jueves, 17 de marzo de 2011

Fukushima

Las calamidades cabalgan olas inmensas que un espasmo sísmico provoca en medio del océano.  Desde allí, con la fuerza de un mar que se precipita incontenible, arrasan la soberbia atómica del hombre diminuto ante la catástrofe. El mundo, cuando se despereza, muestra su inconcebible brutalidad indiscriminada y la vulnerabilidad insignificante de las criaturas que creían domeñarlo. No hay diques que contengan su furia desatada ni átomos que permanezcan encarcelados al albedrío de la locura. Los dioses de la sinrazón vuelven a recaudar el tributo de la temeridad y los sonidos del silencio acompañan nuestras plegarias.



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