martes, 11 de marzo de 2014

Diez años de una masacre y una mentira

Se cumplen hoy 10 años de la fatídica mañana del 11 de marzo de 2004 en que terroristas yihadistas de una célula islámica de Al Qaeda atentaron contra cuatro trenes de cercanías de Madrid, cerca de la estación de Atocha, matando a 192 personas e hiriendo a otras 1.858. Fue el mayor atentado terrorista perpetrado en España y el segundo mayor de Europa, y la fecha escogida recuerda los ataques suicidas cometidos también por comandos de Al Qaeda en Estados Unidos, estrellando aviones comerciales, con todos sus pasajeros y tripulación como rehenes, contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono de Virginia, el día 11 de septiembre de 2001. Murieron casi 3.000 personas y resultaron heridas cerca de 6.000. Ambos atentados marcaron un antes y un después en el enfrentamiento que mantiene el terrorismo islamista contra Occidente y dieron lugar no sólo a declararles la guerra abiertamente, como en Afganistán, sino también al contagioso levantamiento ciudadano en diversos países árabes, indisimuladamente favorecido por la respuesta político-militar de Estados Unidos y sus aliados, entre ellos España, contra aquellos regímenes pertenecientes a lo que George W. Bush había calificado como “eje del mal”, es decir, Estados gobernados por sátrapas caídos en desgracia y auténticos focos generadores de metástasis terrorista.

El atentado en España se produce tres días antes de unas elecciones generales y, en medio de la confusión inicial, el Gobierno rápidamente atribuye su autoría a la banda terrorista ETA. Nadie duda de la versión inicial y todas las fuerzas políticas secundan la decisión gubernamental de convocar una manifestación en repulsa del terror y a favor de la Constitución y la Democracia. Las imágenes impresionantes del desastre en Atocha y los otros tres escenarios donde explotaron hasta 10 bombas, Santa Eugenia, Téllez y El Pozo, habían horrorizado a todos, hasta el punto de que era imposible contener las lágrimas. El país entero se sentía atacado con una virulencia desconocida. Ni siquiera el atentado de ETA en el Hipercor de Barcelona, en el año 1987 y con 21 muertos de saldo, podía comparársele en maldad y magnitud letal.

Pronto, sin embargo, aparecieron indicios de que no era ETA la autora de la matanza, a pesar de lo cual el Gobierno continuó señalando a la banda terrorista vasca. Los rostros de aquel empecinamiento interesado fueron los del entonces ministro del Interior, Ángel Acebes, y el propio presidente del Gobierno, José Mª Aznar. Ni entonces ni todavía hoy la formación política a la que pertenecen, el Partido Popular, muestra su conformidad con una sentencia que investigó, juzgó y concluyó que los autores reales del atentado del 11-M habían sido miembros de una célula islamista de Al Qaeda en España. Ayer mismo, la secretaria general del PP, Mª Dolores de Cospedal, seguía insistiendo en que desea conocer toda la “verdad” de lo sucedido.

Se cumplen, pues, diez años de una barbarie y una infamia, de un atentado salvaje que segó la vida de inocentes ciudadanos por motivos injustificados, y de una mentira insostenible que se mantuvo en el tiempo, en contra de toda evidencia, por inconfesadas intenciones electoralistas. Lo más doloroso de todo ello es el sufrimiento desconsolado causado a las víctimas y sus familiares, tanto por la muerte violenta de sus seres queridos como por la continua manipulación a que han sido sometidos en aras de cálculos partidistas.

Sin reparos ante el sufrimiento de las víctimas ni al descrédito que instalaban en el sistema judicial, los patrocinadores de la llamada “teoría de la conspiración”, apoyados por La Cope y El Mundo, extendieron las sospechas y siguieron alimentando la insinuación inicial de ETA como autora material de los atentados de Madrid. Tal vez por no enmendar una primera acusación o por intereses políticos, lo cierto es que aquellas elecciones las perdió un Gobierno que no supo o no quiso comunicar con sinceridad la información que la policía y los servicios de información le iban suministrando.

Diez años es mucho tiempo para no reconocer los errores, pero poco para el consuelo de los que perdieron familiares y amigos. Si de algo ha de servir este aniversario, ojalá sea para mostrar nuestra solidaridad franca con las víctimas, sin doblez ni interés espurio, y para aprender que manipular la realidad a fin de adecuarla a nuestros intereses no siempre ofrece los resultados apetecidos. Con sinceridad a la hora de expresar nuestros sentimientos y honestidad en nuestras ocupaciones, ni la guerra de Irak hubiera hecho perder a Aznar aquellas elecciones. Pero se empeñó en negar una evidencia que procedía de “lejanas montañas y remotos desiertos”.

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