Comienza un mes que me agrada y me estimula. Sus días
neblinosos y fríos son semejantes a otros cualesquiera del invierno, pero en
diciembre me mueven a la introspección y al ensimismamiento. No se trata de las
celebraciones infantiles y supersticiosas que tanto gustan a una mayoría
pastoreada por el consumo, sino que, quizá por ser los últimos del año, estos días
tiendo a la reflexión y valoración de lo que hecho en mi vida y de los
proyectos que guardo para el futuro inmediato, no al largo plazo que se me
antoja quimérico. Como sujeto aferrado a las costumbres que le fueron
agradables y le causaron satisfacción, suelo ser bastante previsible y fiel a gustos
y manías. Por eso vuelvo una y otra vez en diciembre al December de George Winston,
que guardo en mi fonoteca envuelto en el mimo de mi predilección. Y siempre me produce
esa sensación de recogimiento y placidez que sentí la primera vez que lo escuché.
Aunque ya lo he traído a este cuaderno, no puedo evitar, en el arranque de este
mes, volver a recodarlo, esta vez en la selección que hace Bobby Romero en un montaje audiovisual con el que le rinde tributo. Disfrútenlo.
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