Un relevo que, en puridad, no debería tener mayor trascendencia
si no se tratara de un hecho inaudito en una organización religiosa que
pretende hacer creer que los Papas son señalados por el Espíritu Santo, que
derrama sobre ellos la gracia de Dios, convirtiéndolos en sucesores
espirituales del Príncipe de los Apóstoles y los dota con el atributo de la
infalibilidad. Así deben creerlo los fieles que siguen los dogmas de un
entramado organizativo no exento de luchas de poder e intrigas, en el que, como
vemos, se puede presentar la dimisión, como en cualquier empresa.
Y aunque se trata de un hecho poco frecuente, no es la
primera vez que esto sucede. A lo largo de la Historia de la Iglesia , hasta cuatro Pontífices
renunciaron a ser vicarios de Cristo, es decir, representantes de Cristo en la Tierra y jefes de Gobierno
de un Estado pequeño pero poderoso y complejo, cuya opacidad es proporcional a
los misterios que maneja. No en balde muchos consideran que detrás de la dimisión
de Ratzinger se halla su incapacidad para poner orden en una Iglesia aquejada
de escándalos económicos, morales y de luchas intestinas de palacio. Aparte de
los papeles del Vatileaks, durante el pontificado de Benedicto XVI se
multiplicaron las denuncias sobre abusos sexuales cometidos por curas contra
niños, la corrupción del Vaticano y hasta el encarcelamiento del mayordomo
papal por espía, sin dejar de citar el conservadurismo que el teólogo Joseph
Ratzinger, antiguo responsable de la Congregación para la Doctrina de la Fe -ex Santo Oficio durante la Inquisición- imprimió
a su programa de gobierno, en el que rechazaba cualquier relativismo en la
ortodoxia y el diálogo con otras religiones.
Toda esa mezcolanza de leyendas sobrenaturales y tramas de intereses
terrenales que envuelve a la
Iglesia católica (y a todas las religiones) queda, por obra y
gracia de esta dimisión, reducida a su estricta esencia, cual es la estructura
de una organización jerarquizada en la que sus dirigentes son nombrados en
función de criterios... humanos, nada divinos. Criterios tan humanos que se
limitan al reparto de cargos y prebendas -sumamente poderosos, eso sí- para la
administración del negocio, a los que se accede y abandona cuando lo estiman
fuerzas influyentes de la curia cardenalicia. Si este relevo de cargos lo relacionan
con el Espíritu Santo, no queda más remedio que pensar que éste no es infalible,
sino que se equivoca como cualquier humano, demasiado humano.
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