martes, 1 de febrero de 2011

Las revoluciones del desconcierto

El desconcierto se ha instalado este año entre los sometidos al yugo de las dictaduras árabes. Es la revolución de los miserables, de los parias que no tenían donde caerse muertos y prefieren morir de una vez antes que dejar pasar el tren que la historia les brinda para sacudirse la opresión de unos regímenes totalitarios. La tiranía de monarquías, religiones y gobiernos que aplastan a su pueblo para conservar privilegios conquistados por el miedo y la fuerza. Miedo a reyes que heredan la capacidad de rapiña, miedo a imanes que castigan a los que no se someten, miedo a gobernantes que encarcelan al que suplica libertad, miedos que son inoculados por el monopolio de la violencia que todos ellos no dudan en propagar con sus ejércitos y policías.


Pero alguien ha tenido el valor de hacerles frente e Internet lo ha difundido entre su gente y el mundo. Fue como tirar una cerilla a un bidón de gasolina: enseguida prendió un ansia incontenida de democracia y justicia, imposible de detener sin causar una masacre. Y ese es el desconcierto que despierta a los que observan a los pueblos exigir sus derechos desde el exterior, sin saber cómo reaccionar ni a quien apoyar. La indecisión de las antiguas potencias por querer mantener los equilibrios establecidos, pero empujadas por sus propias opiniones públicas a favor de los desposeídos que se manifiestan. Cuentan, al menos, con la complicidad de los que empuñan los fusiles y se niegan a silenciar la voz multitudinaria de la calle. Son las revoluciones desconcertantes del siglo XXI cuyas causas siguen siendo las de siempre: la voracidad de una minoría que saquea a la mayoría, hasta que ésta se harta. Ayer, Túnez; hoy, Egipto. Un fantasma recorre el norte de África, es el fantasma de la libertad. Ojalá no sea exorcizado por los sacerdotes del poder.

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