viernes, 20 de enero de 2012

Sentenciado

Era carne de cañón, un cadáver viviente para practicar la medicina. El futuro era una utopía que cada noche le atemorizaba. Más que los cardenales y catéteres, le dolía la desesperanza de su alma derrotada. La enfermedad le había vencido y sólo faltaba el momento de que reclamara su triunfo. No le pesaba fallecer, sino saber que la sentencia estaba dictada y que los días no eran más que plazos que dilataban morbosamente la ejecución. Esos eran los moratones que más dolor le causaban, los cardenales de un alma consciente de su próxima desaparición. Si la vida era proyecto, la muerte es la carencia de ningún mañana, un artificio prolongado por tratamientos inútiles. No le dolía lo que le hacían, sino en lo que lo habían convertido: en un muerto aguardando su momento.

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