jueves, 9 de mayo de 2013

La aflicción de los días

¿Aflicción mediática? Los hechos se suceden a tal velocidad que apenas dan tiempo para poder asimilarlos con un mínimo detenimiento, obligándonos casi a una lectura atropellada de los titulares que depara la actualidad antes de sentir el agobio del exceso de información. Cuesta esfuerzo –¡y tiempo!- seleccionar, valorar, contextualizar, relacionar y profundizar algún acontecimiento entre la maraña de datos, opiniones, propaganda y ruido que transmite cualquier medio de comunicación. Lo que pretendía la censura ahora es conseguido por esa avalancha descontrolada de información: impedir que sepamos lo que de verdad sucede. ¿Y dónde está la verdad? Se halla sepultada bajo el volumen inmenso de noticias que dan cuenta, en el mejor de los casos, de porciones tan diversas de ella como versiones tiene o se manifiestan. Ello nos instala en un estado de aflicción que parece extenderse a todos los estratos de la sociedad. Así, por ejemplo, he sentido aflicción últimamente con el acceso a los medios de información y he detectado esa misma aflicción en muchos de los personajes que protagonizan los asuntos que atraían mi atención.

¿Aflicción en palacio? Por el tobogán de los últimos días se despeñaban hechos como la desimputación de una imputada, lo que, en puridad, era hacerle una soberana putada a la susodicha -algo así como una imputación “en diferido”-, ya que no la eximían de sospechas, sino que la mantenían en suspenso hasta que los indicios de delito fiscal y blanqueo de dinero fueran más consistentes, a juicio del magistrado instructor, quien insiste en seguir pensando lo mismo que cuando la imputó. La misma Audiencia de Palma que anuló “de momento” la citación sostiene que la princesa afligida “debía saber o conocer” los trapicheos de la empresa de la que formaba parte junto a su marido, ese cónyuge espabilado acusado de malversación de caudales públicos y prevaricación en el caso Nóos. Dentro del pulso institucional que se está librando, se trata de un triunfo pasajero del Fiscal General del Estado, travestido en abogado defensor en el entramado que afecta directamente al Palacio de la Zarzuela, residencia de una Familia Real que ve reducido su tamaño conforme tiene que despojar de tal condición a aquellos de sus miembros que son implicados en escándalos de variado pelaje. Es deprimente que condes y princesas, como en un tenebroso cuento de hadas, acaben en divorcios, pleitos y cárceles por avaricias insaciables del cuerpo y el alma.

¿Aflicción en el PP? La Policía, durante esos mismos días, certificaba en un informe de la Unidad de Delitos Económicos y Financieros (UDEF) que la contabilidad B era, en realidad, la contabilidad A del partido que goza del respaldo popular para que siga, no sólo gobernando a base de recortes a los ciudadanos, sino repartiendo sueldos, sobresueldos y “despidos en diferido” a los imputados por corrupción que, cual metástasis, le brotan desde la tesorería hasta las más opacas raíces y el frondoso follaje a una organización que presume de transparencia y tranquilidad. En botánica sería una planta podrida, pero en política es signo de vitalidad fisiológica y salud saprofita. Para el cariacontecido Rajoy, nada de ello es verdad, salvo una parte. El caso Bárcenas se enmaraña, así, en informes y fotocopias que, en última instancia, no hacen más que evidenciar “una actuación persistente en el tiempo en transformar donaciones por encima del límite legal en ingresos en la cuenta de donativos anónimos”. Si ese fraccionamiento de un dinero ilegal, procedente de donativos de grandes empresas que recibían contratos enjundiosos con la Administración, no sirvió para financiar al partido y, de paso, enriquecer a los que ocultan su patrimonio en paraísos fiscales, ¿para qué sirvió entonces? La trama Gürtel y su derivada causa Bárcenas tienen al partido del Gobierno sumido en una aflicción que se nota en las caras de unos dirigentes que ya no saben cómo explicar tantas tropelías.

¿Aflicción ideológica? Porque, aparte de las ilegalidades y las corruptelas, se constata la inmoralidad de los que no tienen empacho en apretar el cinturón de los españolitos de a pie mientras ellos se aflojan el suyo con el concurso, generoso en sobres para gastos de “representación”, del partido. Y es que tales personalidades que nadan en la abundancia, capaces de tener un jaguar en el garaje y no darse cuenta, son, en verdad, los únicos que pueden “representar” teatralmente la pobreza y la humildad, pues los demás las sufrimos en nuestras carnes, máxime cuando una impuesta austeridad recorta derechos y prestaciones en sanidad, educación, dependencia e, incluso, en el aborto. Tal vez de ahí derive el “lapsus” (¿) de la diputada popular Beatriz Escudero, defensora en el Congreso de la ley, cuando se atrevió asegurar que “en España, las mujeres que se ven abocadas al aborto son las que menos formación tienen”, dejando patente su percepción y su sensibilidad sobre las mujeres y los desafortunados: el vicio es cosa de pobres, pareció decir. Causa aflicción esta soberbia ideológica que el propio ministro Gallardón reconoce en la ley del aborto: obedece a la mentalidad (moral) del Gobierno que  promueve la modificación para hacer más restrictiva su aplicación. Y punto. Todavía hay quien cree que los ricos no abortan como tampoco “catean” en sus caros colegios privados. Si éstos expulsan a los que, ni con profesores de apoyo, son capaces de mantener la ratio de aprobados, otras sortean en el extranjero las trabas que aquí votan para impedir el aborto. Así es cómo pueden permitirse luego la indecencia de acusar desde una tribuna a los “menos formados” y tildarlos poco menos de asesinos por desear engendrar sólo los hijos que puedan criar y educar con un mínimo de dignidad.

¿Aflicción económica? Si el Gobierno impulsa leyes para beneficiar a los evasores fiscales, en vez de impedir y castigar el hurto a Hacienda ¿cómo no imaginar que lo estructural sea el engaño y la defraudación a escala general? No resulta extraño colegir, en estos días de tristeza, que semejante conducta sea la constante no sólo entre miembros de la Familia Real y el partido gubernamental, sino en la mayoría de las empresas más importantes de este país. Porque no es aflicción sino vergüenza lo que produce saber que 33 de las 35 empresas más representativas que cotizan en el selectivo índice IBEX de la Bolsa de Madrid tienen cuentas en paraísos fiscales, totalmente opacas al fisco. Son cuentas que no se justifican con la actividad mercantil de tales empresas, pero que seguramente permiten ser generosos en donaciones y dádivas a partidos, altas personalidades e instituciones con las que se interrelacionan con el propósito de que ese entramado político, económico y legal sirva a sus intereses, ya sea en forma de contratos con la Administración, leyes que favorezcan sus negocios o indultos cuando son sorprendidos en flagrante delito, lo cual no impide astronómicas jubilaciones. Así cualquiera.
 
Hay jornadas en que uno no para de llorar.

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