jueves, 20 de diciembre de 2012

Trompazo de mierda


Me preparo para mañana, para cuando el mundo acabe en medio de una explosión cósmica y todos nos desintegremos en el Universo. Será algo bonito, digno de contemplarse, que no me perdería por nada del mundo. Sólo hay que cerrar los ojos e imaginárselo. Minúsculos pedacitos de cada uno de nosotros, simples moléculas rotas, esparcidas por el espacio a velocidades de vértigo y colisionando unas con otras. Alcanzaríamos el momento de mayor igualdad conseguido en la Tierra, todos igual de destrozados rumbo a la nada desconocida. Átomos de reyes y magnates mezclados con los de porqueros en una especie de residuo fecal de un lugar que era, en realidad, una letrina para la mayoría de sus pobladores. Una caca inmunda en la que flotaban los privilegiados a costa de hundir en las heces a los demás. Los mayas previeron un final inevitable a esta bolsa insalubre que desprende gases pestilentes, tóxicos y explosivos. No podía tener otro final más que estallar tarde o temprano. Y si no es mañana, será pasado o dentro de un par de milenios o eras geológicas. Pero estallará. Ni los marcianos -si es que hay alguien más elucubrando sobre su origen por ahí fuera- echarán de menos este terrasco asqueroso donde la vida se contaminó de mierda para producir hambre, guerras y miseria cada día de su existencia. No es por restarle méritos a los mayas, pero condenar a la desaparición este mundo no es ningún vaticinio. Nació condenado a estallar. Por eso me estoy pertrechando de un ensimismamiento autista para que, cuando se produzca el cataclismo, me coja pensando y ese pensamiento se mantenga consciente en alguna neurona intacta en su divagar interplanetario. Sería maravilloso oírla exclamar. ¡jopé, qué trompazo!.

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