viernes, 4 de enero de 2013

Carta a los Reyes Magos

Nunca en mi vida he escrito una carta a los Reyes Magos: ni cuando era un ingenuo niño inocente ni cuando como adulto podía seguir el engaño con mis hijos. Jamás tuve esa apetencia de hacer una lista de juguetes que querría me trajesen por portarme bien. Era tan tonto que creía que Sus Majestades los adivinarían instantáneamente en cuanto los deseara. Como mucho, expresaba algunas preferencias a mis padres, sin sospechar hasta una edad no muy temprana que ellos intervenían muy directamente en el arte de hacer aparecer regalos en el salón de casa el día de Reyes. Reconozco que ese instante albergaba una emoción tan enorme que hacía que el corazón latiera desbocado.

Tal vez por volver a sentir esa alucinación hoy me decido a escribirles, aún sabiendo que ni sois reyes ni mucho menos magos. En la actualidad, cuando tantas cosas se sustraen de nuestra convivencia colectiva y hasta las más preciadas conquistas que nos permitían disfrutar de derechos y oportunidades están siendo barridas en nombre de la dictadura económica, es quizá hora de retomar las ilusiones y las leyendas que nos sirven para construir o interpretar una realidad más soportable y benigna. Justo cuando la política se aleja de la gente, al estar teledirigida por tecnócratas expertos del capitalismo, y las religiones se atrincheran en fundamentalismos anacrónicos para preservar privilegios terrenales, sólo queda el consuelo infantil de confiar en VV.MM. para implorarles una lista de buenos propósitos, aunque su mero enunciado no sea fruto más que del desahogo que del convencimiento en Vuestra facultad en satisfacerlos.

Para empezar no voy a pedir salud, ya que ella depende de factores genéticos, culturales y ambientales difícilmente controlables, pero sí que iluminéis a los que destruyen la red asistencial que nos atiende cuando enfermamos, a fin de que mantengan uno de los servicios públicos más esenciales para todos los ciudadanos, sin distinción de raza, sexo, credo o poder adquisitivo. El derecho a la salud inscrito en nuestra Constitución no puede constreñirse a criterios mercantiles, sino a valores irrenunciables por los que han de velar los poderes públicos. Un derecho no se mide por su rentabilidad, sino por la justicia y los beneficios que aporta a la sociedad.

De la misma manera, os pediría que extendierais esta consideración entre quienes deciden y regulan la provisión de la educación a nuestros hijos, las ayudas a nuestros ancianos dependientes y a sus cuidadores, la justicia a la que recurrimos cuando pisotean nuestros derechos y demás servicios públicos que atenúan nuestras diferencias y corrigen nuestras desigualdades, procurándonos las mismas oportunidades a todos. Si por encima de todas las cosas situamos la convivencia y el bienestar de la comunidad, intentando erradicar privilegios y ventajas debidas a intereses particulares, nuestra sociedad será más justa, equitativa y estable, y se convertirá en un espacio donde la vida se desarrollará en paz, libertad, progreso y armonía.

Pero puestos a pedir, también os rogaría que el afán lucrativo de las empresas quede supeditado a la generación de empleo y la preservación del orden en que se organiza la sociedad, priorizando la estructura social a la económica, el beneficio común al particular y la justicia y cohesión social a la riqueza. Y que el Gobierno sea el primer garante de los derechos y las libertades con que nos dotamos para que cualquier “Verdad” aceptada provenga de la pluralidad de “verdades” parciales y de la opinión y decisión de todos.

Si encima podéis evitar las guerras y calamidades que asolan el mundo; el terror y las amenazas violentas que proliferan por doquier, y el respeto a la Naturaleza y la sostenibilidad del medio ambiente para no esquilmar unos recursos de los que dependerán las próximas generaciones, os estaría infinitamente agradecido, quedando en deuda perpetua con VV.MM.

Sé que mis peticiones son generalistas y no persiguen ningún bien individual, sino colectivo. Y es que, como animal gregario que soy, dudo mucho que mi felicidad se consiga sin la de los demás. Por ello mi lista de regalos es corta, pero concierne a la comunidad a la que pertenezco, al sistema económico que regula nuestra actividad y al mundo en el que vivo.

De ahí que, si esta alucinación se hiciera realidad, prometo convertirme en ferviente creyente de SS.MM los Reyes Magos y bajaría a Santa Claus del altar de mis debilidades peregrinas. Ya veis: a pesar de todo, sigo siendo un niño ingenuo.  

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