lunes, 6 de octubre de 2014

El `derecho a decidir´ de Hong Kong


Hong Kong es una parte autónoma de China, otrora colonia británica y paraíso capitalista, que no quiere ser totalmente china. Quiere mantener su estatus de territorio administrativo que se autogestiona, seleccionando democráticamente a los candidatos a jefe del Ejecutivo local, función que ejerce un comité formado por 1.200 personas, en su mayoría magnates empresariales y partidarios del régimen comunista continental. Los jóvenes con estudios y posibilidades no quieren ser pobres ni comunistas, y se rebelan. Persiguen continuar disfrutando del modelo de libre mercado y las costumbres occidentales, incluida la democracia formal, para seguir constituyendo una excepción que indefectiblemente el régimen del gigante asiático acabará integrando y homologando a lo que es la realidad de China: un régimen comunista con democracia dirigida y tutelada por un Partido omnímodo, y donde los contrarios al régimen y a su plutocracia son apartados, si no eliminados, sin contemplaciones. De momento, se mantiene el pulso en Hong Kong de manera pacífica y educada, pero el recuerdo de Tiananmén está presente en las cabezas de todos.

Hong Kong no es sólo una ciudad, sino una comunidad con más de siete millones de habitantes que pasó de ser colonia británica a región autónoma china, en virtud de una cesión de soberanía regida por un acuerdo de integración firmado en 1984. Colectivos estudiantiles, en su mayor parte, y de las clases medias emprenden como forma de protesta la ocupación de plazas y edificios públicos, organizándose en grupos de desobediencia civil conocidos como Occupy Central, imitación del 15-M español, para exigir que los candidatos al puesto de jefe del Ejecutivo local sean seleccionados por votación popular, pues no se fían de los que designa un comité en el que abundan los miembros proclives a China. También piden la dimisión del actual jefe del Ejecutivo, Leung Chun-Ying, al que consideran demasiado “fiel” a Pekin. Otros sectores sociales, en cambio, entre los que se hallan los adinerados y los trabajadores, se mantienen reacios a las manifestaciones y se muestran partidarios del mantenimiento del orden establecido, controlado por la República Popular, en el que encuentran oportunidades de prosperar o, al menos, conservar sus conquistas.

Se trata de un fenómeno peculiar, pues nadie discute el sistema ni presenta una alternativa al mismo, sino que se manifiesta por una cuestión menor, como es el procedimiento electoral local para sustituirlo por votación popular, cuando las autoridades chinas siempre podrían controlar esa nueva forma de elección de candidatos con la exigencia de avales o el respaldo expreso de un número determinado de ciudadanos, mediante la financiación de campañas publicitarias en un país en que Internet y las redes sociales están fuertemente vigiladas y hasta censuradas, o consiguiendo el apoyo de esa mayoría social que pondera el mantenimiento del status quo. Es peculiar, en fin, en tanto en cuanto no dispone de un sólido fundamento político que persiga transformaciones más profundas y generales en la sociedad de Hong Kong, y se conforma con reivindicaciones de índole puntual y procedimentales.

Esta peculiaridad determinará que, mientras los estudiantes se limiten a reclamar el “derecho a decidir” candidatos, sin importarles las enormes desigualdades existentes en la sociedad hongkonesa, en la que un 18 por ciento de la población sobrevive en la pobreza a la sombra de rascacielos de opulencia, el recorrido de las manifestaciones será corto, por mucha atracción que generen en los medios de comunicación de todo el mundo, y se agotará por cansancio, a menos que China pierda la paciencia. Y, por ahora, parece que el recuerdo de la masacre de la plaza de Tiananmén, de junio de 1989, que se saldó con centenares de muertos y miles de manifestantes encarcelados, tras ser desalojados por tanques militares, está en la mente de todos: en la de los que protestan como en la de los que deben reprimir las alteraciones del orden público. Ambos bandos se comportan  muy civilizadamente mientras se dedican a rociar con gases lacrimógenos los paraguas de los acampados, como si jugaran a las rebeliones de la señorita Pepis, al menos hasta hoy, lunes, plazo que ha dado el jefe del Ejecutivo para que todo vuelva a la normalidad, antes de emprender “todas las medidas necesarias para restablecer el orden social”. ¿Seguirán teniendo presente Tiananmén en esta otoñal revolución hongkonesa?

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