jueves, 5 de enero de 2012

Cabalgata de reyes

Ya no hay que aguardar al 5 de enero para presenciar la Cabalgata de Reyes y su séquito real ante un público deslumbrado y boquiabierto en las calles. Ya se presentan, día sí y otro también, en la prensa y, dadas las circunstancias, hasta se desnudan para que los súbditos descubran cuánta austeridad y sobriedad adorna la Corona. Traicionando al imaginario popular, una vida de reyes ya no es aquel relato de zánganos cubiertos de oro que se dedicaban a emparejarse mutuamente para incrementar fortunas y reinos. La posmodernidad del mercado, donde los sueños cuestan un riñón, ha situado a la realeza a los pies de un tráfico mercantil en el que cualquier ambición debe hallar su correspondiente financiación, más allá de la escuálida fiscalidad presupuestaria que, sin embargo, empobrece a la plebe, máxime con la excusa de una crisis tan cíclica como sospechosa de recogida de ganancias. Así, la cabalgata nos desvela a un rey con una nómina poco mayor que la de un presidente de Gobierno y con la que ha de mantener a su heredero, aún si oficio fijo, y a unas infantas dedicadas a sus altas labores profesionales en bancos privados, gracias a extensos currículos de méritos. Pero como todo es poco, algunos consortes, o le dan por la extravagancia en el vestuario hasta que un ictus les hace abominar del fulard o montan fundaciones benéficas sin ánimo de lucro para forrarse a lo marioconde o luisroldán.

Así son las carrozas que este año componen la cabalgata de reyes, príncipes, infantas y consortes reales que recorrerá estos pagos para solaz de un populacho que espera impaciente unos caramelos que, con el patrocinio de instituciones y empresas, harán dulce, que no gratis, el embelesamiento a ese poder tan divino y fantástico de una familia real, al que la Audiencia Nacional libra de investigar porque trapichea con calderilla comparada con el volumen de corrupción de cualquier ayuntamiento de provincias. Para que no digan que no piensan en su pueblo: si no nos divertimos con el espectáculo es porque no queremos. Y, ahora, a diario.

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