jueves, 22 de septiembre de 2011

La ideología de las matemáticas

O se suben impuestos o se recortan prestaciones: ese es el dilema que ha presentado Barack Obama para afrontar la crisis financiera que también afecta a los Estados Unidos. No ha querido plantear sus recetas como fruto de una visión ideológica, sino como un problema de simple contabilidad, puras matemáticas. Es cuestión de cuadrar las cuentas nacionales.

Pero los sumandos de esas cuentas no son meras magnitudes abstractas, sin alma, en las que sería indiferente 2 + 2 que 3 + 1. Ambas suman cuatro, pero el orden y la cuantía de los términos suponen una gran diferencia, a pesar de la aparente objetividad con la que el presidente de EE.UU. ha expuesto la operación. Es un dilema difícil de resolver porque cualquier solución que se elija acarrea duras consecuencias, ya que nadie desea pagar más impuestos aunque sea conveniente, pero tampoco le apetece carecer de determinados servicios que el Estado proporciona. ¿Cómo lograr un resultado justo?

Es en esta indecisión cuando hay que recurrir a la ideología. Se podría conseguir el mismo resultado mediante la subida de impuestos o con el recorte de servicios sociales. La ideología de izquierdas prefiere lo primero, y la de derechas, lo segundo. Detrás de esas ideologías se configura un modelo de sociedad distinto y bastante diferente. Si yo fuera rico, optaría por que no se subieran los impuestos aunque se restrinjan o supriman unos servicios que, en cualquier caso, adquiero en un mercado de naturaleza privada. No necesitaría la sanidad pública porque tendría contratada una compañía con clínica propia, ni una enseñanza pública porque recurriría a centros privados o concertados. Tampoco toleraría que impusieran una tasa a mis ahorros o riqueza patrimoniales porque su volumen sería consecuencia únicamente de mi esfuerzo y capacidad, gracias a que no he dilapidado unas ganancias que ya han tributado en el impuesto de la renta.

Pero si fuera pobre o dependiente de un salario que sólo cubre las necesidades básicas, tampoco quisiera soportar más impuestos que los que ya me descuentan en nómina. Sin embargo, si esa presión impositiva me permite disfrutar de una sanidad que, aún siendo mejorable, me ofrece una amplia cartera de servicios, una educación gratuita y obligatoria que me posibilita una formación hasta donde me sea posible y una futura pensión tal vez insuficiente pero segura cuando me jubile, además de otras ventajas sociales, de infraestructuras y protección colectivas, con seguridad que aceptaría pagar esos impuestos, aún a regañadientes.

El primer modelo se basa en la libertad del individuo para atender sus propias necesidades, sin que el Estado se inmiscuya en sus asuntos. Su presente y su porvenir dependerían exclusivamente de sí mismo y de su capacidad y responsabilidad para afrontar su vida. Gracias a esa libertad, las personas perseguirían su mejora continua y, con ella, la de la sociedad donde se hallan insertos. No debería haber trabas que impidieran el desarrollo de unas economías basadas en el liberalismo capitalista, en que el mercado sería el factor de crecimiento, ajeno a reglamentaciones y regulaciones por parte de un Estado intervencionista.

El segundo modelo asume que la desigualdad de oportunidades existente entre los individuos de cualquier sociedad es difícil de superar sin ayuda de la colectividad. El Estado se convierte, así, en actor para aliviar esa escasez de recursos de los más necesitados al objeto de que logren acceder a estadios superiores y consigan una mayor igualdad en las condiciones originales. Sin cuestionar el Sistema capitalista de mercado, la socialdemocracia propugna unas reformas graduales y pacíficas que posibiliten mayores cuotas de libertad, igualdad y bienestar entre los miembros de la sociedad, a través de una tributación progresiva como mecanismo de redistribución de la riqueza y la implantación de lo que se ha dado en llamar el Estado del Bienestar.

Para cada una de estas visiones, los sumandos representan aspectos diferentes. El neoliberalismo suprimiría servicios que considera que el Estado no debe prestar, ahorrando en lo que, a su juicio, son gastos. El socialismo, en cambio, elevaría los impuestos con tal de mantener unas prestaciones que considera imprescindibles para el sostenimiento de la justicia y la igualdad sociales.

Son maneras distintas de combatir la crisis, pero cada una parte de concepciones ideológicas opuestas. Suponen modelos diferentes de sociedad y formas de convivencia diversas. Si para una, el egoísmo individual es el motor del bienestar general, para otra la solidaridad de los privilegiados es el cimiento de una prosperidad equitativa y universal. Decantarse por una u otra, es una decisión ideológica, no matemática, aunque Obama estuviera interesado en presentarla carente de sesgo ideológico alguno. No obstante, ambas participan de aquella máxima de Rosa Luxemburgo tan hermosa que decía: “La libertad siempre ha sido y es la libertad para aquellos que piensan diferente”.

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