miércoles, 8 de agosto de 2012

Curiosidad en Marte

Hace un año, con ocasión del último viaje de un transbordador tripulado (Atlantis), el director de la NASA, Charles Bolden, avisó de que la investigación espacial se centraría en lo sucesivo en proyectos más ambiciosos aunque sin vuelos humanos, como la exploración de Marte, con vehículos automáticos. Y el lunes pasado, efectivamente, se empezaron a recibir desde ese planeta las primeras fotografías de baja resolución que confirmarían que una nave robótica, tras una espectacular maniobra de aterrizaje que tuvo en vilo durante siete minutos a los ingenieros del centro de control, había llegado sana y salva e iniciaba el chequeo de todos sus sistemas antes de comenzar su misión. Curiosidad estaba en Marte.

No es el primer ingenio que se envía a aquel planeta, pero sí representa un paso cualitativamente importante en la aventura espacial y una demostración asombrosa de la capacidad tecnológica que permite el lanzamiento con precisión de sondas cada vez más complejas, pesadas y completas para la exploración del espacio cercano, relativamente, de la Tierra. Se trata de la nave Curiosity, también bautizada como Mars Science Laboratory o MSL, un sofisticado laboratorio rodante, dotado con un arsenal instrumental que le permitirá estudiar la constitución geológica del suelo marciano y detectar residuos orgánicos. Parecido a los “enanos” Opportunity y Spirit, que fueron enviados en 2004, el MSL consta de 6 ruedas para desplazarse sobre el terreno, diecisiete ojos, dos cerebros y un brazo de dos metros de longitud para otear un paisaje seco, pedregoso e inhabitable para los humanos, pero que siempre ha despertado el interés de los astrónomos y científicos, que buscan conocer el origen del Universo.

Ya en 1976, las gemelas Viking 1 y 2 se convirtieron en las primeras naves que se posaron en Marte en la historia de la astronáutica, para rastrear alguna posibilidad de vida en aquel mundo rojizo que tanto ha alimentado a la imaginación, desde que el italiano Schiaparelli creyera haber visto canales allí a través de su telescopio. Con menos romanticismo pero más ambición científica, Curiosity desarrollará todo un programa de exploración geológica en las cercanías del cráter Gale -seleccionado por la probable existencia de arcillas que se forman en presencia de agua-, que dará continuación a la investigación del planeta, iniciada en la década de los noventa del siglo pasado.

Esta misión, que tiene una duración de al menos dos años y un coste de más de 2.000 millones de euros, servirá para evaluar si alguna vez Marte fue un mundo apto para la vida orgánica, tal y como se conoce en la Tierra. Tras recorrer 567 millones de kilómetros, el robot, del tamaño de un utilitario y de una tonelada de peso, intentará hallar alguna respuesta en los análisis geoquímicos que realizará para detectar compuestos orgánicos en las muestras del terreno marciano. Pero, ¡ojo!, no se buscan marcianos, sino las bases químicas en las que se sustenta la vida, lo que permitirá conocer mejor el origen de nuestra propia existencia. Y el inicio de esta nueva aventura no ha podido ser más espectacular, con imágenes del Curiosity colgado del paracaídas durante el descenso a Marte, tomadas por el satélite MRO (Mars Reconnaisance Orbiter) en órbita alrededor del planeta. Habrá que continuar a la expectativa de las noticias que la NASA suministre de esta misión, en la que España participa con un instrumento meteorológico, el REMS, diseñado por el Centro de Astrobiología del INTA para medir la temperatura del aire, suelo, presión y humedad, además de la radiación ultravioleta que recibe el terreno, al tener Marte una atmósfera muy tenue (1 % de la terrestre) y carecer de campo magnético global.

Es lo que tiene la ciencia: no es excluyente y posibilita una colaboración enriquecedora a hombros del conocimiento y la razón. Justo lo contrario de las creencias y las supersticiones

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