viernes, 3 de octubre de 2014

Pórtico de octubre


Como un pórtico a la entrada del camino que se adentra hacia la espesura brumosa en la que reina el invierno, octubre se yergue en el calendario, custodiando unos días menguantes hasta que, a final de mes, la tenue luz que los ilumina sea mortalmente mitigada por el cambio horario. El camino se interna entre los prolegómenos de la próxima agonía del año, que el otoño vela con su luto ocre y triste instalado en las hojas de los árboles y en el aliento húmedo del aire. Un eco vuela por encima de los matorrales que lo bordean con el llanto de los venados que gimen desde laderas recónditas de los montes, berreando amoríos clandestinos, mientras en los recodos más umbríos del suelo emergen misteriosas protuberancias que parecen guarecerse del rocío con sus paraguas carnosos. Las noches encierran una oscuridad prolongada, plagada de ojos cautelosos que escrutan las sombras y alimentan los miedos de los que duermen mortificados por las pesadillas. No obstante, octubre abriga esperanza, porque en él se aceleran los cambios con los que la naturaleza incuba las simientes de aquella primavera que derrotará al invierno al final del camino.


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