miércoles, 1 de agosto de 2012

Vacaciones íntimas

No perdía la costumbre de madrugar para bajar a dar un largo paseo solitario por la playa y admirar un mar plateado que el sol iba coloreando en distintas tonalidades de azul y verde. Gustaba sentir la arena aun fría bajo sus pies descalzos y la brisa mañanera, húmeda y fresca, que erizaba su piel. Era una caminata en silencio en la que podía embelesarse con  el rumor de las olas y el graznido de las gaviotas mientras sus pensamientos se perdían en la inmensidad de un horizonte que partía el mundo por la mitad. Antes de que la muchedumbre perturbara su deambular por aquel paraíso de paz y sosiego, regresaba a la casa justo cuando la familia se preparaba para disfrutar del día de playa. Aprovechaba entonces para sumirse en la lectura del periódico y degustar un desayuno elaborado con parsimonia y mimo. Esas eran sus vacaciones. El resto de la jornada era el precio a pagar para poder disfrutarlas.

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