miércoles, 25 de enero de 2012

Quemado

Dando pasos cansinos, tan cargados de fatiga como de frustración, se dirigía hacia su trabajo. No sentía el más mínimo interés por ejercer lo que tanto le entusiasmaba cuando comenzó a trabajar. Siempre había estado dispuesto a dar lo que le exigieran porque se lo demandaba su honestidad profesional. Los compañeros empezaron pronto a dejarle las tareas que todos rechazaban y la empresa, a través de sus cargos intermedios, lo utilizaba por su docilidad para solucionar cualquier situación y cubrir sus incapacidades organizativas. Aunque era consciente del abuso a que era sometido, confiaba en que sería valorado y recompensado con la estima de sus superiores y la camaradería de los colegas. No podía creer que fuera considerado un tonto y cuando quiso hacerse respetar, negándose a servir de comodín a unos jefes ineptos y a unos compañeros desleales, la empresa lo trasladó a un puesto que ni siquiera a él agradaba. Ahora es uno más de los quemados que arrastran los pies con un cansancio que aplasta el alma y ahoga toda ilusión.

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