Sin embargo, nada es tan sencillo, y menos en comunicación.
El principio de la comunicación se complica al existir una fuente de información,
un codificador, un canal de transmisión, el ruido que distorsiona el mensaje y el
contexto en que todo ello se produce y lo carga de sentido. Y estamos hablando
sólo de la teoría, partiendo de Aristóteles (orador, discurso, audiencia) para
citar los modelos de Jakopson y Shannon, de entre tantos existentes.
Todo en comunicación es mucho más complejo. Los medios,
incluso sin ánimo de hacerlo, nos ofrecen una información sesgada y parcial. Elaboran
la información para hacérnosla comprensible y asequible, procurando atender nuestras
preferencias y sus intereses. Por ello, seleccionan las noticias, nos cuentan
una porción minúscula de lo que ha ocurrido en cualquier entorno a los que
prestan atención. Ahí se produce la primera manipulación, involuntaria o no, de
la información: determinan qué es lo importante y lo que nos debe preocupar,
creyendo que así responden a nuestras inquietudes o conforman nuestra atención.
Los lectores estamos atrapados (y muchas veces
influenciados) por la interpretación de la realidad que nos brindan los medios
de comunicación, especialmente si accedemos a una única vía de información. Ello
es fácil de discernir al escuchar la opinión de los consumidores de El Mundo, ABC, El País o Intereconomía: la mayoría de sus
consumidores coincide con el punto de vista del periódico o el medio del que
son habituales. ¿Responde el medio al gusto de sus clientes o éstos se acomodan
a la visión que les ofrece el medio? Aun conociendo que la relación entre medio
y cliente no es recíproca, la respuesta no es clara ni determinante.
Cada medio de comunicación pertenece a una empresa mercantil
que busca lograr beneficios económicos de su actividad. Es decir, tiene
intereses legítimos que defender, que se insertan en un entramado de relaciones
sociales, políticas y económicas, que condicionan, aunque sea indirectamente,
su producto mediático. Refiriéndose a los informativos de las cadenas de
televisión, Angeles Barceló opina: “Los
informativos de la televisiones privadas no dan información, es otra cosa”.
Y es otra cosa porque deben mantener una audiencia que los haga rentables, su
razón de ser. En cambio, los medios públicos, que en principio no están
condicionados por la rentabilidad aunque sí por la audiencia, podrían ofrecer
una información más plural. Pero están sujetos al control político, como ha
demostrado Rajoy, presidente del Gobierno, al cambiar el modelo de elección del
presidente de Radiotelevisón Española (RTVE) para colocar a una persona de su
confianza (política, se entiende).
Si no nos podemos fiar ni de lo que hablamos, ¿cómo confiar de
los medios de comunicación? La única manera de hacerlo es abriendo el abanico
de nuestras fuentes de información, procurando conocer las opiniones a favor y
en contra de cualquier asunto de nuestro interés, leyendo las versiones que
ofrecen unos y otros, para intentar completar el mosaico de interpretaciones en
que cualquier hecho se descompone. Con ello es posible que no logremos alcanzar
el conocimiento exacto de la realidad, pero al menos evitaremos que se nos
inculque una sola versión unificadora y sin contrastar, incluso desde la precaución que nos
aconseja Gervasio Sánchez: “Estamos
saturados de mala información”. Ello también nos ayudará huir de ese fenómeno
social que denuncia con franqueza Javier Marías: “El enorgullecimiento de la ignorancia”.
Y para responder al titular: los medios no informan, pero
dan pistas para que lo hagamos. Depende de nosotros, también de usted, amigo lector.
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