jueves, 31 de julio de 2014

Isla Cristina

Casi haciendo frontera con Portugal, a sólo 7 kilómetros del río Guadiana que separa España del país vecino, se halla un bellísimo pueblo que mira ensimismado al mar Atlántico desde la costa onubense de Andalucía. Rodeado de salinas, marismas, una ría  y el océano, Isla Cristina se aferra al continente gracias a un cordón de arena que se engrosa con los años para milagrosamente impedir con firmeza que este pueblo de pescadores acabe al pairo de las olas y el viento, elementos de los que, no obstante, extrae su riqueza y su razón de ser.

La antigua Real Isla de la Higuerita, fundada por levantinos y catalanes atraídos por los ricos caladeros de su litoral, es hoy Isla Cristina –rebautizada así en agradecimiento a la reina María Cristina por los favores prestados durante una epidemia de cólera-, una ciudad próspera que no abandona su dedicación tradicional a la pesca y las salinas, pero que mira al futuro con las lentes del turismo y, en menor medida, la agricultura, salvaguardando un litoral casi virgen y bendecido por la naturaleza. Quince días disfrutando de sus encantos es como una inmersión terapéutica en un paraíso todavía no profanado por ese turismo de masas y bloques de cemento y ruido que tanto gusta a los horteras. Saben a poco estas jornadas pero se incrustan en la memoria de manera indeleble. Quedan estas imágenes de lo que, nada más partir, ya se añora, y estos párrafos con los que se intenta mostrar gratitud con lo único que disponemos: las palabras.
 










 

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