El atentado en España se produce tres días antes de unas elecciones generales y, en medio de la confusión inicial, el Gobierno rápidamente atribuye su autoría a la banda terrorista ETA. Nadie duda de la versión inicial y todas las fuerzas políticas secundan la decisión gubernamental de convocar una manifestación en repulsa del terror y a favor de
Pronto, sin embargo, aparecieron indicios de que no era ETA
la autora de la matanza, a pesar de lo cual el Gobierno continuó señalando a la
banda terrorista vasca. Los rostros de aquel empecinamiento interesado fueron
los del entonces ministro del Interior, Ángel Acebes, y el propio presidente
del Gobierno, José Mª Aznar. Ni entonces ni todavía hoy la formación política a
la que pertenecen, el Partido Popular, muestra su conformidad con una sentencia
que investigó, juzgó y concluyó que los autores reales del atentado del 11-M habían
sido miembros de una célula islamista de Al Qaeda en España. Ayer mismo, la
secretaria general del PP, Mª Dolores de Cospedal, seguía insistiendo en que
desea conocer toda la “verdad” de lo sucedido.
Se cumplen, pues, diez años de una barbarie y una infamia,
de un atentado salvaje que segó la vida de inocentes ciudadanos por motivos
injustificados, y de una mentira insostenible que se mantuvo en el tiempo, en
contra de toda evidencia, por inconfesadas intenciones electoralistas. Lo más
doloroso de todo ello es el sufrimiento desconsolado causado a las víctimas y
sus familiares, tanto por la muerte violenta de sus seres queridos como por la
continua manipulación a que han sido sometidos en aras de cálculos partidistas.
Sin reparos ante el sufrimiento de las víctimas ni al
descrédito que instalaban en el sistema judicial, los patrocinadores de la
llamada “teoría de la conspiración”, apoyados por La Cope
y El Mundo, extendieron las sospechas
y siguieron alimentando la insinuación inicial de ETA como autora material de
los atentados de Madrid. Tal vez por no enmendar una primera acusación o por
intereses políticos, lo cierto es que aquellas elecciones las perdió un
Gobierno que no supo o no quiso comunicar con sinceridad la información que la
policía y los servicios de información le iban suministrando.
Diez años es mucho tiempo para no reconocer los errores,
pero poco para el consuelo de los que perdieron familiares y amigos. Si de algo
ha de servir este aniversario, ojalá sea para mostrar nuestra solidaridad
franca con las víctimas, sin doblez ni interés espurio, y para aprender que manipular
la realidad a fin de adecuarla a nuestros intereses no siempre ofrece los
resultados apetecidos. Con sinceridad a la hora de expresar nuestros
sentimientos y honestidad en nuestras ocupaciones, ni la guerra de Irak hubiera
hecho perder a Aznar aquellas elecciones. Pero se empeñó en negar una evidencia
que procedía de “lejanas montañas y remotos desiertos”.
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