sábado, 30 de abril de 2011

Un príncipe defeca y el mundo se maravilla

Ayer fue una jornada bochornosa en la que los medios de comunicación se volcaron para mantener presente una defecación real como espectáculo para las audiencias. El mundo siguió embelesado un enlace real como en los tiempos de Sissi emperatriz y los faraones de Egipto, pueblos ambos que, en momentos históricos distintos, sólo han conseguido cambiar de espinas sus coronas.

La elegancia de vestidos y tocados, la noble presencia de una corte que comparte su laboriosa existencia con la práctica de deportes exquisitos y la más fina representación de zánganos que transmiten su distinción divina junto a la carga genética (cual trisomía del par 21), causaron las delicias de un público anestesiado con los pormenores de tan interesantísimo acontecimiento que los medios se habían encargado de inocular durante horas y horas con dedicación exclusiva.

Que el vástago de sangre azulina y la hermosa plebeya puedan reinar los restos de lo que fue un imperio cobijo de piratas, tal vez sea algo que pudiera interesar a algunos de sus súbditos, movido por el morbo que da conocer a los que viven como reyes, pero que en España también se trate la información -por llamarla de alguna manera- con tan excesiva generosidad de espacio y tiempo, como si se hubiera declarado la tercera Guerra Mundial, es vergonzoso, aunque seamos parientes imitadores del arte de no doblarla por imperativo real.

Es volver a los cuentos de hadas para distraer a la plebe de los problemas que la acucian y perpetuar la diferencia de estamentos sociales que no se someten a la legitimidad democrática. Los teóricos en monarquías y demás parasitismos arguyen que la estabilidad que representan tales regímenes aglutina las sociedades en torno a la regia familia que encarna la cúspide del Estado. Claro que previamente han de ser loadas las bondades y los presuntos beneficios de un régimen que, cual virus troyano, se cuela en las Constituciones para infectar los Parlamentos a los que se adhiere y de donde no se puede extirpar jamás porque se reproduce de generación en generación, consumiendo una parte sustanciosa de la energía del sistema.

Luego, con la ayuda servil de unos medios lacayos, se glorificará el papel aglutinador y milagrosamente salvífico que al reino le presta una institución a la que cabe el honor de perpetuarse a pesar de constituir un insulto a la inteligencia y honestidad de los pueblos y sus gentes, quienes podrán elegir alcalde, pero no a su jefe de Estado. Desde la altura de su trono, llegada la ocasión, como ayer, podrá incluso permitirse la desfachatez de invitar a la defecación de uno de sus príncipes a representantes de impresentables dictaduras reales del mundo, pero no a gobernantes electos en su propio reino por no pertenecer a órdenes de real raigambre, sino obedecer a decisiones de soberanía del populacho.

Formar la opinión pública, transmitir hechos que explican la realidad y desvelar los hilos que interrelacionan los fenómenos de lo que sucede es, posiblemente, poco rentable, máxime si se acostumbra a los lectores a no exigir explicaciones de lo que pasa, sino a entretenerse con asuntos menores que, en su aparente superficialidad espectacular, no sólo distraen sino que adormecen y aborregan. A eso se prestan en estos días los medios de comunicación, pletóricamente dispuestos a propagar la defecación real. Maravilloso.

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