Aunque yo no pueda votar, opto por Barack Obama, el actual
Presidente de los Estados Unidos y candidato por el Partido Demócrata que
aspira a la reelección frente al republicano Mitt Romney. Y lo hago por varios
motivos:
En primer lugar, por intereses estratégicos ya apuntados en
el inicio de este artículo. Como ciudadano de un país mediano, como España, que
está integrado en la tupida red de influencias económicas, políticas, comerciales, tecnológicas, militares
y culturales que desde EE.UU. se controlan directa o indirectamente (FMI, OMC,
Wall Street, Hollywood, Pentágono, tratados, convenios, etc.), no es
insustancial el programa del Presidente que ocupe la Casa Blanca. En ese
sentido, Obama representa, para los que vivimos fuera de USA, una más abierta
disposición al diálogo, a la comprensión de los problemas que aquejan al mundo
y a reconocer su diversidad y complejidad, sin dogmatismo ni visiones
reducionistas. Se interesa por lo que ocurre en el exterior e intenta ser
comprensivo, aunque sin abandonar la salvaguarda de los intereses estratégicos
de la potencia que dirige. Para los
europeos, Obama mantiene unas ideas que nos resultan familiares porque
preconizan el progreso en las costumbres y los modelos de convivencia social.
Su apuesta por el derecho al aborto, el matrimonio homosexual, la subida de
impuestos a los más ricos, la inversión pública en servicios sociales, la
reforma sanitaria que extiende la atención médica a toda la población y tantos
otros asuntos que casi lo equiparan, a pesar de las salvedades existentes, con
las políticas de la socialdemocracia del Viejo Continente.
En segundo lugar, también lo elijo por mi condición de
hispano. Los Estados Unidos es un país que atrae la inmigración de sus vecinos
de América Latina y, en general, de todas partes del mundo. Pero los latinos
representan un porcentaje nada desdeñable de su población, un 18 por ciento (50
millones de personas sobre un total de 311 millones), muy relevante en
determinados Estados, como Florida. Obama se comporta más sensible con los
problemas raciales y procura aportar soluciones alejadas de la intolerancia y
el rechazo que muestran, con sus opiniones o sus actos, sus contrincantes
republicanos. Ha aportado una reforma migratoria integral para los que quieran
poseer la ciudadanía norteamericana, con condiciones y compromisos, y ha
mostrado su respaldo al “Dream Act” que facilita la nacionalidad a ciertos
estudiantes indocumentados. A no todos ellos convence esta política aunque sea el único que
plantea el tema migratorio desde el respeto a la dignidad del inmigrante y,
en general, la solidaridad hacia las minorías y los más desfavorecidos de una
sociedad que confunde el auxilio social con la pérdida de libertades.
Y, por
último, por una cuestión sentimental, como antiguo ciudadano yankee que
renunció a su nacionalidad durante la adolescencia para convertirse español.
Siento simpatía de la patria en la que nací aunque no forme parte de la Unión más que como Estado
Libre Asociado. Con voz pero sin voto, los puertorriqueños, pese a ser
ciudadanos estadounideneses, carecen del derecho para elegir a los
miembros del Congreso, del Senado y al Presidente de los Estados Unidos, salvo
si residen en el continente, no en la isla. Como colonia que disfruta de una
relación contradictoria con USA, sólo se les permite votar para seleccionar al
candidato de cada partido, pero no en la elección del Presidente. Por todo ello,
prefiero a Barack Obama. Y hoy, antes de conocer el resultado de esas
elecciones, hago pública mi apuesta porque, pese a sus insuficiencias, me
inspira más confianza desde todos los puntos mencionados.
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