Tal vez por volver a sentir esa alucinación hoy me decido a
escribirles, aún sabiendo que ni sois reyes ni mucho menos magos. En la
actualidad, cuando tantas cosas se sustraen de nuestra convivencia colectiva y
hasta las más preciadas conquistas que nos permitían disfrutar de derechos y
oportunidades están siendo barridas en nombre de la dictadura económica, es
quizá hora de retomar las ilusiones y las leyendas que nos sirven para construir
o interpretar una realidad más soportable y benigna. Justo cuando la política se
aleja de la gente, al estar teledirigida por tecnócratas expertos del
capitalismo, y las religiones se atrincheran en fundamentalismos anacrónicos
para preservar privilegios terrenales, sólo queda el consuelo infantil de
confiar en VV.MM. para implorarles una lista de buenos propósitos, aunque su
mero enunciado no sea fruto más que del desahogo que del convencimiento en
Vuestra facultad en satisfacerlos.
Para empezar no voy a pedir salud, ya que ella depende de
factores genéticos, culturales y ambientales difícilmente controlables, pero sí
que iluminéis a los que destruyen la red asistencial que nos atiende cuando
enfermamos, a fin de que mantengan uno de los servicios públicos más esenciales
para todos los ciudadanos, sin distinción de raza, sexo, credo o poder
adquisitivo. El derecho a la salud inscrito en nuestra Constitución no puede
constreñirse a criterios mercantiles, sino a valores irrenunciables por los que
han de velar los poderes públicos. Un derecho no se mide por su rentabilidad,
sino por la justicia y los beneficios que aporta a la sociedad.
De la misma manera, os pediría que extendierais esta
consideración entre quienes deciden y regulan la provisión de la educación a
nuestros hijos, las ayudas a nuestros ancianos dependientes y a sus cuidadores,
la justicia a la que recurrimos cuando pisotean nuestros derechos y demás
servicios públicos que atenúan nuestras diferencias y corrigen nuestras
desigualdades, procurándonos las mismas oportunidades a todos. Si por encima de
todas las cosas situamos la convivencia y el bienestar de la comunidad,
intentando erradicar privilegios y ventajas debidas a intereses particulares,
nuestra sociedad será más justa, equitativa y estable, y se convertirá en un
espacio donde la vida se desarrollará en paz, libertad, progreso y armonía.
Pero puestos a pedir, también os rogaría que el afán
lucrativo de las empresas quede supeditado a la generación de empleo y la
preservación del orden en que se organiza la sociedad, priorizando la
estructura social a la económica, el beneficio común al particular y la
justicia y cohesión social a la riqueza. Y que el Gobierno sea el primer garante
de los derechos y las libertades con que nos dotamos para que cualquier “Verdad”
aceptada provenga de la pluralidad de “verdades” parciales y de la opinión y
decisión de todos.
Si encima podéis evitar las guerras y calamidades que asolan
el mundo; el terror y las amenazas violentas que proliferan por doquier, y el
respeto a la Naturaleza
y la sostenibilidad del medio ambiente para no esquilmar unos recursos de los
que dependerán las próximas generaciones, os estaría infinitamente agradecido,
quedando en deuda perpetua con VV.MM.
Sé que mis peticiones son generalistas y no persiguen ningún
bien individual, sino colectivo. Y es que, como animal gregario que soy, dudo
mucho que mi felicidad se consiga sin la de los demás. Por ello mi lista de
regalos es corta, pero concierne a la comunidad a la que pertenezco, al sistema
económico que regula nuestra actividad y al mundo en el que vivo.
De ahí que, si esta alucinación se hiciera realidad, prometo
convertirme en ferviente creyente de SS.MM los Reyes Magos y bajaría a Santa
Claus del altar de mis debilidades peregrinas. Ya veis: a pesar de todo, sigo
siendo un niño ingenuo.
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