sábado, 8 de septiembre de 2012

Manos de donante


Quería aparentar estar relajada pero las manos no se lo permitían. No dejaban de buscar algún objeto al que aferrarse y frotaban el aire de entre los dedos incesantemente. Luego se ocultaron bajo las sábanas sin dejar de moverse. Era una chica joven que estaba decidida a hacer lo que iba a hacer aunque tuviera miedo. El anestesista le aplicó con delicadeza la mascarilla mientras le susurraba al oído palabras de aliento para tranquilizarla. Se durmió enseguida y le introdujeron un tubo en la tráquea para insuflarle aire a los pulmones. Le protegieron los párpados con esparadrapo y la acostaron boca abajo en la camilla. Le extrajeron innumerables inyecciones de sangre de los huesos de la cadera hasta que estimaron que la cantidad era suficiente. Por la tarde, en la habitación, seguía con las manos inquietas y un ligero resquemor en el culo, pero estaba contenta. Había donado la médula ósea que necesitaba su hermano. Y la alegría se notaba en sus manos.

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