sábado, 25 de febrero de 2012

Vía argéntea

Aunque se instaló con algún día de retraso al pronosticado, el frío seco e intenso de este mes demente parece que comienza alejarse. Ha dejado una racha de resfriados que nos ha hecho consumir pañuelitos para mocos como si fueran cigarrillos: dos o tres paquetes diarios. Comienzan a descongestionarse mis vías aéreas y la garganta se recupera paulatinamente de su afonía justo cuando debemos enfilar la “vía argéntea” camino de Mérida, para una nueva presentación poética, que reseñaremos a la vuelta.

Mientras tanto, nos dejaremos cautivar por lo que atesora una ruta, cuya importancia ya está inscrita en el nombre, pues cose paisajes y ensambla pueblos como un indeleble hilo plateado que va configurando las costuras de unas tierras según el patrón de la convivencia y el mestizaje. Desde las vegas béticas se eleva hacia las cumbres occidentales de las serranías belloteras, donde los animales más guarros adquieren el aroma que impregna la veta amarillenta de sus carnes, para atravesar la extrema dureza del solar de conquistadores y estoicos luchadores de todas las fronteras, acostumbrados a confundir al invasor y la miseria. Otras vegas jalonan el paisaje que bordea al Guadiana y las piedras se transforman en emblema de fortalezas y escudos que hacen de Mérida capital y símbolo para los vasallos líricos de la roldanesca y cofre pétreo del tesoro arqueológico que encierra.

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