miércoles, 20 de abril de 2011

Miércoles Davis

En mi adolescencia creía disfrutar de libertad pero no podía escapar de una ciudad enfebrecida que exhibía un fanatismo de penitentes encapuchados, descalzos, cargados de cruces y hasta con cadenas que cercenaban toda alternativa si pertenecías a la masa sometida a las costumbres y sin recursos. Sólo los de palcos en la carrera oficial y medallones tan brillantes como su fe podían huir, tras cumplir con las tradiciones, a sus refugios de la costa o a esos viajes envidiables de los que volvían con la piel bronceada. Mi única venganza era el desprecio a lo impuesto y a no dejarme conducir como integrante de un rebaño. Miles Davis me ayudaba a sobrellevar con ironía lo más espeso de aquellas semanas santas de mi arrebata rebeldía

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