miércoles, 18 de mayo de 2011

Sin despertar

Salíamos corriendo en cuanto la línea blanca cruzaba la pantalla. Se sorprendió de los primeros golpes y nos lo recriminó. Creía que le despertábamos con excesiva brusquedad para realizar nuestro trabajo e inyectarle la medicación a través de sueros y catéteres. Tampoco se extrañó que fuéramos tantos los que rodeábamos su cama ni que lo observáramos con la misma cara de sorpresa con la que él nos miraba a nosotros. Sólo quería que le dejáramos en paz y termináramos de fastidiarle el sueño. Por eso no le dijimos nada y lo dejamos sumido en la perplejidad de un despertar confuso. En cuanto tuvo una segunda parada cardiaca, por un instante dirigió una mirada inquisitiva a quienes le quemaban el pecho con el desfibrilador. Cerró los ojos sin saber que pugnábamos por arrancarlo inútilmente de la muerte. Esta vez no pudimos despertarle.

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