lunes, 8 de septiembre de 2014

Sin defensas propias

La Unión Europea aspira a ser una potencia no sólo económica –que ya lo es- sino también política, cultural y social, constituida por una federación de Estados que, sin embargo, no acaban de unificar sus intereses, prioridades y ambiciones en un proyecto común. La construcción de Europa avanza a diferentes velocidades -rápidas, lentas e incluso con marcha atrás-, dependiendo de los asuntos abordados, a causa precisamente de esa diversidad de enfoques con la que se dilucida cualquier tema que afecte al conjunto y por la renuencia de los países miembros a ceder mayores cuotas de soberanía a una entelequia supranacional todavía a medio levantar. Y es que, salvo en lo comercial, aunque no en lo financiero y algo en lo social (Espacio Schengen para la libre circulación de personas), poco se ha adelantado en la edificación de un “poder” europeo con personalidad propia, voz única y autonomía para acordar cualquier iniciativa a escala continental e internacional. De hecho, todavía está por conseguir la plena expansión que integre a la totalidad de las naciones que conforman la Europa geográfica.

De todas las facetas pendientes por elaborar en el diseño de esa Europa autosuficiente y plena, quizá la más llamativa sea la de su propia defensa y seguridad. Lo creado hasta la fecha es un frankensteiniano ente capaz de comprar y vender, dotado de varias bocas por las que expresa opiniones a veces contradictorias y sin musculatura defensiva, pues se halla completamente indefenso ante cualquier agresión externa, ya que cada parte conserva sus propias fuerzas nacionales para defenderse por sí sola, a pesar de que existan mecanismos de mutua ayuda. Tal carencia de auténticas defensas propias hace despertar las alarmas ante peligros que aparecen en el horizonte territorial de la misma Europa, como esa agresividad bélica desatada en su flanco oriental, donde se ha producido la anexión rusa de Crimea y se vive la amenaza de invasión de Ucrania, un país candidato a incorporarse a la Unión, que mantiene litigios que entorpecen las ambiciones imperialistas de Rusia.

Sin defensas propias, Europa confía su protección a la Alianza Atlántica (OTAN), una asociación militar creada por los Estados Unidos, en la que colaboran y participan los ejércitos de los países integrantes en la misma. Dicha Alianza constituía el muro de contención frente a una presunta amenaza comunista que, tras el Telón de Acero, pendía sobre los escombros de una Europa devastada por la 2ª Guerra Mundial, en la que el frente ruso consiguió avanzar hasta dividir Alemania y levantar un muro que separó y puso bajo su control la zona oriental europea que había ayudado a liberar de la ocupación nazi. Durante décadas, ese muro dividió al mundo en dos partes irreconciliables, defendidas cada una de ellas por dos paraguas militares igual de temibles: la OTAN y el Pacto de Varsovia.

Tras la “guerra fría” y la posterior distensión, ambos bloques militares parecieron no tener ninguna utilidad. El Pacto de Varsovia desapareció y la OTAN se dedicó a ampliar su cobertura a los frentes donde se libraban las nuevas guerras, en Afganistán y en los países islamistas cuyo fundamentalismo les lleva a declarar el exterminio de los “infieles” occidentales. Mientras tanto, Europa engordaba su tamaño, ampliando el número de países miembros, abriendo mercados y descansando en el amparo militar de la OTAN, hasta que saltan las alarmas por el conflicto de Ucrania y la exhibición de fuerza de Rusia.

Dice Lluís Bassets que, el día que Europa tenga su fuerza de intervención rápida, es probable que no surjan acciones violentas con la desfachatez de las que estamos contemplando en la actualidad. Consciente de no tener ninguna trinchera enfrente, esa carencia de defensas propias hace que Putin se permita la “chulería” de decir que, si quisiera, le bastarían dos semanas para llevar sus tanques a Kiev. Y es que la “agresividad bélica” de Rusia, dando cobijo y suministros a los separatistas ucranianos, y los chantajes y amenazas del fundamentalismo islámico, con la creación de un Califato asesino a las puertas de Europa, hacen que la necesidad de una fuerza defensiva propia cobre virtualidad en el proyecto de la Unión Europea. Ya no basta con la ayuda de la OTAN, por muy útil y eficaz que haya sido hasta la fecha.

No hay que esperar a que un general norteamericano organice la defensa de Europa y establezca la estrategia militar para enfrentar todos los conflictos que amenacen el Continente. Sería deseable que, sin descartar el apoyo y la contribución activa de la OTAN, Europa dispusiera de su propia fuerza disuasoria con capacidad para intervenir y sofocar aquellos peligros que se originan en su territorio o en su área de influencia. Ello serviría para hacer pensar dos veces a todo el que pretenda provocar un acto violento o alterar la legalidad nacional e internacional que afecta a la Unión Europea en su conjunto, como sería no respetar sus fronteras o atentar contra sus ciudadanos, independientemente del país natal.

La existencia de unas defensas propias también contribuiría a reforzar una identidad continental bastante “diluida” con los populismos nacionales, a potenciar una jerarquía comunitaria para el Gobierno de la Unión y configurar una mayor autonomía a la hora de adoptar decisiones, que no eximen del conocimiento y la adhesión de los Estados miembros. Aparte del impulso industrial y económico, un Ejército europeo, como fuerza propia de acción inmediata, permitiría demostrar mayor convicción frente a terceros de la voluntad y capacidad de Europa para consolidarse como un interlocutor poderoso y fiable a escala internacional.

Ello no sería óbice para que la OTAN siguiera desempeñando esa labor de respaldo militar frente a las grandes potencias y frente a amenazas de mayor calibre. Antes al contrario, la coexistencia de un Ejército propio con el despliegue de unidades de la OTAN en el solar europeo potenciaría la capacidad defensiva de Europa, ahora vulnerable y sin posibilidad de respuesta en casos de secuestros, atentados terroristas, problemas fronterizos y acciones preventivas. Es decir, está muy bien que la OTAN prepare una fuerza de acción rápida y aumente su presencia en el Este de Europa, donde los peligros son evidentes, pero mejor sería si Europa contase con sus propias bases estratégicamente repartidas por todo el Continente, dispuestas a responder sin demora cualquier provocación con tan sólo una llamada desde un único Cuartel General. Eso supondría prever de defensas a un ente que está obligado a hacerse valer en el concierto internacional donde aspira a ser considerado una potencia mundial, no sólo económicamente, sino en todo. Sería aspirar a una Europa como potencia mundial, en todos sus términos.

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