jueves, 10 de octubre de 2013

El rebrote del `facherío´

No hay que tener un máster en sociología, como el ministro Wert (ese que reduce becas y recupera  la asignatura de religión en la educación), para constatar en los últimos tiempos un envalentonamiento público -y hasta ideológico- de la derecha ultra y reaccionaria en España, aquella que no admite más “patriotismo” que el que ella representa. Está compuesta por una avanzadilla de energúmenos que enarbolan banderas  preconstitucionales, estampadas con “aguiluchos” imperiales, y estiran el brazo en saludo nazi para demostrar que ellos son los auténticos nacionalistas de la España más pura y mesetaria: la intolerante que no reconoce la pluralidad ni la democracia en su seno. Son grupúsculos radicales que hacen mucho ruido, cada vez más violentos y, afortunadamente, minoritarios en su expresión visible, pero que se sienten jaleados y hasta protegidos por sectores amplios y poderosos de la sociedad. Eso es lo que los convierte en un peligroso síntoma: son la punta del iceberg de un movimiento soterrado y creciente que, de un tiempo a esta parte, parece estar en posesión de la verdad y disponer de oportunidad para vencer definitivamente a una izquierda desnortada de ideas, huérfana de proyectos y aquejada de una sangría social que a punto está de condenarla a la extinción. Por eso no es casual que estemos ante un rebrote del “facherío” patrio.

La derecha política -que gusta describirse como de “centro” pero que abarca desde la extrema derecha hasta el centro propiamente dicho del abanico ideológico (demócratas cristianos, liberales, nacionalismos periféricos, etc.)- y la derecha económica -que jamás ha renunciado al botín que expropió durante la dictadura franquista ni a su predilección por gobiernos conservadores, a los que financia abierta o subrepticiamente (véanse los cuadernos de Bárcenas)- estimulan cuando detentan el poder el auge de estos radicales al sentirse amparados por quienes deberían respetar y hacer respetar las leyes, mantener el orden público y velar por que no se avasallen los derechos de los ciudadanos, de todos los ciudadanos. Estos grupos ultras se sienten fuertes, gozan de supuesta impunidad y reciben la conmiseración de los correligionarios que, instalados en diversas instancias oficiales, profesan admiración al dictador franquista o muestran añoranza por un régimen que cometió crímenes abominables y es contrario a los valores democráticos y constitucionales.

Sin embargo, alcaldes, como el de Badajoz, que mantiene enseñas anticonstitucionales a la entrada de su despacho y que el presidente de la Comunidad extremeña se resiste obligar a retirar, como dicta la ley, por considerar el tema “una catetez”; o el de la localidad madrileña de Quijorna, que organiza en un colegio público una exposición de parafernalia franquista y nacionalsocialista, con pancartas con el lema “¡Saludo a Franco! ¡Arriba España!”, de clara exaltación fascista; o el de A Beade, en Galicia, que presume de ser franquista y atiborra su despacho de fotos, botellas, insignias y hasta un altar dedicado al dictador; y el de Baratalla, también en Galicia, que justificó los crímenes de Franco diciendo que “quienes fueron ejecutados sería porque lo merecían”, son muestras de una apología fascista desde el poder institucional que abona el sentimiento que hace resurgir a estos grupos radicales de extrema derecha. 

Si los elegidos en democracia para cargos públicos, de un determinado partido, hacen alarde de sus nostalgias reaccionarias, con claro desprecio a la legalidad constitucional con que se han dotado los españoles, no puede resultar extraño que sus “cachorros” ideológicos se comporten con la radicalidad violenta que estiman necesaria para “imponer” sus ideas a quienes no las comparten o las repudian. Existe un caldo de cultivo que genera este resurgir de los “fachas” irredentos, capaces de cometer delitos contra la libertad de expresión o de incitar el odio, la discriminación y el racismo en sus actos vandálicos. Proliferan cual setas en un ambiente que les es propicio y son perfectamente conocidos, pero en absoluto originales. Se dedican a “copiar” de sus mayores o de lo que hacen otros, a los que emulan.

Alianza Nacional, España 2000, entre otros, son grupúsculos que promueven una violencia gratuita por motivos racistas y buscan un populismo fácil con “azañas” calcadas de “Amanecer Dorado”, partido nazi de Grecia, al equiparar inmigración con delincuencia y acusarlos de invadir España, en actitud intencionadamente xenófoba. En Málaga, por ejemplo, se concentran ante el consulado griego para protestar por la detención de los líderes de aquella formación nazi helena, concentración que había contado con la oportuna bendición de la Subdelegación del Gobierno en Andalucía.

Pero otras veces, y cada vez con mayor frecuencia, sus conductas no son tan pacíficas. El pasado septiembre, un comando de extrema derecha boicoteó el acto de celebración de la Diada de Cataluña, en una librería de Madrid, lanzando gases lacrimógenos y destrozando parte del mobiliario. Portaban banderas españolas con el águila de San Juan, de Falange y de Alianza Nacional, al tiempo que proferían gritos de “¡Viva España!” y “¡No nos engañan: Cataluña es España!”, propinaban empujones a la gente y arrancaban los carteles del acto, todo ello a cara descubierta.

Otro grupo, en Belchite, se dedicó a destrozar la fosa común del cementerio antes de asistir a una misa franquista celebrada en la localidad vecina de Codo (Zaragoza). Y en internet es fácil descubrir imágenes y vídeos que miembros de estos grupos cuelgan en actitud amenazante y de provocación, prolijas en saludos nazis y simbología fascista. 

Tanta desfachatez, como la que exhibe la extrema derecha española en estos tiempos, ha de poner en alerta a las autoridades de nuestro país, por mucho que mantengan una complacencia vergonzante, pues la espiral de violencia que puede generar es sumamente peligrosa y de consecuencias incalculables. Máxime cuando están dispuestos a la confrontación visceral y violenta, al convocar manifestaciones, el próximo 12 de octubre en Barcelona, contra el derecho a decidir y por la españolidad de Cataluña. O las movilizaciones anunciadas por grupos violentos de extrema derecha en Zaragoza, para ese mismo día, en desagravio por la explosión de un artefacto depositado en el interior en la Basílica del Pilar, que no tuvo víctimas y apenas ocasionó daños materiales.

Ese ambiente propicio y enrarecido, al que contribuye el “apoyo” dogmático que le brindan unos medios de manifiesta afinidad ideológica, con informaciones y análisis que suponen siempre el rearme moral de la derecha, la rectitud y eficacia de sus iniciativas políticas y económicas, aunque perjudiquen a la mayoría de la población, y el “adiós a la superioridad moral de la izquierda”, vencida y derrotada hasta en sus propuestas más progresistas,  incluidas las que combaten las desigualdades sociales, alimentan la sensación de actuar conforme al pensamiento imperante y responder a las predicciones absolutistas que dejan entrever. 

No se trata, pues, de acciones irresponsables realizadas por jóvenes y nostálgicos del franquismo, sin capacidad crítica para discernir el significado ni las consecuencias de sus bravuconadas, sino de una manifiesta campaña de acoso e intimidación de todo cuánto suponga un obstáculo o una resistencia al triunfo total y absoluto de la derecha. Se trata de un rebrote del “facherío” perfectamente teledirigido y que, cuando interese, será oportunamente controlado y anulado. Es una manera torticera -y violenta- de influir en la voluntad de los ciudadanos y alcanzar lo que en las urnas no consiguen: la adhesión inquebrantable.

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