Y si ya en aquella entrada, publicada antes de que se celebraran
los comicios, argumentaba tres razones por las que me decantaba por Obama, la referente
a Puerto Rico quedó deliberadamente esbozada aunque era la más directamente ligada
a mi persona, la más sentimental de todas ellas. En principio, quería sólo
subrayar la contradicción que se abate sobre su población pese a ser, a efectos
legales, ciudadanos norteamericanos que disponen de pasaporte, moneda y
ejército USA, pero carecen del derecho a votar al Presidente de los Estados
Unidos, salvo si residen en el continente, siendo la isla territorio yankee bajo
el estatus político de Estado Libre Asociado (ELA).
Y es que los puertorriqueños votaron en esas elecciones
asuntos trascendentales para su comunidad, tales como la constitución de las
Cámaras de Representantes y del Senado de la isla, el Gobernador (parecido al
presidente de Comunidad Autónoma en España), el Comisionado residente
(representante con voz pero sin voto ante el Congreso de Washington) y los
alcaldes de los municipios. Y algo más importante: también, por cuarta vez en
la historia, el pueblo de Puerto Rico fue consultado sobre diversas opciones a la
situación política territorial: es decir, sobre la relación “colonial” que mantiene
con EE.UU., pudiendo elegir entre seguir siendo un Estado Libre Asociado, incorporarse
a la Unión como
el Estado número 51 u optar por la independencia y convertirse en un país
soberano.
Aunque sin consecuencias jurídicas inmediatas, esta consulta
sobre el estatus político de Puerto Rico representa una forma democrática de
atender las aspiraciones de los puertorriqueños, quienes desde el año 1952, en que
se convirtieron en Estado Libre Asociado, han hecho prevalecer el actual status
quo, a pesar de que el nivel económico de la isla y el número de
desempleados no aguantan una comparación con los existentes en EE.UU. Sin
embargo, esa relación de dependencia con la primera potencia mundial les ha
permitido disfrutar de una estabilidad política, económica y social sin
parangón en la mayoría de países caribeños del entorno. Quizás por ello, según datos
de la Comisión
Estatal de Elecciones, los votantes han preferido en esta
ocasión alterar esa relación en vez de mantenerla (53,99% frente a 46,01%), decantándose
por la estadidad de forma mayoritaria (61,15%) frente a las opciones del ELA
(33,31%) o la independencia (5,53%).
Habrá que ver cómo satisface Estados Unidos esa voluntad de
los puertorriqueños por convertirse en la estrella número 51 de la bandera norteamericana.
Porque, aún sin ser un plebiscito vinculante, el Congreso de Washington deberá
debatir los pro y los contra de la anexión y dar una respuesta a la situación
política territorial de Puerto Rico. Una cuestión que desde España es vista con
la máxima curiosidad por comunidades que, sin derecho a la independencia,
desearían un mayor autogobierno en relación con el Estado del que forman parte,
como son el País Vasco y Cataluña. Todo ello hacía sumamente interesante las
elecciones norteamericanas del martes pasado y doblemente atractivo el
referéndum celebrado en Puerto Rico en la misma fecha: por el ejemplo de
democracia y valor sentimental.
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