sábado, 21 de enero de 2012

Amanece sábado

El sueño me abandona antes del amanecer, con la noche aún cubriendo una ciudad silente y quieta. La luz titilante de las farolas dibuja sombras que se apresuran a esconderse por los rincones, donde las ratas mordisquean los manjares que desechamos a nuestro paso. Hace frío en un invierno seco que afila el aire como la hoja helada de una daga. Miro en medio de la soledad los ojos cerrados de los edificios que se erigen cual miembros erectos de unas calles muertas y me los imagino infectados de gusanos que invernan arrullados hasta que la luz los transforma en moradores de apariencia humana. Aguardo como una crisálida a que el sábado emerja de la oscuridad para remontar el vuelo indeciso de las mariposas, atraídas hacia la embaucadora lucidez del día.  Y me sorprende la inquietud que el sueño de la razón comienza a producirme cuando me susurra que otros ojos lejanos, también insomnes, escrutan mi silueta inmóvil tras el manto nocturno. Es entonces cuando vuelvo al refugio de las sábanas confiando en que pronto vendrá el sol y amanecerá un nuevo fin de semana.


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