viernes, 4 de marzo de 2011

Escribir

Hablar es una cosa, escribir es otra. Hay personas que hablan sin dificultad, pero no son capaces de escribir con corrección. No es que no sepan escribir, sino que les cuesta elaborar un texto con orden y estilo. Otras, en cambio, escriben con facilidad, pero carecen de espontaneidad para hablar con soltura. Tampoco es que no sepan hablar, sino que la capacidad de hilvanar argumentos e ideas que dominan escribiendo no la consiguen hablando. Y las hay, por último, que hablan y escriben como dioses. Esas son las afortunadas de la expresión, las que te seducen de cualquier manera: oyéndolas o leyéndolas. Quedan, no obstante, las que no saben hablar ni escribir. No la tendremos en cuenta para esta reflexión, pues nos interesan las que emanan un pensamiento coherente, ya sea de forma oral o escrita.

Como hemos dicho, sólo unos pocos afortunados son capaces de expresarse en cualquier lenguaje. El resto de las personas tenemos problemas para construir espontáneamente un discurso bien elaborado. Si lo conseguimos, es trabajándolo mucho y dándole mil vueltas. La práctica ayuda mucho pero no es suficiente. Escribir o hablar correctamente no sirve de nada si no tienes algo que comunicar. Lo contrario también es válido: nada importante sirve si no se sabe transmitir.

Escribir es una ardua tarea que requiere, por tanto, predisposición y devoción. Quienes se prestan a ello obedecen a un impulso que ya sentían desde antes de que tomaran la decisión. Se sienten impulsados a exponer su propio punto de vista, su visión particular de las cosas, a pesar de con un lenguaje de estructura limitada a 27 letras o fonemas, todas las palabras ya han sido combinadas: todo cuanto se pueda decir ya ha sido expresado millones de veces por otros. Pero la forma en que yo pueda contarlo, la perspectiva desde la que lo haga y el matiz al que preste atención, podrían interesar a los contemporáneos que compartan los mismos condicionamientos existenciales. Para ellos, mi mirada de la realidad podría aportar alguna novedad. Y el vocabulario con que lo hago, la forma con la que construyo expresiones para decir lo ya sabido, es lo que añade originalidad a lo escrito.

Muchos piensan que se trata de estilo; otros, de la óptica del narrador. Ambas cosas son ciertas, pues confluyen las dos en cualquier texto que produzca un escritor. Por un lado, porque habla de lo que le interesa y, por otro, porque lo expone como mejor sabe. Así sale lo que sale. En todo texto hay una intención original, una idea; luego aparece lo que en realidad se escribe y que varía en distinto grado a lo pretendido con la idea inicial. Y, finalmente, surge lo que entiende el lector, lo cual da lugar a múltiples interpretaciones. Un texto puede tener significaciones diversas y hasta contradictorias según el lector. Es algo analizado por la hermenéutica y la semiótica y no es cuestión de reproducir las intentio de Umberto Eco.

Entonces, ¿qué se consigue al escribir? No es difícil adivinar algunas motivaciones. Muchos de los que escriben reconocen que lo hacen para satisfacer una necesidad propia y de los demás. Escriben porque les gusta hacerlo y porque a otros les encanta escuchar o leer narraciones. Ahí nace, en la oscuridad de una gruta que abriga nuestros miedos, la causa de la ficción: narraciones que nos evaden de nuestras ataduras y nos permiten soñar con otras realidades. Atiende al deseo de romper la “atroz dicotomía” de la que habla Vargas Llosa*: “ese espacio entre la vida real y los deseos y fantasías que le exigen ser más rica y diversa”.

A la hora de escribir, en especial cuando se abordan temas verídicos y no inventados, surge también la necesidad de exponer aquello que se piensa y no halla otra manera de comunicarse a los demás de forma efectiva. Escribir para decir, para exponer el pensamiento, como forma de comprensión de cuánto nos rodea y las emociones que nos suscita. Un ensayo terapéutico del mundo desde una atalaya personal que se comparte con quienes coinciden con tales experiencias y sensaciones.

La poesía y la novela abren el campo de los géneros literarios que precisan de otras consideraciones causales. La investigación y el conocimiento son elementos no señalados que generan la voluntad de escribir, en tanto en cuanto que el escritor, en última instancia, no aspira más que a acceder a la esencia de lo que nos hace humanos, que es comunicarnos desde la consciencia racional de que así conocemos y nos conocemos. Por todo ello, tal vez, nos gusta escribir.

Notas:
*: Mario Vargas Llosa, “El arte de mentir”, pág. 270.

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