viernes, 4 de febrero de 2011

La capacidad de pensar

La genética evidencia la semejanza que tenemos con la rama de animales de la que formamos parte, los homínidos. Sólo un marginal dos por ciento del mapa genético nos separa de los chimpancés, una diferencia pequeña, cuantitativamente, pero que determina lo que nos distingue del resto de especies de la naturaleza: el lenguaje. Ese porcentaje minúsculo encierra, sin embargo, un salto evolutivo de enorme trascendencia al dotarnos de la capacidad, tanto fisiológica (órganos de la fonación) como psicológicamente, de hablar, de estructurar un sistema de signos con el que comunicarnos unos a otros. Esa facultad nos ha permitido escapar del mundo animal para constituir la especie humana.

El lenguaje es un instrumento con el que podemos representar todo aquello que deseamos comunicar de manera compleja, como ideas, conceptos, creencias y valores. No son simples señales que delatan nuestras emociones (risa, llanto, gritos, etc.), sino símbolos convenidos con los que transmitmos mensajes elaborados hasta límites insospechados. La poesía, la filosofía y el arte en general responden más a esquemas estéticos o conceptuales que a simples enunciados literales.

Sin embargo, el lenguaje es una prisión que nos limita a lo expresable. Todo lo que sentimos, soñamos o pensamos debe traducirse a un lenguaje para poder ser comunicado. Más que el lenguaje, son los pensamientos la única posesión segura de nuestro ser. Componen nuestra esencia inviolable. Nadie, por cercano que esté de uno, puede introducirse en nuestros pensamientos. Ni siquiera el ser amado, el propio hijo al que abrazamos o el interlocutor de un interrogatorio puede acceder a nuestros pensamientos si deseamos mantenerlos ocultos. Más allá del “pìenso, luego existo” de Descartes, pensar nos hace estar, ser presentes a nosotros mismos. Es lo más “nuestro” que poseemos. Mucho más que el lenguaje. Posiblemente el pensamiento sea un fenómeno prelingüístico que escapa al control de la consciencia, pues incluso en estados inconscientes o durante el sueño somos capaces de pensar, imaginar, inventar.

No pensamos en nuestros pensamientos más que si practicamos el ascetismo o la suma concentración. La mayor parte de lo que pensamos se diluye en el olvido. Vivimos dentro de una corriente incesante de pensamientos que no quedan registrados ni tienen consecuencias. El pensamiento innovador y transformador, en las artes y las ciencias, se escapa al no prestar atención a lo que pensamos. Solamente unos pocos, como dijo Hörderlin, se ven obligados a atrapar el relámpago con las manos desnudas.

Esta condición pensante del ser humano exalta al hombre por encima de todos los seres vivientes, aunque dado lo inescrutable de los pensamientos lo deja convertido en un extraño para sí mismo y para los demás. Es lo más inexplicable que poseemos puesto que, en realidad, no sabemos qué es el pensamiento ni en qué consiste el pensar.

Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento”, de George Steiner.
Biblioteca de ensayo. Ediciones Siruela. Madrid, 2008.

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