martes, 24 de junio de 2014

Soledad sin identidad

La Seguridad Social continuó pagándole la pensión y los bancos cobrándole las facturas con la automática rutina de las domiciliaciones, sin necesidad de ver el rostro en el que podían iluminarse o entristecerse unas pupilas ante tantos papeles llenos de cifras y números.

Los vecinos sabían de su existencia por los esporádicos saludos de cortesía que se intercambiaban en la escalera, sin que nunca hubieran establecido más diálogo que un sucinto adiós o buenos días. La puerta de su vivienda encerraba el misterio de una soledad huraña, reacia a compartir compañía con nadie. Ni su familia había podido nunca localizarlo en su deambular por pisos de alquiler, a pesar de haber comunicado su ausencia a probos funcionarios que se limitaron a registrar su nombre en la lista de personas desaparecidas.

Supieron que había muerto cuando un okupa allanó su vivienda creyéndola vacía. Su cadáver medio momificado continuaba sentado frente al televisor desde que un infarto decidiera terminar con aquel aburrimiento de vida. Llevaba cerca de dos años sin alma y ni los bancos ni la Seguridad Social se habían percatado de estar pagando una pensión y cobrando las facturas a un muerto. Nadie lo había echado de menos, ni siquiera él mismo se había enterado de su fallecimiento. Sólo la soledad en la que se había refugiado pudo conocer la visita de la muerte con su silente indiferencia, semejante a la que le habían mostrado todos cuando estuvo vivo. Para morir no requirió más acompañamiento que el de su voluntario aislamiento de un mundo burócrata que cursa impresos sin importar las personas. Ahora buscan un culpable al que exigir la devolución de las pensiones indebidamente abonadas. Y sólo hallan el silencioso vacío que no supieron advertir a tiempo. Ni el okupa desea quedarse en aquella casa donde sólo mora una soledad tan fría como el cadáver que la habitaba.

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