monaguillos, “pecata minuta”. Gastar del dinero de los españoles, con cargo a la institución senatorial (cuyo nombre suena ya a residencia de ancianos), más de 30 mil euros por visitar cada 15 días, durante dos años, a una “amiga” en Canarias, es simplemente arrebato pasional, un calentamiento sin más ambición que la del desahogo sentimental, muy comprensible viendo las fotos del implicado y de la señora, correligionaria que hace suyo eso de volar cual gaviota por los cielos azules de la política. Por mucho menos, hay quien monta la Tragicomedia del mozo inteligente Calisto y la bella Melibea, pero con más arte, menos descaro y algo de decencia. Porque en esta historia, que no pasará a los anales de la novela amorosa, lo que ha faltado es sobre todo decencia, que no moral, por mucho que el señor cogido por sus partes sea representante de una formación que pretende que todos los españoles vayan a misa, no aborten, paguen por respirar y sigan obedeciendo sin rechistar al señorito que los arruina con tal de vivir de las rentas.

Nadie, ni personal ni moralmente, impide al presidente de Extremadura visitar a quien desee y le satisfaga, siempre y cuando sepa distinguir entre asuntos privados y públicos, incluso en horas laborales, porque para algo tiene dedicación exclusiva. Sin embargo, cargar en la tarjeta del Senado los gastos de sus escapadas a las Islas Afortunadas como si fuesen asuntos institucionales, es de mala cabeza, comprensible por el ofuscamiento sentimental pero imperdonable desde la ética de la gestión pública. Y ahí es donde llueve sobre mojado, ya que si de lo que están hartos los españoles, no es de bajas pasiones, sino de que hasta los monaguillos sisen del cepillo.

Un partido que tiene a todos sus tesoreros cuestionados y algunos de ellos imputados por diversos delitos fiscales, un partido del que todo el mundo, menos su presidente, sabía que mantenía una financiación ilegal y distribuía sobres para remunerar de forma extraordinaria a sus cuadros dirigentes, un partido que alimenta tramas corruptas allí donde gobierna y mantiene puertas giratorias por las que transitan sus líderes para acceder al sector privado cuando abandonan la poltrona, un partido que no puede meter en la cárcel, como arguye su secretaria general, a sus delincuentes condenados, pero los saca en un santiamén, en definitiva, un partido podrido por la corrupción, como el Partido Popular, lo que menos le conviene ahora, para colmo, es un lío de faldas con cargo al erario público. Y esa es la guinda escandalosa que ha proporcionado José Antonio Monago, presidente de la Junta de Extremadura.

El dispendio y el saqueo del dinero de los contribuyentes no distingue ya de cuantificaciones, sino de decencia. Es indecente robar mil millones por la cara como 30.000 euros por placer. En estas profundidades del lodazal en el que nos ha hundido la falta de decencia en la “cosa pública”, no se admiten ya ni perdones ni arrepentimientos a moco tendido. Lo único que exige la gente a la que obligan pagar todas esas “facturas” de los indecentes y los manirrotos es la devolución de lo escamoteado, el castigo de los culpables y recobrar el respeto y la virtud en la administración de lo que es de todos, con más rigor que si fuera propio.

Y si el monaguillo engaña a la iglesia, que no corra a cuenta de los feligreses, sino que la diócesis lo expulse y le haga devolver lo rapiñado en las obras de caridad, para que el cura pueda seguir dispensándolas. Monago ha pecado como un monaguillo y ha de ser castigado porque la parroquia ya no tolera más escándalos, ni mortales ni veniales.   

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