miércoles, 3 de septiembre de 2014

La traición de la Virgen

Si encomendarse a la Virgen del Rocío fuera garantía de protección divina y socorro celestial contra los males que nos afligen, como hizo la ministra Fátima Báñez, imbuida en su papel de política creyente en los milagros, la subida del paro registrada tras el paréntesis estacional del verano significaría que las potencias sobrenaturales que todo lo pueden y que nos moldearon a su imagen y semejanza pasan olímpicamente de nosotros y de nuestros problemas. O que los suplicantes de intervención divina no deben resultar muy convincentes ni a los dioses todopoderosos ni a los empresarios igualmente poderosos e intocables. Tanto es así que seguimos castigados por la condena del desempleo y el escaso trabajo en precario, por los siglos de los siglos, así sea hasta que ellos quieran.

En vista de tales resultados, ni la Virgen ni la pía ministra dan la cara y andan ambas desaparecidas por esos limbos intangibles donde no alcanzan las plegarias o los quebrantos de los infelices mortales. Y es que las deidades suelen ignorar los asuntos terrenales a causa de la intrascendencia de nuestra condición de seres carnales, supersticiosos y volubles, proclives a mostrar una sensibilidad capaz de construir catedrales o crear sinfonías de elevada espiritualidad, como de cometer los crímenes más abyectos contra nosotros mismos o las demás especies naturales. Tal parece que, desde la Gloria o el Olimpo, los ruegos humanos por sus cuitas particulares se perciben como ruidos que emiten los insectos en medio de la jungla: ininteligibles y caóticos, carentes de significado y de cualquier respuesta, como no sea la de un pisotón. Claro que la culpa de todo ello es de un demonio conocido como Zapatero, que motiva tanto la traición de la Virgen como la incompetencia de la ministra y la de su protector, un tal Rajoy, el fantasma del plasma. ¡Aviados estamos!

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