jueves, 19 de enero de 2012

Vencido y cobarde

Todo le disgustaba. La enfermedad había agriado su carácter hasta convertirlo en un ser antipático y pesimista, enfadado de todo y con todos. Incluso los tratamientos médicos eran motivo de queja e insatisfacción: ninguno lograba siquiera calmarlo y mejorar su estado, sólo le proporcionaban molestias y padecimientos que le ataban aún más a los carniceros del hospital. No hallaba razones para la esperanza y la vida le resultaba de una crueldad innecesaria desde que al fin habían dado nombre a sus dolencias. Después de un rosario de pruebas y peregrinaciones por consultas y especialistas, ahora tenía que ir todas las semanas a que una enfermera siempre distinta practicara con sus invisibles venas. Eran finas y pequeñas para soportar, no sólo los venenos que le inyectaban, sino la poca destreza del personal novato con el que cubrían los puestos que los veteranos rechazaban. Cada vez que salía con un nuevo hematoma del hospital de día juraba no volver, pero era incapaz de dejarse morir. Se sentía vencido y cobarde, lo que más le dolía.

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